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Una vida entre motores

María de Villota se crió en los circuitos de la mano de su padre hasta alcanzar su gran sueño de acceder a la fórmula uno

María de Villota.
María de Villota.pablo hojas

La vida de María de Villota fue un torbellino hasta su accidente en el aeródromo de Duxford (G. Bretaña) en 2012. Allí perdió un ojo y sufrió secuelas que cambiaron su vida por completo. No solo le impidió regresar a las carreras y por tanto la obligó a enterrar lo que hasta entonces había llenado existencia, sino que le permitió descubrir muchos otros aspectos de la vida que había olvidado y que le devolvieron la ilusión. Su vida se basó siempre en la lucha. Primero por llegar a la Fórmula 1. Después, por ayudar a los demás y apreciar las cosas pequeñas que no había sabido apreciar hasta entonces.

María de Villota vivió entre motores y olor a gasolina y neumáticos quemados desde su más tierna infancia. Su padre la llevó a los circuitos y le hizo sentir la pasión por el deporte del motor y, especialmente, por la F-1. Tenía seis años cuando compitió por primera vez con un kart y consiguió su primera victoria. Aquello fue una espoleta que la empujó a seguir adelante. Bien asesorada, su carrera fue creciendo de forma progresiva. Llegó al mundo de los monoplazas. Corrió en la F-3 española, compitió en las 24 Horas de Daytona, en las Euroseries 3000, en la Superliga Fórmula. Fue subcampeona de España de F-Toyota en 2001. Y también la primera mujer que logró la pole position en el Campeonato de Ferrari en Mugello en 2005.

Y todos estos éxitos le acabaron abriendo las puertas de la F-1, su verdadero sueño. En 2011 se subió por primera vez a un monoplaza de la máxima categoría en el circuito de Paul Ricart de la mano de Renault. Y en 2012 fichó como piloto de pruebas por la escudería rusa Marussia. Su debut se produjo el 18 de marzo de aquel mismo año en el Gran Premio de Australia. Pero solo unos meses más tarde, el 3 de julio, se produjo el fatal accidente mientras realizaba unas pruebas de aerodinámica en el aeródromo británico de Duxford. Tras una de las pruebas, María de Villota se estrelló contra uno de los camiones del equipo. El impacto más fuerte fue en la cabeza. Se temió por su vida, los médicos expresaron la gravedad de la situación y se negaron a dar garantías sobre su supervivencia. Pero, aparentemente, todo se saldó con la pérdida del ojo derecho.

“Fue terrible”, confesó María de Villota una vez superado el drama. “Pero te das cuenta de que sin un ojo ves más que antes. Antes solo veía la F-1 y no me daba cuenta de los valores que realmente son importantes en la vida. He aprendido a disfrutar de las pequeñas cosas”. De Villota recuperó la fuerza y la energía y no le importó mostrar su rostro con un parche en el ojo. Asumió la responsabilidad de la Escuela de pilotos Emilio de Villota, se convirtió en Embajadora del día de la mujer de la Comunidad de Madrid y fue también Embajadora contra la violencia de género. Recibió el Premio Honorífico de la Universidad Europea de Madrid. Y escribió el libro La vida es un regalo, que debía presentar en Madrid el próximo lunes y que resumía la lucha interior que había estado llevando a cabo para sobrevivir.

Este libro será su mejor legado. Más incluso que sus éxitos deportivos. Porque es allí mejor que en cualquier otra parte donde quedará reflejado su espíritu de lucha y la ilusión que la acompañó toda su vida.

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