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Vettel no deja ni las migajas

Las conversaciones por radio con su equipo dan fe de la ambición del tetracampeón

Oriol Puigdemont
Vettel en el entrenamiento del viernes.
Vettel en el entrenamiento del viernes. VALDRIN XHEMAJ (EFE)

Nos situamos en el Gran Premio de India del domingo pasado. Sebastian Vettel lidera la carrera con comodidad y está a seis vueltas de llevarse su cuarto título consecutivo. Christian Horner, director de Red Bull, permanece sentado en su taburete del muro, con la nariz pegada a los monitores, y su pie no para de moverse rítmicamente. Hay nervios, mucha tensión. Mark Webber, el otro piloto de la escudería, se ha visto obligado a abandonar unos giros después de que los técnicos de datos, encerrados en el camión, detectaran un fallo irreparable en el alternador de su RB9. Para evitar riesgos, Vettel ha modificado algunos parámetros de lo que podría considerarse su conducción normal, esto es, la que habitualmente lleva a cabo cuando todos los elementos del monoplaza funcionan correctamente. Además de olvidarse del KERS ha dejado de beber agua para evitar que el motorcillo que bombea el líquido pueda causar una avería. En ese momento, el chico de Heppenheim se apunta la vuelta rápida de la carrera, un alarde que provoca la reacción inmediata del taller.

Vettel se ha propuesto superar otro récord, el de victorias consecutivas: lleva seis y la marca son siete

“Venga, Sebastian. Faltan muy pocas vueltas y hay pilotos que aún no han colocado las gomas blandas”. La voz que escucha Vettel a través de la radio es la de Guillaume Rocquelin, Rocky, su ingeniero de pista y el hombre que le guía, sus ojos, y quien le suministra la información que necesita en cada momento, no necesariamente toda la que le pide el corredor. El mensaje está medio encriptado. Realmente, lo que le está diciendo este francés de Dijon es que se olvide de lograr la vuelta rápida, que pasa por ser otra de sus obsesiones, y se centre en terminar la prueba dado lo que hay en juego.

Este episodio muestra de forma clara tanto la personalidad de Vettel como el papel que juega Rocquelin. “Frenarle es muy difícil. Yo represento a un equipo, a una fábrica, y me tengo que asegurar de que el coche vuelva sano y salvo. De todas formas, si le doy argumentos suficientes y le convenzo de que lo que está pensando es una mala idea, él lo entiende”, explica este amante de la guitarra y runner habitual de los circuitos.

Uno no llega a barrer todos los récords de precocidad de la F-1 sin ser ambicioso, y detrás de esa pinta de empollón y esa sonrisa casi perenne, Baby Schumi lo es una barbaridad. Se ha visto en carrera, como ocurrió en Malasia, donde pasó absolutamente de las órdenes preestablecidas y se lanzó a la yugular de Webber y le adelantó, no sin antes recibir una reprobación de Rocquelin: “Esto que estás haciendo es estúpido, Sebastian, ¡venga!”. Aunque tampoco hace falta mirar tan atrás para encontrar evidencias del hambre que impulsa al campeón. Después de encasquetarse su cuarta corona, uno podría considerar normal que la descompresión llevara a Vettel a relajarse y a levantar el pie del acelerador, nunca mejor dicho. Y se estaría equivocando. Él no quiere dejar ni las migajas y se ha propuesto superar otro récord, el de victorias consecutivas —lleva seis y la marca son siete—, e igualar otro, el de las 13 que Michael Schumacher acumuló en 2004, el de su último título, con Ferrari. En los primeros ensayos libres en Abu Dabi, el Niño Maravilla de Red Bull fue el más rápido, o sea que va por buen camino.

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