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La Real sigue en coma

El empate con el Manchester no la echa de Europa pero le obliga a creer en los milagros

Van Persie envía el balón al palo ante Bravo
Van Persie envía el balón al palo ante BravoDavid Ramos (GETTY)

La mística, eso que se llama el peso de la camiseta o del escudo, a veces prevalece sobre el fútbol y le da a los partidos o a los equipos lo que no tienen. Basta decir Manchester United para que la mente te lleve a cualquier pasaje de su historia sobrevolando un presente demasiado vulgar. Anoeta reventó porque venía el Manchester de George Best, Bobby Charlton, Rowley, Cantona, Beckham, Scholes o Ronaldo, entre tantos otros. El problema es que ninguno estaba en Anoeta, sustituidos por una muchachada que se gobierna por el empuje de Fellaini y el fútbol pizpireto, pero artificial, de Kawaga. La antorcha de la mística la porta Ryan Giggs, que a sus casi 40 años impone más con su nombre que con su juego, aunque de vez en cuando dibuje sobre el césped auténticos cuadros pintados con su pierna izquierda.

R. SOCIEDAD, 0 - M. UNITED, 0

Real Sociedad: Bravo; Carlos Martínez, Mikel González, Iñigo Martínez, De la Bella; Markel Bergara, Rubén Pardo (Xabi Prieto, m. 72), Zurutuza; Vela, Agirretxe (Chory Castro, m. 63); y Griezmann (Seferovic, m. 79). No utilizados: Zubikarai; Ansotegi, Cadamuro y Elustondo.

Manchester United: De Gea; Smalling, Ferdinand, Vidic, Evra; Valencia, Fellaini, Giggs, Kagawa (Jones, m. 91); Rooney (Van Persie, m. 63) y Chicharito Hernández (Young, m. 63). No utilizados: Lindegaard; Anderson, Nani y Buttner.

Árbitro: Nicola Rizzoli (Italia). Expulsó a Fellaini por doble tarjeta amarilla en el minuto 90 del partido y amonestó a Evra y Markel Bergara.

Unos 30.000 espectadores en el estadio de Anoeta.

Anoeta reventó porque venía aquel Manchester y porque la Real se jugaba la última carta de la Liga de Campeones, con la sensación de no haber sido peor que ninguno de sus rivales, a pesar de no obtener ningún punto en los tres encuentros anteriores. Es decir, que sabía por propia experiencia que este Manchester que se iba a encontrar enfrente no era aquel Manchester que había movilizado a sus aficionados.

Pero la mística también produce experiencia, algo que también se hereda porque va en el ADN de los grandes clubes donde la derrota siempre tiene consecuencias más allá de la clasificación o la eliminatoria. Así que por jerarquía, más que por juego, el Manchester se apoderó del gobierno del partido y la Real apeló, durante la primera parte a la insurrección, con más piedras que balas. Aprovechando el desconcierto de Zurutuza, sin sitio ni ritmo, se jugó a lo que quiso Fellaini, omnipresente pero indulgente cuando se asomaba al área donde Rooney era un náufrago aburrido y Chicharito, un náufrago sin esperanza. De Rooney hubo noticias porque arrolló a Íñigo Martínez en dos ocasiones como un tren sin frenos. La que hubo del mexicano fue, al inicio de la segunda mitad cuando a medio metro del gol tuvo la extraña habilidad de lanzar la pelota por encima del larguero cual pateo de rugby. Extraño golpeo el suyo.

La Real tampoco inquietó a De Gea más que lo que el portero español quiso con alguna salida mal medida y un deficiente juego con los pies. Pero lo cierto es que la insurrección de la Real, en la primera mitad era más propagandística que eficaz. Sin el manantial de Zurutuza, la fuente de la Real tiene poca agua. El emparejamiento de Giggs y Rubén Pardo tenía algo de enternecedor: el futbolista de Rincón de Soto no había nacido cuando el galés debutó con el Manchester. El muchacho, lógicamente, tuvo más presencia que el veterano que ejerce más de faro para su equipo que de muro de contención para el contrario.

La Real se dio cuenta en el descanso de que el gobierno del Manchester no tenía mayoría absoluta y podía ser derribado con una moción de censura. Fellaini era un presidente demasiado débil como para que la insurrección prosperase. Y se la jugó al ataque a riesgo de acabar pagando las costas. No es que exigiera lo mejor de De Gea, pero sí hizo recular al Manchester alterando el tono de su discurso.

Claudio Bravo voló como un cóndor y rechazó el disparo que había dado en un palo

El campo perteneciente a la Real se vació, a medida que se llenaba el del Manchester y David Moyes entendió que había llegado el momento de Van Persie y el holandés no le negó ni una ni dos ni tres veces. Su primer contacto con el balón se estrelló contra el poste de la portería de Bravo, al segundo le faltó una pizca de rosca para entrar junto al otro poste. El tercero fue una pera en dulce, es decir un penalti que más pareció un piscinazo de Ashley Young que un derribo de Markel Bergara. El holandés la pegó fuerte y elevado a un costado, una solución que suele ser inapelable, pero Claudio Bravo voló como un cóndor, con las alas desplegadas y rechazó el disparo que antes había dado en un palo.

Van Persie había hecho de la mística algo más útil que un museo del pasado y sembró las dudas en la Real, ya más pasional que estratégica, más corajuda que cerebral. No quedaba otra que aceptar el cambio de golpes aunque anduviera por allí el holandés implacable con su habitual hambre de gol a fin de cuentas el empate le mantenía las constantes vitales (es decir la matemática de la clasificación) pero con pocas esperanzas de vida.

El empate en el otro encuentro del grupo (Shakthar Donetsk-Bayer Leverkusen) no le cierra la puerta de la Champions pero le apaga la luz a la hora de abrir la cerradura. Y así cuesta mucho mover el bombillo. La Real debería ganar los dos partidos que quedan y que el Manchester haga lo propio con sus rivales. Pase lo que pase podrá decir que el mítico y místico Manchester United no le hizo ningún gol en dos partidos. El que hubo (en Old Trafford) lo marcó Íñigo Martínez en la portería equivocada. Si la mística es la historia todo cuenta en las enciclopedias del fútbol aunque no valga para nada.

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