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Un maestro puede con el número uno

Djokovic domina a Nadal y suma su tercera Copa de Maestros tras un partido en el que el español, en su peor superficie, falló con su servicio ante un rival pletórico

Juan José Mateo
Djokovic celebra la victoria ante Nadal
Djokovic celebra la victoria ante NadalKirsty Wigglesworth (AP)

Bajo las luces azul zafiro del O2 Arena, Novak Djokovic, el maestro de los maestros: el serbio derrota 6-3 y 6-4 a Rafael Nadal y sella un final de curso memorable, de los que hacen época y se recuerdan como hazañas, porque ha celebrado 22 victorias consecutivas y cuatro torneos (Pekín, Shanghái, París-Bercy y su tercera Copa de Maestros) mientras perseguía por medio mundo al número uno del planeta. El español, que es el hombre que le ha arrebatado ese dorsal, se quedó a una victoria de celebrar bajo techo y sobre cemento el único gran torneo que le falta. Djokovic se lo negó con un ejercicio rebosante de frescura, conquistando con rabia, fuerza y sabiduría. Fue toda una declaración de intenciones: en 2014, las dos raquetas echarán fuego.

El serbio suma 22 victorias seguidas: en 2014 las dos raquetas echarán humo

Esto es lo que ocurrió. Djokovic salió en tromba. En 12 minutos iba ya 0-3, con Nadal desarbolado, igual que si fuera un marinero sometido a la tormenta, intentando no ahogarse con la pobre protección de tan solo dos puntos como asidero. En 15 minutos, el serbio tenía bola de break para marcharse 0-4. Esa bola era el set y media final, porque hay pocos tenistas que jueguen mejor a favor de viento que Nole, pocos que manden con pulso más seguro y que con más presteza devoren los encuentros (34-0 en las finales en las que ganó ese primer parcial). Nadal, el campeón del autocontrol, quizás el único competidor que de verdad sabe jugar punto a punto, ciego al marcador y sordo a las presiones del momento, fue capaz de neutralizar ese peloteo, y a los 19 minutos se apuntó su primer juego (3-1). Entonces, empezó un partido nuevo.

En ese encuentro ya no hubo paseos militares, sino combate de trincheras. Se tendieron alambradas de espino, se plantaron minas y se disparó con todo a quien se atrevió a salir a buscar la media pista y la red a pecho descubierto. Fue este un pulso presidido por el respeto mutuo, si se quiere por el miedo, en el que el serbio perdió el break de ventaja y Nadal empezó a jugar un encuentro muy serio (3-3). El español dejó de buscar tanto el revés de su contrario, que aprovechaba su insistencia para abrirle la pista con latigazos cruzados, y procedió a intentar destruir su derecha, la receta que le dio sus dos últimas victorias. Así llegó el momento que decidió el encuentro.

Nadal golpea de revés
Nadal golpea de revésSang Tan (AP)

Con las hostilidades igualadas en el juego de fondo, tremendos los intercambios (“¡Maestro!”, le gritaban a Nole los serbios; “¡Vamos Rafa!”, apoyaban otros a su contrario), al español le abandonó el servicio. Dos dobles faltas en el 4-3 del primer parcial (cuatro en total) le sirvieron a Nole una pelota que podía dejarle sacando por el set. Era de nuevo la manga en un punto, el parcial en un peloteo. Lo que ocurrió a continuación fue casi inexplicable.

Para llevarse ese segundo punto de break, el campeón de seis grandes protagonizó un intercambio impresionante, alucinante, dándole vida a una pelota que ya había muerto. Nadal jugó como mandan los libros. Su saque llevaba la marca de las cuestiones finiquitadas. Con ese argumento poderoso, el español se marchó a la red y creyó cerrar el debate con una volea de la vieja escuela, cruzada, pegada al suelo, quizás un poco larga. Está todo hecho, bola de break salvada, debió decirse. Sin embargo, como por arte de magia, la bola volvió, y con ella cargó Djokovic a por el partido. Con los ojos desorbitados, el serbio gritó como si llevara al demonio dentro, celebrando un 5-3 hecho de pura magia. Un punto que quedará para siempre en el recuerdo.

Para lograr el break clave del duelo, Nole protagonizó una recuperación eterna

Ese grito retumbó en la cabeza de Nadal lo que tarda en extinguirse un trueno. Un segundo. Solo una pelota de Nole que pasó tras tocar la cinta evitó que el español, inmediatamente recuperado, tuviera dos bolas de break (3-5 y 30-30) para mantener viva la primera manga. Perdida esta, el partido se le hizo demasiado largo. Detrás del servicio (solo un 58% de puntos ganados con el primero, 50% con el segundo), se fueron marchando otras cosas, como el patrón de juego, sustituido por los errores no forzados (23). Fue el resultado de enfrentarse a un corsario del resto. Djokovic, ya se sabe, es un maestro de las devoluciones. Convivir con esa presión es saber que no habrá respiro ni descanso en los propios juegos. La angustia consecuente fue contagiando poco a poco a la totalidad del juego del español, que ya sumó más desde el talento y el instinto que desde un plan claro de juego. En el último partido del curso, Nole no le dejó tirar con la agresividad que ha marcado su temporada, y aún así, el español se defendió con fuego.

Djokovic, autor de 19 ganadores por 9 del español, dejó en 3-3 el cara a cara de 2013. Su triunfo premia su cabeza dura y su corazón fuerte para sobreponerse a las decepciones (la final perdida del Abierto de EEUU). Nadal y Djokovic se retroalimentan. Los triunfos de cada uno cuentan más por el rival que tienen en frente, son más valiosos porque se logran ante un titán de la raqueta. Así, Djokovic logró una victoria magnífica por dos razones: por brillante y porque esta vez, como mañana y en 2014, tuvo delante a Nadal, listo para pelear siempre.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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