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ATHLETIC
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Athletic o el espíritu del trapecista

Imagen del nuevo estadio de San Mamés
Imagen del nuevo estadio de San MamésAFP

Hubo años, muchos años, en los que en el circo —la diversión por antonomasia— los trapecistas eran los reyes de la pista. Se les dejaba para el final, porque la emoción al principio se olvida y al final permanece. El riesgo es el elemento fundamental de la emoción. Los trapecistas abrían los ojos de los niños cuando volaban sin red y los cerraban cuando se daban de bruces contra el suelo o la red, en el mejor de los casos. El Athletic, hoy por hoy, es un trapecista, al amparo del triple salto mortal con doble tirabuzón y medio, siempre y cuando el circo esté en su casa, porque a domicilio, como invitado, no es ni carne ni pescado. He ahí el dilema. Hay muchos argumentos para explicar lo inexplicable: ¿por qué el Athletic es tan visceral en casa y tan evanescente a domicilio? Respuestas posibles: ¿porque se siente desamparado como un niño perdido en el metro?, ¿porque necesita el aliento de la familia parar ser quien es?; ¿porque el nuevo San Mamés es rápido y pesado al mismo tiempo?... Todos argumentos psicológicos que enmarañan una incapacidad para gobernar los partidos con la cabeza a la vez que con el corazón. Sístole y diástole en plena porfía.

El equipo de Valverde se ha acostumbrado a ejercicios acrobáticos y a goles providenciales en San Mamés

De los siete partidos que ha disputado en San Mamés, el Athletic ha tenido que igualar o remontar un marcador adverso en cinco ocasiones. Un acto de gallardía que, sin embargo, preocupa a los padres de familia, inquietos porque sus hijos rojiblancos aprueben siempre en septiembre, aunque exhiban unas notas envidiables (23 puntos, quintos en la fila de la clasificación, sin necesidad de ser los sabiondos de la clase). El público de San Mamés, tan puntual, ha interiorizado una máxima: da igual a la hora que llegues al campo con tal de que no te vayas antes de tiempo. Descontados los partidos con Osasuna (2-0 en Anoeta, por las obras en San Mamés) y el Villarreal (2-0, a la media hora de partido), el resto han sido ejercicios acrobáticos sin red, encuentros como prácticas de desfibrilador en un gimnasio: esfuerzo máximo, caballería ligera y gastadores al ataque en busca de goles providenciales, tormentas perfectas, que le mantienen invicto en casa, pero frágil como invitado donde la tendencia a arrugarse le convierten en un aprendiz de trapecista.

Ernesto Valverde, inclinado durante el partido ante el Levante
Ernesto Valverde, inclinado durante el partido ante el LevanteAlfredo Aldai (EFE)

El riesgo del Athletic de Valverde es máximo para bien y para mal. Hubo un tiempo, en los setenta por ejemplo, donde el Athletic, con grandes futbolistas (Iribar, Rojo, Dani, Irureta, Villar, de por medio) era capaz de luchar por eludir el descenso y al año siguiente disputarles la Liga a los prebostes del campeonato. En aquellos tiempos, la gente se satisfacía con la victoria —casi asegurada— ante los grandes y las derrotas —casi previsibles— a domicilio. La impresión dominante —no estadística— era que si el Athletic jugaba en San Mamés con los primeros, ganaba, y si jugaba fuera con los antepenúltimos, perdía. Y eso con Iribar, Rojo, Dani y compañía...

Aduriz celebra un gol con Mikel Rico
Aduriz celebra un gol con Mikel RicoAlfredo Aldai (EFE)

El Athletic actual tiene algo de ese alma, de esa indefinición, que le hace ser un revolucionario ejemplar y un mal gobernante. La mística de San Mamés se gestó recientemente en el famoso partido contra Osasuna en 2005, cuando el Athletic remontó en media hora de la segunda mitad tres goles previos del equipo que dirigía Javier Aguirre. Como si hubiera cogido aquel testigo, el Athletic sigue corriendo la carrera de relevos por la calle de fuera. Algunos datos, sin embargo, explican la visceralidad rojiblanca. Valverde ha utilizado en 13 jornadas, un tercio de la Liga, a 23 de los 24 futbolistas de su plantilla (incluidos debutantes del filial) por lesión, sanción o, sobre todo, decisiones técnicas. El embrollo está en el centro del campo, una pasarela interminable, capaz de acogotar al rival, pero no de someterlo a sus dictados. Ahí se amontonan gestores (Beñat, Herrera), comerciales intrépidos (Iturraspe, Mikel Rico), versos sueltos (De Marcos), desbocados (Muniain), becarios (Erik Morán), guardianes habilitados (San José, un central). No hay más trajes en el armario. Da la sensación de que Valverde quería ver el muestrario, pero aún no ha elegido la colección otoño-invierno. Los artistas no le funcionan (Beñat, Herrera) y el pret â porter (Rico, De Marcos) resulta más fiable. ¿Carne o pescado? No se sabe.

Las revoluciones o se acaban con éxito o si perduran, sucumben al poder de lo cotidiano. Al Athletic, con 23 puntos, le toca empezar a gobernar o condenarse a la erótica de la oposición, al equilibrio del trapecista, a la emoción de saber si se amarrará a los brazos del portor (el público) o se dará de bruces contra el suelo. El espíritu de Osasuna no puede durar toda la vida. Ni el del trapecista.

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