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Sueño europeo en una ciudad prorrusa

El Shakhtar del magnate Ajmétov y del presidente Yanukóvich anhela en el fútbol la Europa que Donetsk niega en las calles

Manifestación en Donetsk en contra de la decisión del Gobierno de Yanukóvich de aplazar la asociación con la Unión Europea.
Manifestación en Donetsk en contra de la decisión del Gobierno de Yanukóvich de aplazar la asociación con la Unión Europea.Alexander KHUDOTEPLY (AFP)

El sueño europeo se escucha por igual en las calles de las ciudades de Ucrania que en el estadio Donbass Arena, donde hoy se enfrentan el Shakhtar Donetsk y la Real Sociedad con el continente como contenido de sus anhelos. Ucrania clama por su integración en la UE, tras el parón decretado por el presidente Yanukóvich para no incomodar a sus hermanos rusos, que surten de calor, es decir de gas a precio de oro, a los ciudadanos ucranios, y el Shakhtar clama por la utopía de ganar una Liga de Campeones, tras haber conseguido en 2009 la Copa de la UEFA. Desde entonces su dueño, Rinat Ajmétov, el hombre clave de la economía ucrania, ansía elevar al Shakhtar a los altares europeos del fútbol aunque como originario de Donetsk, donde comenzó a edificar su fortuna, su condición prorrusa le anima a hacer equilibrios entre el lujo y el derroche y el desdén europeísta que anida en muchos sectores del sur y el este de Ucrania.

El problema del europeísmo político, que principalmente se radica en la otra mitad del país (el centro y el oeste) y tiene a la capital, Kiev, está en la calles y se empieza a extender a los territorios prorrusos (metalúrgicos y mineros), muy azotados por la crisis. El problema del europeísmo futbolístico está en algo muy concreto: si el Shakhtar quiere seguir en la Champions debe ganar a la Real Sociedad.

“Nosotros hubiéramos preferido artistas rusos”, dicen en el documental El otro Chelsea, de Jakob Preuss, Shasha y Valya, dos trabajadores de la mina Putilovskaia mientras esperan en la cola para asistir a la inauguración del Donbass Arena el 29 de agosto de 2009, con la actuación de Beyoncé, cuya contratación ascendió a siete millones de euros. Pecata minuta ante el coste general de las obras (400 millones, casi 295 millones de euros) financiadas y construidas por Ajmétov que puede presumir de tener el piso más caro del mundo: 153 millones de euros por un ático sin amueblar en One Hyde Park de Londres. Ajmétov no solo quería construir el estadio sino convencer a sus conciudadanos (él también nació en la cuenca minera de Donbass) de que lo que prometía lo cumplía. No en vano es el principal accionista del Partido de las Regiones de Yanukóvich, prorruso, que gobierna Ucrania

El siguiente reto del magnate era convertir al Shakthar en el jefe europeo de Europa. Decía la tradición que cuando el Shakhtar ganaba, subía la producción de carbón, un proverbio muy soviético que ya no se cumple, sobre todo porque unas minas han cerrado y otras están bajo mínimos. Yanukóvich era y es un habitual del palco del Shakhtar acompañando al diputado Ajmétov. Tanto es así que tras ganar la Copa de la UEFA en 2009, el entonces opositor Yanukóvich (derrotado por la ahora encarcelada Yulia Timoshenko) declaró en la Plaza Lenin (la revolución soviética sigue más presente en Ucrania que en Rusia) que “este triunfo abre el camino a la unificación de Ucrania”.

Sin embargo, en Donetsk se sigue denominando a la Revolución Naranja que derrocó el inicial triunfo de Yanukóvich por fraude electoral, como El golpe Naranja. No en vano, en Donetsk la mayoría de la ciudadanía es rusa y el presidente ganó las elecciones en esa zona con un 90% de los votos. Curiosamente, nada hay más contradictorio deportivamente que el enfrentamiento entre el Dinamo de Kiev y el Shakhtar. Los primeros enarbolan sus banderas azules y los segundos, sus colores naranjas, todo lo contrario a como se identifican políticamente.

Sin embargo, la apuesta europea ha alterado los cánones políticos y deportivos. En el tránsito hasta la final de 2009, Sasha le comenta en la grada a un amigo que “Fernandinho está jugando bien, pero ya basta de brasileños”. Su amigo responde: “Exacto”. Dicho y hecho. En aquella final, el equipo de Donetsk alineó a cinco brasileños. Cuatro años después, tiene una plantilla con 12 brasileños, todos menos uno mirando de medio campo hacia arriba, un equipo dentro de otro equipo. Solo Luiz Adriano pervive de aquel equipo campeón, que a su buen juego une el dudoso honor de haber marcado un gol aprovechando un bote neutral cuando el rival creía que le devolverían el balón.

El Shakthar es uno de los emblemas que luchan contra los capitalinos de Kiev en un fútbol dominado por el sector prorruso. Pero las últimas manifestaciones proeuropeas han alcanzado a Járkov o Marioupol, bastiones rusos. Donetsk de momento resiste con su sueño europeo, el del fútbol, con más brasileños que nunca.

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