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Sergio García es la ‘divina providencia’

El delantero del Espanyol desatasca a última hora un duelo de lo más insulso ante el Celta

Jordi Quixano
Simão y Álex abrazan a Sergio García tras el gol.
Simão y Álex abrazan a Sergio García tras el gol.ANDREU DALMAU (EFE)

No necesitó más que un balón en el área, un pase kilométrico sin intención ni dueño. Pero Sergio García está hecho de otra pasta, capaz de desequilibrar un duelo soporífero y desganado, sin oportunidades ni fútbol, ni nada de nada. Durmió el balón el 9 con su pecho paloma, protegió el esférico y la posición con el cuerpo y los brazos, levantó la vista y soltó el latigazo, ajustado al palo y a la red. Fue el único motivo de festejo; el único chispazo en Cornellà. Toda una alegría para el Espanyol, que ha alzado la racanería con el juego a mal endémico y acumula encuentros aburridos por definición; y todo un mazazo para el Celta, que no sufrió en todo el duelo pero tampoco lo quiso, inconexo en su juego y ausente en ataque.

ESPANYOL, 1 – CELTA, 0

Espanyol: Casilla; Javi López, Colotto, Héctor Moreno, Fuentes; Stuani (Pizzi, m. 64), Víctor Sánchez, Abraham, Simão (Raúl Rodríguez, m. 92); Sergio García y Córdoba (Álex, m. 46). No utilizados: Germán; Sidnei, Víctor Álvarez y Torje.

Celta: Yoel; Hugo Mallo, Cabral, Fontás, Jonny; Oubiña; Rafinha, Augusto Fernández (Álex López, m. 74), Krohn-Delhi, Orellana (Nolito, m. 68); y Santiago Mina (Mario Bermejo, m. 82). No utilizados: Sergio A.; Aurtenetxe, Madinda y D. Costas.

Goles: 1-0. M. 88. Sergio García.

Árbirtro: Prieto Iglesias amonestó a Augusto Fernández y Víctor Sánchez.

Estadio Cornellà-El Prat. 13.710 espectadores.

Resulta que hace tiempo que el Espanyol perdió la pretensión de jugar al fútbol. Fue el mismo día en que se marchó Pochettino y se impuso la por entonces atinada idea de que se debía ser pragmático, dejarse del aliño para contar puntos y no desgracias. Funcionó la propuesta y se exigió la continuidad de Aguirre por merecimiento y lógica, toda vez que no suele discutir con los resultados. Pasado el tiempo, el Espanyol sigue en las mismas, atendiendo con cierta despreocupación a la tabla y ningún arrumaco o zalamería al público, que asiste a los partidos con la certeza de que no habrá obra coral alguna, sino que todo depende de un momento de lucidez de Sergio García. Así lo expresó en la única jugada con peligro del Espanyol en el primer acto: saque largo de Casilla, peinada de Stuani, pase por arriba y en profundidad de Córdoba y disparo —porque le dio con la uña de la bota y de refilón— de Sergio García. Cinco segundos, cuatro toques y un remate. Y sanseacabó lo que se daba.

Se contagió el Celta de la anemia futbolística. Algo extraño porque es un equipo que se desgaja por atrás, pero que pincha por delante. Pero se notó en demasía la ausencia de Charles (descompuesto el estómago y descabalgado de Cornellà), delantero superdotado para el gol. Todo un infortunio para el espléndido Rafinha, un jugador a préstamo que el Barcelona está convencido de repescar en el próximo curso —como a Deulofeu, en el Everton—, que se mueve de maravilla entre las líneas y que necesita el cuero y el protagonismo. Fue la única preocupación del Espanyol porque no se le puede atar en corto, libre en ataque y siempre con la exigencia de catapultar el juego, con una zurda de las que quita el hipo y una cabeza privilegiada porque antes de recibir no solo sabe dónde pasará, sino que también predice los movimientos de los compañeros, por más que no siempre seleccione bien, empeñado en realizar el último pase o el más cautivador. No le siguió el hilo Santi Mina como tampoco le comprendió en exceso Augusto Fernández. Por lo que el Espanyol, entusiasmado, cerró huecos y espacios —en eso sí que brilla el equipo—, y aguardó a su momento, confiado a la Divina Providencia.

Trató de corregir el tiro el Espanyol puesto que dio cabida a Álex Fernández, un medio de pie e intención, con la flema para la conjugación del esférico. Pero le pudo al técnico su parte conservadora y sacó del campo a Córdoba, por lo que restó líneas de pase y centímetros, brega y presencia en el área rival. Más de lo mismo, sin ocasiones ni emoción, ni nada de nada. Quizá por eso adelantó la presión el Celta, fiado a la carrera de Orellana en caso de recuperar el cuero. Pero el extremo se enredó en el quiebro y, huérfano de punto final, el equipo se resumió en un intento de córner olímpico del mismo Orellana para acabar por aceptar la propuesta rival, la de correr de lado a lado sin pisar las áreas, un partido de fútbol sin porterías. Hasta que apareció Sergio García, la divina providencia, para resolver el tedio y, de paso, el encuentro.

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