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Wawrinka despide a Djokovic

En un tremendo partido de cuartos, el suizo tumba 2-6, 6-4, 6-2, 3-6 y 9-7 al campeón, que le había ganado en la quinta manga sus dos últimos partidos en los grandes

Juan José Mateo
Wawrinka celebra la victoria ante Djokovic
Wawrinka celebra la victoria ante DjokovicPETAR KUJUNDZIC (REUTERS)

Ni la lluvia quiere perderse un partido eléctrico. Para cuando la tormenta interrumpe momentáneamente el encuentro, Novak Djokovic y Stanislas Wawrinka se están echando un pulso tremendo en los cuartos de final del Abierto de Australia. Es 2-6, 6-4, 6-2, 3-6 y 5-5 en el quinto set. Cada peloteo se pelea con la tensión de los puntos decisivos. Cada juego se vive con la angustia de lo irreversible. Cada minuto que pasa es un tributo a dos tenistas que protagonizan intercambios estremecedores en un bello contraste de estilos: el revés a una mano del suizo contra el de doble empuñadura del serbio; la pelota pesada de Wawrinka contra el veloz balín de Djokovic; los gritos del número ocho contra los aullidos del número dos. En la hora de los lobos, cuatro horas justas de partido, el que sonríe es Stan The Man Wawrinka (2-6, 6-4, 6-2, 3-6 y 9-7), que destrona al campeón defensor e impide que logre su quinto título en Melbourne.

El serbio llevaba 28 victorias seguidas, todas desde la final del Abierto de EEUU 2013

“Luché y luché”, dice aún sobre la pista el número ocho, que perdió 12-10 contra el número dos en Melbourne 2013 y también con él en el quinto set en Nueva York 2013. “Estaba muy centrado en ir punto a punto, en intentar ser agresivo, en no rendirme, en luchar, luchar y luchar”, añadió. “Tenía calambres, por la dureza del partido y los nervios. Ahora, a la bañera de hielos”, cerró tras citarse con el checo Tomas Berdych, verdugo de David Ferrer en cuartos.

A partir del segundo set, Wawrinka juega un partido para valientes. Djokovic le abre la puerta de forma sorprendente. Pese a que va por delante en el marcador, el serbio empieza a refunfuñar, mira a su banquillo, escupe venablos por la boca y acumula errores. Imposible reconocer en ese tenista desenfocado al campeón de 2011, al titán de 2012 y al orgulloso número uno de gran parte de 2013. Sus zapatillas chirrían sobre el cemento de Melbourne mientras busca los apoyos adecuados. Sus restos sobre el segundo saque se hunden mansamente más allá de la línea de fondo. Sopla el viento frío por la Rod Laver y la actuación de Nole congela a los suyos. El fuego es de Wawrinka, cuyos tiros queman la pista.

Djokovic lamenta un error durante el partido ante Wawrinka
Djokovic lamenta un error durante el partido ante WawrinkaQuinn Rooney (Getty)

El suizo crece a partir de su servicio, con el que construye una infranqueable muralla. Con el primero dispara a la velocidad de los cometas. Con el segundo encuentra siempre el lugar adecuado y la altura perfecta (kick, es el efecto) para clavarle al número dos una daga en el costado. Para Djokovic el problema en el resto es doble: al disgusto por el punto perdido se suma la frustración de que se le niegue una de sus armas más distinguidas. Pierde el segundo y el tercer set sin tener una mísera bola de break. Se desespera. Mira a su banquillo y vocifera mil demonios mientras Boris Becker, su técnico, parece el convidado de piedra.

La solución para el tenis de Wawrinka no está en la cabeza del alemán. El suizo juega desatado. Se atreve a atacar la red. No tiembla cuando las defensas del serbio le citan una y otra vez con la responsabilidad del remate. Juega largo, larguísimo, con una precisión robótica que acula a Djokovic contra la valla y le deja con los ojos desorbitados. Es tenis de una extrema belleza, porque a la ductilidad del revés a una mano le añade la fuerza de un leñador con la derecha. Es tenis de escuadra y cartabón, porque Djokovic intenta encerrar a Wawrinka sobre el revés, y Wawrinka salir de ese calabozo al que le quiere condenar Djokovic. Es, finalmente, un golpe de suerte el que decide que cambie el partido: con 4-3 y 40-40 en la cuarta manga, el número dos pega un resto desequilibrado, con los ojos cerrados y el norte perdido… que acaba suavemente sobre la línea. Al convertir la bola de break, saca por el parcial y se lleva el partido a la quinta manga.

Y ahí, entre raquetas tiradas al suelo, aullidos cantados al cielo y golpes tremendos, se incendia el partido. Nole suma el break y Wawrinka lo recupera inmediatamente. Con el marcador igualado, las semifinales son ya cuestión de cabeza y corazón más que de raqueta. Sin duda eso debe favorecer al número dos, que eliminó a cinco sets al número ocho Melbourne y Nueva York 2013. Sin duda ahí quien tiene que graduarse es el serbio, campeón de seis grandes, y que llevaba 28 victorias seguidas (todas desde la final del Abierto de EEUU 2013), enfrentado a un tenista con fama de blando. Y ocurre lo contrario. Con un tembleque antológico desde el 8-8 y 30-30, el campeón de seis grandes entrega su corona, rota la voluntad por los tiros de Wawrinka. Australia espera a un campeón nuevo.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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