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Nadal, maestro en escapismo

El español, desenfocado, llega a semifinales, donde le espera Federer, tras domar 3-6, 7-6, 7-6 y 6-2 a Dimitrov en un duro partido

Juan José Mateo
Nadal golpea la pelota durante el partido ante Dimitrov
Nadal golpea la pelota durante el partido ante Dimitrov GREG WOOD (AFP)

De cuclillas y con la mandíbula desencajada, Rafael Nadal celebra que acaba de volver al partido: un pasante impensable, golpeado de espaldas a la red y ya junto al juez de silla, le permite empatar a un set el duelo de cuartos que le enfrenta al espléndido Dimitrov, Baby Federer, que le dicen. Hasta entonces, y durante dos sets ramplones, el mallorquín pena para moverse, en consecuencia golpea mordidos todos sus tiros y llega a regalar con tres dobles faltas (¡tres!) el break de ventaja que se procura en la segunda manga. El búlgaro, que luego tiene tres bolas de set (¡tres!) para apuntarse el tercer parcial, aprovecha para enseñar en la pasarela de la central todas sus virtudes: velocidad de ejecución, magnífico primer servicio. Resulta, sin embargo, que está aún demasiado tierno, que un Nadal regular es mucho Nadal, y que para ganar al zurdo de Manacor con revés a una mano hay que llamarse Roger Federer, y a veces ni con eso sirve. Así, con la mano izquierda vendada por las ampollas y el tacto totalmente perdido en el drive (47 errores no forzados), el mallorquín llega (3-6, 7-6, 7-6 y 6-2) a semifinales, donde jugará con Roger Federer (6-3, 6-4, 6-7 y 6-3 a Andy Murray).

"Las vendas en la mano me afectan especialmente en el servicio, cuando tengo que empuñar la raqueta", explicó el español sobre sus siete dobles faltas y su baja media de 168 kilómetros por hora, con baches de hasta 137. "La ampolla está mucho mejor, pero necesito jugar con protecciones para que no empeore"

Las vendas en la mano me afectan especialmente en el servicio, cuando tengo que empuñar la raqueta

Con el armado de la jugada desdibujado por sus malos agarres (“Las ampollas no le molestan más que ante Nishikori, aunque juega con protección, pero no son el problema”, afirmó el doctor Cotorro), y quizá alterado por la eliminación de Novak Djokovic, que de sopetón le otorga toda la responsabilidad de levantar el título, el número uno mundial a veces casi pierde hasta los nervios. El ruidoso grupo de búlgaros que celebra cada punto de Dimitrov con palmas, gritos y silbatos, sin importar que vengan de sus aciertos o de los fallos del contrario, acaba por irritarle hasta el punto de llevarle a dialogar con el juez de silla (“Gritan en cada punto. En cada fallo. Y eso no puede ser. Es una falta de respeto tremenda”, dice el mallorquín). Aprieta el sol y sopla un viento frío que mueve la pelota e incomoda a los tenistas. “¡Bulgaria! ¡Bulgaria!”, chillan el puñado de búlgaros mientras agitan sus banderas. Nadal nunca encuentra su sitio en el encuentro. Siempre lo disputa cuesta arriba.

El campeón de 13 grandes entrega su primer servicio, Dimitrov se pone 2-0, y la primera manga se marcha en un suspiro de media hora. Ruge el búlgaro, todo un talento, mientras sueña con hacer suyo el partido, con sus primeras semifinales grandes, con volver a derrotar a un número uno, como ya hizo en 2013 con Nole cuando era él quien estaba en el trono. Ve Dimitrov, además, que Nadal hoy no es de granito, que hay grietas en su armadura, que las murallas de su juego se desgajan abiertas en vías de agua. De error en error, parado de piernas, romo de golpes, especialmente cuando intenta rematar con el drive corto, el español le da vidilla al búlgaro, que por lo demás ya se busca su suerte con algunos golpes estupendos (16 aces y 54 ganadores). A veces, el número uno juega corto, cortísimo, y le cuesta que su bola supere el cuadro de saque.

Nadal cede break de ventaja en el segundo y en el tercer set. Tiene que enjugar una bola de set en contra con su saque en ese último parcial (5-6 y 30-40) y luego desaprovecha dos veces un minibreak de ventaja en el desempate de esa manga, lo que deja al búlgaro sacando para conquistarla. Que Nadal sume esos dos parciales en esas circunstancias adversas se explica por dos cosas: Dimitrov, de 22 años, tiembla ante la leyenda del tenista que todo lo remonta (¡cómo echa fuera la pelota en el punto de set que tiene en el tie-break del tercer set! ¡cómo llora tras el duelo!); y Nadal, con todos sus borrones, jamás deja de competir, de buscar y buscar, de luchar hasta que aparecen esos golpes con los que marca la diferencia.

Así, el número uno emerge victorioso de los cuartos, animado por un cuarto set en el que se le vio mejorado y con la mano izquierda quizás aún más dolorida: para llegar a la final, Nadal tendrá que aligerar las piernas, dulcificar el tacto, afilar el drive y afinar el servicio. El corazón, la ambición, el deseo y la competitividad, le sobran. Tiene un talento innato del que muy pocos campeones pueden presumir: gana hasta jugando tramos del partido mal.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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