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Mike, el narizotas

Summerbee, embajador del City y amigo de Best, vuelve al estadio donde jugó en 1974

Mike Summerbee charla con EL PAÍS en el Etihad Stadium.
Mike Summerbee charla con EL PAÍS en el Etihad Stadium.alejandro ruesga

A Mike Summerbee le llamaban el narizotas, por razones obvias. Aún se ríe hoy cuando lo recuerda. “Los fans del Everton eran especialmente ingeniosos al cantarme sobre mi nariz”, dice. Hoy volverá al Camp Nou, donde estuvo en 1974 como futbolista del City, club del que es embajador mundial. No es para menos. Mike, el narizotas, es toda una institución en el equipo blue. Y sigue riendo al recordar: “Summerbee, Summerbee, caminé un millón de millas en la punta de tu nariz”, le cantaban en el campo del United. “En realidad no me molesta, me lo tomé como un cumplido. Les gustaba burlarse de mi nariz, pero de modo agradable. Recuerdo un día que salí al campo de Goodison Park con una nariz de plástico. Todos aceptaron la broma”.

Si algo le convierte en leyenda, más allá de sus galopadas por la banda del viejo estadio del City o su presencia en el Mundial de 1970 con Inglaterra, son sus andanzas con George Best por Manchester. El mítico futbolista nacido en Belfast, jugador del United, es el padrino de bodas de Mike. Nunca se vio una foto como esa. Dicen que la tarde que se conocieron los dos miraban a la misma chica y que, con el tiempo, compartieron a cientos. No es casual que Mike cargara con el féretro del genio irlandés hace nueve años. Hay cosas que ni la muerte rompe.

“Teníamos un pacto para los derbies: George no me tiraba caños y yo no le daba patadas”

Mike y George eran amigos y de ellos se explican batallas que llenan de risas las sobremesas en Manchester. Cuenta la leyenda que al salir de los bares, a ellas les vendaban los ojos, las subían al coche y las llevaban al apartamento que compartían de solteros. Luego, todavía a ciegas, las devolvían al pub. “Así nunca podían volver”, apuntan. “Solo había una habitación, de manera que había que correr para ocuparla primero. El problema es que George siempre llegaba antes que yo”, dice entre risas. Fueron dos tipos que se entendieron por encima de sus colores.

“Teníamos un pacto para los derbies. Él no me tiraba caños y no me hacía quedar como un estúpido y yo no le daba patadas para no dejarle marcas en las piernas y así podíamos salir por la noche sin problema”, se ríe Summerbee. Eso fue lo malo, o lo bueno, según se mire: que se rieron de lo lindo. Pero Mike sabía irse a casa antes de que el sol le avisara de que había llegado la mañana y a George la noche nunca se le acababa. “Temí por él todos los días de mi vida por el camino que compartimos durante esos años increíbles. Fue tan brusco... Le amaba y los días que pasamos juntos serán siempre un recuerdo maravilloso, pero George era George, ingobernable. Me han dicho a menudo que el suyo es el precio que debe pagar un genio”, rememora con cariño y el dolor del que perdió a un amigo en el camino.

Best y Summerbee en una camilla.
Best y Summerbee en una camilla.

Nacido el 15 de diciembre 1942, en Preston, Summerbee debutó como profesional con el Swindon Town en 1959 a los 16 años. Jugó más de 200 partidos con el club de Wiltshire y marcó 38 goles. En 1965 el entrenador del Manchester City Joe Mercer le fichó por 35.000 libras. Era un extremo derecho con buena llegada, tan valiente como fino, y protagonizó una época gloriosa de los citizens al ganar cuatro trofeos en tres temporadas entre 1968 y 1970. Con el City jugó más de 400 partidos.

Buzzer (timbre en inglés), como lo apodaban sus compañeros de equipo, era famoso por arrear a los defensas antes de saludarles y asegura que el momento más feliz de su vida coincide con su primer partido internacional con Inglaterra, ante Escocia, el 24 de febrero de 1968. “Lo que más ha cambiado en el fútbol es el césped”, asegura desde la grada del Etihad Stadium. “Mira eso”, dice señalando al tapete. “Yo jamás jugué en un campo tan bien cuidado”. En Manchester aún se presume de camisa si en el cuello lleva la firma del que fue extremo blue. Aunque hace años que cerró la tienda que tenía en el centro de la ciudad con su amigo Best, todavía se comercializan prendas con su nombre, que no se pronuncia en vano: incluso asoma en la película Evasión o Victoria junto a Pelé. Pero no es de eso de lo que está más orgulloso: “En mi carrera me enfrenté a los mejores jugadores de mi generación, pero la batalla contra el cáncer de próstata ha sido el mayor desafío de mi vida”. Ese partido también lo ganó el narizotas.

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