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La ironía del superviviente

Ancelotti afronta con humor y mucha calma su partido más importante en Chamartín

Diego Torres

Carlo Ancelotti se peina con peine, como los señores de posguerra, y se traza una raya al costado. Su melena ha cambiado de color, pero no de forma, a lo largo de los últimos cuarenta años. Hay muy pocos signos de vanidad en la figura generosa de este hombre que se crió en el campo, en Reggiolo, pero que prefiere los placeres que brinda la ciudad. Goces mundanos y más o menos populares, como el fútbol. Como ver un clásico en vivo. “Antes pagaba la entrada para ver un Madrid-Barça”, recordó ayer, con una sonrisa afable; “esta vez tengo la suerte de que mañana no pagaré. Por eso estoy contento”.

Ancelotti es una apuesta personal de Florentino Pérez, pero el presidente del Real Madrid, salvo con Mourinho, se ha volcado más bien poco en brindar su apoyo a los entrenadores. En el palco del Bernabéu el entrenador italiano es un hombre bajo permanente escrutinio, continuamente exigido por reclamos que podrían condicionar su labor.

La mayoría de los jugadores examinan con detenimiento la sinergia entre la directiva y Ancelotti porque se malician influencias incontrolables. Quisquillosos por naturaleza, los jugadores no se acaban de fiar de nadie. Tampoco de Ancelotti. De modo que el entrenador permanece más bien solo. Solo pero seguro. Con el bagaje de sabiduría campesina que incorporó en Reggiolo; con las lecciones de sus maestros, de Nils Liedholm y Arrigo Sacchi; y con una experiencia de supervivencia única en instituciones hipertrofiadas. Probablemente no haya cultura más completa que la italiana para dotar a un hombre de las herramientas necesarias para afrontar con éxito el caos inherente a la humanidad. Esta noche, además de todo esto, Carlo Ancelotti deberá medirse al Barcelona de Messi.

“Naturalmente", dijo, “como atmósfera, preparar este tipo de partidos es una motivación, una emoción y una presión muy grande. Esto es la sal de la vida de un entrenador. A muchos entrenadores les gustaría estar en mi lugar en este momento. A mí me hace feliz vivirlo y espero hacerlo lo mejor posible, cometiendo tan pocos errores como sea posible”.

A sus 54 años Ancelotti se ríe de sí mismo. Ironiza con las verdades incontestables: es imposible no cometer errores en un clásico. Al contrario que sus famosos colegas megalómanos, que son multitud, él sabe que no es perfecto y así lo anuncia en público. Lo dice y sabe que lo estará escuchando su presidente. Florentino Pérez ha criticado en varias oportunidades las decisiones que tomó Ancelotti en el partido del Camp Nou, principalmente poniendo a Sergio Ramos como mediocentro.

La última vez que Ancelotti disputó un título contra el Bacelona fue en la vuelta de las semifinales de la Liga de Campeones, hace un año. Entonces el técnico asistió a la eliminación de su equipo, el PSG, a manos de un rival mermado. Casi tan disminuido como ahora, con sus figuras alejadas de su mejor versión y a cuatro puntos por debajo en la clasificación de la Liga. En su libro, Mi Árbol de Navidad, lo recuerda con pesar: “Si debo motivar la eliminación diré que pecamos de una excesiva aprensión psicológica. Estábamos demasiado atemorizados, bloqueados por el valor expresado por el Barça en años anteriores, sin comprender lo que de verdad se evidenciaba en el campo”.

Puede que Ancelotti piense que debió estimular más a los jugadores del PSG. En cuanto al Real Madrid, cree lo contrario. Observa cierta sobreexcitación en la tropa y pide calma. “Tenemos que crear el ambiente más tranquilo posible”, dice.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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