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El Atlético se confirma en La Catedral

El líder remonta el gol inicial de Muniain y tumba al Athletic en una demostración de solidez Los tantos de Diego Costa y de Koke mantienen a los colchoneros en lo más alto de la Liga

Koke marcade cabeza el segundo gol del Atlético
Koke marcade cabeza el segundo gol del Atléticoalfredo aldai (EFE)

Al Atlético le entraron las prisas nada más despertarse, como cuando no has oído el despertador y el segundo timbrazo te rompe los oídos y te sobresalta, y te tropiezas con la puerta del váter. Muniain le había arrancado las legañas con las uñas afiladas, tan finas que rasgó las cortinas de Courtois como se araña la seda, con delicadeza, con un dedo, después de haberle sacado los colores a Juanfran, remolón en la banda derecha, tan somnoliento que no se dio cuenta del magnífico pase de área a área de San José. Su despertador sonó tarde y cuando saltó de la cama, Muniain ya se había desayunado a Courtois. Hizo el gesto perfecto y su dolor de espalda se lo traspasó a Juanfran y al sorprendido meta belga, que no esperaba las tostadas tan pronto. Y Muniain se las comió, con la ligereza de la mantequilla y el sabor de la mermelada.

ATHLETIC, 1 - ATLÉTICO, 2

Athletic: Iraizoz; Iraola, San José, Laporte, Balenziaga; Iturraspe; Susaeta (Guillermo, m. 71), Mikel Rico, (Beñat, m. 82) De Marcos (Toquero, m. 77), Muniain; y Aduriz. No utilizados: Herrerín, Erik Morán, Etxeita y Saborit.

Atlético: Courtois; Juanfran, Miranda, Godín, Filipe; Sosa (Arda, m. 56), Suárez, Gabi, Koke; Raúl García (Cebolla Rodríguez, m. 82); y Diego Costa (Villa, m. 90). No utilizados: Aranzubia, Tiago, Anderweireld y Diego.

Goles: 1-0. M. 5. Muniain eleva por encima de Courtois. 1-1. M- 21. Error de Iturraspe en el pase y Diego Costa bate a Iraizoz. 1-2. M. 55. Koke, de cabeza.

Árbitro: Teixeira Vitienes II. Amonestó a Gabi, Godín, Iturraspe y Laporte.

Nuevo San Mamés: 35.000 espectadores.

Ya despierto, sonó la campana y el ejército de Simeone se puso el uniforme y comenzó la maniobra. Sabía el Athletic que la pugna entre San José y Diego Costa era más desigual que una carrera entre un fórmula 1 y un tractor, que cada carrera era un viaje al infinito, un agujero negro en la defensa del Athletic, que tarde o temprano debía devorar a los astronautas rojiblancos. Aún así, Valverde prefirió mantener su defensa adelantada, sometiendo a Laporte y a San José a una resistencia imposible. Diego Costa salió de la ducha fría del gol de Muniain con el primer mano a mano con Iraizoz que el portero salvó con reflejos. Era una tarjeta de visita, emborronada, algo sucia, pero tarjeta a fin de cuentas. En el primer duelo, la primera bala la disparó Diego Costa. Era el anuncio de una metralleta, aunque el primer disparo fuera fallido. El Atlético no dio un paso adelante, simplemente rodeó el balón, se juntó, lo amaestró siempre mirando hacia adelante, a sabiendas de que ese tesoro con media pradera vacía ante los ojos de Diego Costa, tenía el trabajo medio hecho. Era una sensación extraña: dominaba el partido, el balón, el tiempo... y jugaba al contragolpe. Y en una de esas, una más, llegó el anunciado gol de Diego Costa. Cierto que promedió un error en el pase atrás de Iturraspe, pero podía haber sido en cualquier otra acción. San Mamés enmudecía cada vez que el brasileño pisaba el acelerador.

La constancia y la solidaridad del Atlético en todas sus líneas tenía a su favor la multitud de errores en el pase de los jugadores del Athletic, con el agravante de que cada pérdida suponía una respuesta peligrosa por parte de los de Simeone. Tanto fue así que la tendencia derivó en sacarse la responsabilidad de los pies con centros previsibles de los que levantan al público y aquietan a los centrales.

El Athletic, que había nacido con músculos poderosos, se volvió una miniatura

Es difícil que dos equipos jueguen a la contra y, sin embargo, en esta extraña guerra, los ejércitos iban a la emboscada. Una escaramuza rojiblanca la malgastó De Marcos con la inocencia de un recluta y después, en el breve espacio de unos minutos, Raúl García malgastó otro mano a mano; y a renglón seguido otro balón cruzado lo tocó Aduriz para Susaeta, que venía con el acelerador suelto cabecease por encima de Courtois, pero fuera.

Era una polémica entre el álgebra y la intuición. El medio campo del Atlético sabía cuál era su ecuación: robar, mover rápido y buscar las correrías de Diego Costa. La ecuación solo tenía una incógnita: si la puntera afilada del brasileño encontraba la red o solo la miraba. El Athletic, que había nacido con los músculos poderosos y alargados, iba poco a poco convirtiéndose en una miniatura, rabiosa, pero miniatura, como si el peligro que asumía en defensa le fuera minando la moral. Diego Costa volvió a fallar una ocasión y luego Laporte le hizo un penalti que Teixeira Vitienes no quiso ver. El partido le venía tan grande que a menudo se tapó los ojos, como cuando se puso la venda para no ver un empujón de Arda a Toquero en el área.

El partido le venía tan grande a Teixeira Vitienes que a menudo se tapó los ojos

Entre medio, el Atlético había hecho su trabajo. Uno de sus múltiples despliegues partiendo del centro del campo encontró los cables perfectos para llegar al área pequeña: toque al centro, para que la alargue a la banda Koke, la recoja Filipe Luis, desprotegido, y al remate de cabeza Koke en el primer palo. La ecuación estaba resuelta y el liderato también, aunque el gato rojiblanco tiene muchas vidas, las que le da un corazón enorme especialmente en las adversidades. El último tramo del partido le devolvió al Atlético a la pesadilla del inicio, porque De Marcos, otra vez recluta, mandó a las nubes de la Catedral un pase con lazo de regalo incluido de Aduriz. O porque el propio Aduriz cazó en el aire un centro desde la derecha que exigió lo mejor de Courtois.

La desesperación rojiblanca se convirtió en agobio para los amarillos de Simeone, quizás cansados, quizás precavidos, quizás asustados, quizás superados por el empuje más que por el fútbol del Athletic. Lo cierto es que el miedo se le metió en el cuerpo y le salió el espíritu conservador ante los retos que le esperan.

El de ayer no era menor, menos despertando a destiempo. Al Athletic le pudo el espejismo del gol de Muniain. Lo que tenía que tranquilizarle, que juntarle en el campo, tuvo el efecto contrario, le alborotó y le procuró un estado de ansiedad, lo que ante un equipo que ha hecho de la solidez su particular concepción de la belleza, es una invitación al suicidio. Es lo que tienen los espejismos: que no solo engañan, también deslumbran. Y el Athletic se quedó ciego cuando el Atlético abrió los ojos para mantener en lo más alto el pulso de la Liga.

Diego Costa se queja durante el partido.
Diego Costa se queja durante el partido.Alfredo Aldai (EFE)

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