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Una pareja a la contra

Adrián, sustituto de Costa, y Villa, explotan los espacios cedidos por la zaga azulgrana

Ladislao J. Moñino
Adrián y Villa marcan a Neymar.
Adrián y Villa marcan a Neymar.CURTO DE LA TORRE (AFP)

Por las costumbres y también por los horarios laborales, imponer una hora en un estadio a una afición, con calor y terrazas de por medio, se antoja complicado. Así que cuando Thibaut Courtois saltó al campo para realizar su calentamiento no habría ni 5.000 seguidores rojiblancos ocupando su localidad, pese a que desde el club se había citado a la grada a las ocho en punto. Para cuando saltó el resto del equipo, pocos minutos después, el fondo sur ya estaba completo. Con el rojiblanco de fondo total, con un tributo a la filosofía Aragonés —“ganar y ganar…” se leía en el esquinazo del fondo norte y “volver a ganar” en el rincón de enfrente—, los hinchas locales recibieron la salida de los dos equipos. Tronaba el Aleeeti, Aleeti, y abajo, al fondo del túnel, Diego Costa arengaba a sus compañeros. Ni siquiera se vistió. Con tanto por jugarse en el próximo mes, Simeone pretendió correr los menos riesgos posibles con su jugador más determinante.

Entre los dos se toparon tres veces contra los palos de la portería de Pinto

Tal y como anunció el técnico en la previa, el sustituto de Costa fue Adrián y le acompañó Villa. Dos futbolistas y sus circunstancias, una pareja, pero dos mundos en sí mismos. El de Adrián es uno de esos casos de una eterna espera, con el matiz de que el único que ha aguardado ha sido su entrenador. A Simeone le saltó ya en el Camp Nou el chivato lógico del entrenador, pese a que llegó a no citarle durante seis convocatorias antes de hacerlo reaparecer ante el Villarreal. Necesitaba velocidad para amenazar y hacer daño al Barça.

Tiró El Cholo de un futbolista consciente de que su rehabilitación era una apuesta a todo o nada por la trascendencia del partido. También el jugador pareció entender el contexto en el que jugaba, muy espabilado desde el inicio para recibir las prolongaciones de cabeza de Raúl García. En la primera que corrió, le ganó la espalda a Bartra y Alves y descerrajó un zambombazo al larguero. El rechazo terminó en otro centro lateral que el propio Adrián tocó de cabeza para que Koke lo empujará a la red: un gol que hizo reventar la caldera del Manzanares. Duró en el campo Adrián una hora. Al ser sustituido, Simeone le dio el abrazo del entrenador que no se siente defraudado.

Villa fue protagonista de esas imperfecciones perreras del fútbol. Dos cañonazos suyos que hicieron retumbar los palos de Pinto se colaron en medio de su titánico esfuerzo. Cuando pudo, en los espacios cortos, trató de ratonear y se desplegó bravo hacia adelante. Trató de acompañar las contras y también de liderarlas cuando Adrián ya no estaba en el campo. En uno de esos acompañamientos, tras haber provocado él mismo el contragolpe, Gabi optó por culminarlo en vez de buscarle. Pinto evitó el gol y esa fue ya el penúltimo esfuerzo de un jugador modélico desde la aceptación de un rol que no tiene nada que ver con su palmarés. Para él, además de todo lo que pudiera aportar, el partido era una ventana de su tren al Mundial. Corrió, atacó y enseñó el pedigrí competitivo con el que lo ha ganado todo. Le reemplazó el Cebolla Rodríguez por la misma teoría de la velocidad y la contra por la que Simeone había construido una pareja crucial en el pase a semifinales 40 años después.

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Sobre la firma

Ladislao J. Moñino
Cubre la información del Atlético de Madrid y de la selección española. En EL PAÍS desde 2012, antes trabajó en Dinamic Multimedia (PcFútbol), As y Público y para Canal+ como comentarista de fútbol internacional. Colaborador de RAC1 y diversas revistas internacionales. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Europea.

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