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Los 96 mártires de Hillsborough

El fútbol inglés rememora el 25 aniversario de la tragedia de Sheffield que marcó al Liverpool y años después al Gobierno británico, que manipuló las pruebas

Los aficionados invaden el césped para evitar ser aplastados.
Los aficionados invaden el césped para evitar ser aplastados. pa

En el fútbol no hay colores a la hora de las desgracias. La Premier se ha convertido este fin de semana en un gemido unánime de dolor al recordar a los 96 hinchas que murieron innecesariamente hace 25 años, el sábado 15 de abril de 1989, en el estadio de Hillsborough, en Sheffield. Eran hombres, mujeres y niños que estaban allí para ver a su equipo, el Liverpool, jugar las semifinales de la Copa de Inglaterra contra el Leeds y que murieron casi todos ellos aplastados porque había el doble de público de lo permitido en la general de pie detrás de una de las porterías.

El sábado, 96 camisetas del Liverpool ocupaban otros tantos asientos vacíos en la semifinal de Copa entre Arsenal y Wigan. En otros campos se guardó un respetuoso minuto de silencio y jugadores y entrenadores lucieron brazaletes negros. Todos los partidos empezaron siete minutos después de la hora oficial de comienzo, para recordar que aquel fatídico partido que duró tan solo seis minutos: en ese momento, un policía entró corriendo en el césped par advertir al árbitro de la tragedia que estaba ocurriendo en un fondo. En Hillsborough, el reloj del viejo estadio se paró a esa hora, seis minutos después de las tres, en memoria de las víctimas.

Ningún policía fue condenado y ahora se ha abierto un nuevo juicio que durará años

Como es tradición, las semifinales, como la final, se juegan a partido único en campo neutral. Aquel partido era la revancha de la misma semifinal, jugada el año anterior en el mismo escenario, el vetusto estadio de uno de los clubes con más solera del país, el Sheffield Wednesday, fundado en 1867. El año anterior, el Liverpool había ganado por 2-1. En aquel primer partido, en 1988, ya se habían detectado problemas porque las gradas estaban abarrotadas. Pero, en lugar de tomar medidas adicionales para evitar esos problemas, la policía de Sheffield puso al frente del operativo de seguridad a un oficial que apenas tenía experiencia en el control de masas en eventos deportivos, el inspector jefe David Duckenfield.

En aquel estadio, sede del Wednesday desde 1899, había tan solo 23 tornos para controlar la entrada de más de 24.000 hinchas del Liverpool con entrada. Miles de ellos tenían que dirigirse hacia sus localidades por un estrecho pasillo que compartían lo mismo los que iban al llamado gallinero, en la gradería a ras de suelo detrás de la portería, que los que tenían asiento en la gradería del primer piso.

Había nervios en la hinchada del Liverpool por los atascos que se habían encontrado en el viaje por carretera hasta Sheffield y por la lentitud en los accesos al estadio. Con atascos dentro y fuera del estadio, muchos optaron al entrar por dirigirse a la gradería más cercana, los dos gallineros centrales detrás de la portería. Allí llegaron a entrar más de 3.000 espectadores a pesar de que sólo había espacio para 2.000 y legalmente solo podía haber 1.600 por razones de seguridad.

A las 2.40 horas, 20 minutos antes de la hora de comienzo, las gradas centrales estaban ya llenas pero fuera quedaban miles de hinchas que querían entrar. La policía parecía más preocupada por lo que pasaba fuera que por lo que ocurría dentro y envió refuerzos a caballo. Un oficial sugirió que se retrasara el comienzo del partido, como se había hecho dos años atrás en ese mismo escenario, pero el mando no lo consideró necesario a pesar de que las cinco cámaras de seguridad con zoom instaladas en la zona debían estar mostrando los agobios que sufrían los espectadores en los gallineros centrales. Las rejas que separaban al público del césped impedían a la gente escapar de los apretujones.

En un fondo llegaron a entrar 3.000 personas, cuando solo podía haber 1.600

A la 2.52, el jefe del operativo se quedó "helado" cuando el policía al mando de la zona que daba acceso desde la calle a esas graderías le advirtió de que la congestión era tal que podía haber muertos. Dickenfield ordenó entonces la apertura de una puerta para facilitar la entrada de los hinchas que estaban fuera, una decisión que hizo empeorar la situación dentro.

El partido empezó con puntualidad, sin que árbitro y jugadores supieran lo que ocurría. Los movimientos en la grada hacían pensar a la policía que se preparaba una invasión del campo y pidieron refuerzos con perros policía para controlar esa posible invasión. Un tiro al palo en el minuto 4 en la portería opuesta agravó aún más el agobio en la fatal gradería del fondo Oeste. Dos minutos después, la policía se dio cuenta por fin de lo que está ocurriendo y ordenó parar el partido y abrir las pequeñas puertas que permitían atravesar las rejas y acceder al césped.

La gente empezó a escapar. Unos, hacia el campo. Otros, encaramándose a la grada superior con la ayuda de los que estaban arriba. A falta de sanitarios, la gente movía a los heridos utilizando los anuncios a modo de camilla. Al final, el balance fue de 96 muertos (sólo 14 de ellos fallecieron en el hospital), casi 800 heridos y miles de hinchas traumatizados para siempre.

Aquella tragedia, tan solo cuatro años después de la de Heysel, afectó al Liverpool para siempre coincidiendo con un declive deportivo del que tan solo ahora parece empezar a salir. Y abrió una herida entre los hinchas y la policía que aún no ha supurado. Aunque señalados con el dedo de la torpeza y la más que fundada sospecha de que manipularon pruebas para dirigir la culpa de la tragedia hacia los hinchas, ningún policía fue condenado en el primer juicio. Ahora, aquella tragedia acaba de volver a los juzgados. Este nuevo juicio se espera que dure varios meses.

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