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De Vallecas al cielo de Europa

El Athletic golea al conjunto de Paco Jémez y asegura el cuarto puesto que da acceso a la Liga de Campeones

Iraizoz ayuda a retirar la cantidad ingente de papeles que se lanzaron y retrasaron el inicio del partido.
Iraizoz ayuda a retirar la cantidad ingente de papeles que se lanzaron y retrasaron el inicio del partido.Juan Carlos Hidalgo (EFE)

Teorías aparte, los objetivos elevan la moral. A fin de cuentas, la vida se construye a base de objetivos y el fútbol no circula en sentido contrario. Al Athletic, con velocidad de crucero, le quedaba un objetivo, y no de los pequeños, y el Rayo, con un sprint larguísimo, había llegado a su destino, no menos pequeño. La Champions para uno y la permanencia para otro eran estanques dorados de una carrera de fondo. El Athletic tenía tres etapas para alcanzar la meta, pero nadie avanza con el freno de mano echado, así que pisó el acelerador en Vallecas, donde reina la camaradería entre ambas aficiones (unos tres mil rojiblancos poblaron sus gradas) y se escapó como un routier en una clásica ciclista belga: a pedaladas profundas para regresar 16 años después a la previa de la Liga de Campeones.

RAYO VALLECANO, 0; ATHLETIC, 3

Rayo Vallecano: Rubén; Arbilla, Zé Castro, Gálvez (Seba Fernández, m. 68), Nacho; Trashorras, Saúl; Rochina (Embarba, m. 38), Bueno (Longo, m. 77), Falque; y Larrivey. No utilizados: Cobeño; Baena, Adrián y Mojica.

Athletic: Iraizoz; Iraola, San José, Laporte, Balenziaga; Iturraspe, Mikel Rico; De Marcos, Ander Herrera (Erik Morán, m. 83), Susaeta (Guillermo, m. 88); y Aduriz (Toquero, m. 84). No utilizados: Herrerín; Etxeita, Albizua y Beñat.

Goles: 1-0. M. 20. San José. 2-0. M. 30. De Marcos. 3-0. M. 74. Ander Herrera

Árbitro: Fernández Borbalán. Amonestó a Larrivey, Arbilla, Saúl, Zé Castro y Aduriz.

Unos 15.000 espectadores en Vallecas.

Por si el Rayo no le procuraba otras alegrías, los Bukaneros inundaron de papeles, al modo argentino, el área que iba a defender Iraizoz hasta convertirla en una playa de papel. Así que el asunto se demoró un cuarto de hora, el tiempo que se tardó en que reapareciera el verde bajo aquella enorme servilleta. Cuando eso ocurrió, Rayo y Athletic se dedicaron a reducir el campo a una franja central, dejando por detrás praderas inhóspitas que convertían a los porteros en llaneros solitarios. En esos casos o se posee una calidad técnica superlativa o el juego se hace largo. Y se hizo larguísimo, con los dos equipos queriendo clavar el cuchillo en la espalda de la defensa, algo más propicio para la muchachada de Valverde que para la de Jémez.

El fútbol en esas condiciones se hace impreciso. El del Rayo porque el Athletic no le dejaba salir de la cueva andando, sino volando, y eso anulaba tanto a sus dos medios centros como a sus dos extremos. El del Athletic, porque no le cogía la medida al campo: los pases eran larguísimos y cuando se acortaban se perdían. El Rayo se desesperó al perder su nombre y su apellido y el Athletic se creció.

Sabido es que los córners en el Athletic históricamente se celebran como un gol, siguiendo el viejo estilo inglés. A los veinte minutos, Susaeta lo sacó tocado, con la espiral habitual, y Rubén se fue a dar un paseo por el área, entre una nube de futbolistas. El error del portero del Rayo no desmereció el golazo de San José, rematando de espuela y poniendo el cuerpo en la posición perfecta para embocar el gol. Todas las carencias en el juego aéreo del Rayo se cosieron en esa jugada. Tampoco se anudaron diez minutos después en otro saque de esquina, también obra de Susaeta, que los franjirrojos defendieron inicialmente bien pero dejaron el posible rechazo más abierto que el mar. Y por allí navegó plácidamente De Marcos para colar el balón entre el cuerpo de Rubén y la hierba.

Los goles igualaron la placidez de objetivos de ambos equipos, pero para entonces el Athletic ya le había puesto el escudo y la firma al partido, y los grilletes al Rayo, donde Bueno, Trashorras o Rochina (sustituido a la media hora, made in Jémez) eran trashumantes sin destino. La estrategia del Athletic fue perfecta, llena de solidaridad y repartiendo los méritos en todo el colectivo: sin tenores protagonistas (pudo ser San José por su gol, Susaeta por su toque, Iturraspe por su colocación), el coro tuvo todos los colores posibles de voz. Si acaso, elevó la voz Herrera para hacer el tercero en un libre directo que se fue de poste a poste acariciando la red. Vallecas, más rojiblanco que nunca, en todos los sentidos, se convirtió en la puerta de entrada al jardín europeo. En la banda del Athletic, alguien reavivó recuerdos y nostalgias. Era Andoni Imaz, delegado del equipo, cuyo gol en Tbilisi en 1998 permitió el acceso a la fase de grupos. El tiempo pasa.

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