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HISTORIAS DE UN TÍO ALTO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Qué aprender del ‘caso Sterling’

Donald Sterling, durante un partido en el Staples.
Donald Sterling, durante un partido en el Staples. Mark J. Terrill (AP)

Hoy me despierta la indignación. Donald Sterling, el propietario de los Clippers, ha tenido un comportamiento racista. Pongo la grabación y oigo a un hombre de 80 años decirle a su amante mestiza que puede tener todo el sexo que quiera con negros mientras no lo difunda por el mundo. “La cultura”, dice, no está preparada para ello.

Desde luego, el hombre de la grabación no es alguien con quien me gustaría tomarme una cerveza. Es rico y arrogante, y, en general, parece un mal tipo. También está claro que la mujer con la que está es insulsa, boba y probablemente una cazafortunas, como dice la expresión. Apreciaría más el mundo si no supiese que existen.

Volviendo a la indignación. Veo cómo la gente califica los actos de este hombre de abominables, depravados, aborrecibles. La cosa continúa durante tres días. Entonces, el comisario de la NBA, Adam Silver, sube a la tribuna, y, con voz vibrante por su recién adquirida autoridad, expulsa a Sterling de la NBA. Acto seguido estalla el júbilo. Nos hemos salvado de un malvado. Se ha hecho justicia, y, además, rápidamente. Estamos curados.

No creo que Donald Sterling sea una buena persona. Pero sí creo que es importante ser capaces de imaginarnos a nosotros mismos en el lugar del otro.

Solo hay un problema: con el afán por castigar a Donald Sterling se olvidó que el propósito de este asunto no debería haber sido castigar a Donald Sterling. El propósito debería haber sido avanzar como personas, hacernos más tolerantes a las diferencias raciales y entender mejor nuestras propias ideas sobre la raza.

No se equivoquen: no creo que Donald Sterling sea una buena persona. Pero sí creo que es importante ser capaces de imaginarnos a nosotros mismos en el lugar del otro. Al fin y al cabo, ese tendría que ser el objetivo explícito de la mayoría de la gente “tolerante”. Entonces, ¿qué estoy diciendo? ¿Que me gustaría que hubiésemos podido reformar a Donald Sterling? No. Donald Sterling no se reformaría. Pero en algún lugar del mundo hay un hombre o una mujer cuyas ideas sobre la raza podrían haber cambiado si, en vez de gritar a Sterling, le hubiésemos hecho algunas preguntas.

Personalmente, me gustaría ser capaz de ver el mundo a través de un prisma perfectamente tolerante; poder dejar de lado las ideas preconcebidas y los prejuicios para pensar que todo el mundo es exactamente igual independientemente de la raza, la religión, el género o la estatura. También sé que no soy tan perfecto.

Y sé que la mayor parte de la gente es como yo. Cuando se trata de nuestras concepciones acerca de los que son diferentes de nosotros, a la mayoría nos vendría bien una mano amiga, alguien que nos guiase hacia un debate razonado de nuestros puntos de vista sobre esas diferencias y por qué son tan absurdos.

Pero en esta ocasión no lo hemos hecho. En cambio, hemos sacado las antorchas, hemos marchado hacia la casa, hemos gritado hasta que el hombre ha salido, y le hemos abierto la cabeza.

Claro que sí, luego nos sentimos mejor con nosotros mismos. Hemos dado una buena impresión a nuestros iguales. Pero no hemos ayudado a aquellos que más lo necesitaban: los que podrían haber aprendido algo bueno de alguien tan malvado.

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