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Un clásico muy poco clásico

Athletic y Real empatan un partido demasiado intrascendente (1-1)

Chory Castro pelea el balón con Mikel Rico
Chory Castro pelea el balón con Mikel RicoLUIS TEJIDO (as)

Antiguamente en Bilbao se estilaba ir al fútbol con café torero, Dios mediante, es decir, sin comer más que un par de pinchos, tomar unos vinos blancos, luego café, copa y puro... y al fútbol. Una tradición que la iluminación artificial sentenció y luego la televisión condenó. Quizás por eso, San Mamés parecía ayer una Noruega de media tarde, con el sol de medianoche en pleno apogeo, la tranquilidad del sol naciente del Athletic y la Real, clasificados para las competiciones europeas, y el resol que queda en las praderas, que tanto molesta cuando vas en coche y tanto se agradece cuando le das la espalda. Ni lo uno ni lo otro sentían los dos equipos vascos, circulando con el cruiser que te evita sorpresas con los controles de velocidad y te permite estirar las piernas mientras miras el paisaje de reojo. Si acaso en el duermevela a la Real se le iba de vez en cuando el acelerador y asomaba por la ventanilla un brazo con un pañuelo pidiendo paso. No había heridos, quizás un puntito de ansiedad por quitarse un par de fechas de julio y agosto de enrevesados viajes europeos. Las eliminatorias previas de la Europa League tienen algo en común con Eurovisión: es decir, la sorpresa es lo que importa, nada de melodías o poemas.

ATHLETIC, 1-REAL SOCIEDAD, 1

Athletic: Iraizoz; Iraola (De Marcos, m. 80), San José, Laporte, Balenziaga; Iturraspe; Susaeta (Albizua, m. 89, Mikel Rico, Herrera (Beñat, m. 84), Muniain; y Toquero. No utilizados: Herreríon, Erik Morán, Etxeita y Saborit.

Real Sociedad: Bravo; Carlos Martínez, Ansotegi, Íñigo Martínez, De la Bella Rubén Pardo (m. 71); Bergara, Zurutuza, Chory Castro; Xabi Prieto (Griezmann, m. 76), Canales (Agirretxe, m. 63) y Carlos Vela. No utilizados: Zubiarai, Elustondo, Granero y Zaldua.

Goles: 1-0. M. 49. Muniain. 1-1. M. 75. Agirretxe.

Árbitro: Del Cerro Grande. Amonestó a San José, Íñigo Martínez, Xabi Prieto, Zurutuza y Toquero

Unos 36.000 espectadores en San Mamés.

Y con esa actitud el clásico tomó ese tono de los duelos mortecinos, duelos caballerescos en los que no hay necesidad ni de matar ni de morir. Arrasate guardó sus balas para el último partido (contra el Villarreal), llámense Griezmann, Rubén Pardo y Agirretxe. Valverde puso todo lo que tenía salvo a Aduriz que en breve pasará por el quirófano. Pero en esa tesitura melodiosa, sin faltas que entorpecieran el camino, no había más ocasiones que las que daba algún agujerillo en el hormigón (algo de Vela, algo de Rico, algo de Begara). Y el reloj contaba las hojas muertas como van y vienen las olas en la marea baja.

Pero San Mamés lleno, aunque sea con café torero, perdona todo menos la paciencia. Y el Athletic le dio a la segunda parte el acelerón que prueba el grado de fiabilidad del vehículo en situaciones exigentes. Y Muniain que andaba zascandileando como las bombillas en la tormenta, enganchó su jugada, o sea, controlar con la izquierda, irse hacia adentro y rematar con el interior de su pie derecho apuntando al poste con el arco curvado de Robin Hood. Y el balón que se va al lateral de la red y besa todas las mallas, que decían los antiguos cronistas. La segunda mitad fue el reino de Muniain, firme sobre el césped, inquietante en sus quiebros, inteligente en las soluciones y castigo de Carlos Martínez, que deseó que Valverde diera descanso al muchacho de La Chantrea para tomarse un respiro.

Y sin embargo marcó Agirretxe en un contra bien conducida por Chory Castro que descerrajó el área. Ya moría el sol, pero quedaba un rayo que más que vida a la Real le daba ilusión y casi le garantizaba olvidarse de julio a expensas del partido contra el Villarreal. Era un clásico poco clásico, con notables signos de distensión. Hasta el árbitro se permitió el lujo de disfrutar de la campiña con errores intrascendentes, de esos que te desacreditan para empresas mayores. Fue un clásico menor, un ensayo más que un concierto y, quizás, todos contentos porque ya venían contentos y nadie les amargó una tarde de sol y café torero.

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