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Nadal no despeja dudas

Maniatado por Nishikori, el español no se impone hasta que el japonés se lesiona (2-6, 6-4, 3-0 y abandono)

Juan José Mateo
Nadal, durante el partido con Nishikori.
Nadal, durante el partido con Nishikori. SUSANA VERA (REUTERS)

Hay victorias que no despejan dudas. Rafael Nadal ganó por 2-6, 6-4, 3-0 y abandono de Kei Nishikori el Mutua Madrid Open, pero no pudo celebrarlo, porque el japonés le maniató durante set y medio (6-2 y saque para 5-3 en la segunda manga), hasta que cedió víctima de los dolores que sufría en la cadera. El primer Master 1.000 de la temporada para el número uno y su primer título en la gira de tierra llegaron de la mano de la peor actuación de la semana de Nadal, que desde el miércoles buscará revalidar el título que conquistó en Roma en 2013.

“Sé cómo se siente Kei, porque me pasó algo muy similar en la final del Abierto de Australia [perdió con una lesión de espalda] y sé lo complicado que es sentir que estás jugando bien, que las cosas van de cara y que pase esto. Lo siento mucho por él y le deseo que se recupere lo más pronto posible”, dijo Nadal, que le propinó un 6-0 a su contrario desde el 3-4 del segundo set. “La motivación de jugar en casa me ha hecho pasar un mal rato en el primer set, con demasiada ansiedad, porque lo que me da este público no me lo da ningún otro en el mundo. En el primer set me estaba pegando una paliza”, cerró el campeón. “Es una victoria injusta. No nos la merecíamos”, fotografió Toni Nadal, tío y entrenador del campeón, en los micrófonos de Antena 3.

Nishikori, atendido por el fisioterapeuta durante la final.
Nishikori, atendido por el fisioterapeuta durante la final.PIERRE-PHILIPPE MARCOU (AFP)

Nadal se ahogó en presión. Después de ganar los seis primeros puntos del partido (0-1 y 0-30), falló un resto sobre segundo saque que podía haberle dado triple bola de break y se descompuso. Con el partido aún en pañales, al campeón de 13 grandes se le vino el mundo encima. Desde ahí y hasta la retirada de Nishikori todo fueron malas noticias para él y buenas para su contrario. El número uno perdió la brújula. Se le pararon los pies, se le atenazaron las manos, la raqueta no encontró la diana y todo fueron negros presagios. “Fatal”, le decía a su banquillo. En esa primera manga no hubo batalla. No hubo peloteos. No hubo apenas puntos del mallorquín para el recuerdo.

Encadenado por un inicio de temporada en el que se le acumulan los disgustos —la final perdida en el Abierto de Australia, dos derrotas en cuartos de dos de sus torneos preferidos, Montecarlo y Barcelona—, a Nadal se le nubló la vista, cegado por el deseo y por las ganas de levantar los brazos y poder decirse que vuelve a ser el mismo. Lo que vio el público hasta que llegó la lesión fue a Nishikori ganando los puntos en un visto y no visto: pim, pam, pum y fuera.

El japonés, que desde hoy es uno de los diez mejores tenistas del mundo, impuso sus manos rápidas y repartió la pelota de esquina a esquina, convirtiendo a Nadal en lo más parecido a un hombre-parabrisas. Frente a eso, el español, disparado en los errores, tuvo mucho corazón y poco tenis.

En el primer set me estaba pegando una paliza Rafael Nadal

La transformación frente al tenista que había arrollado a Tomas Berdych en cuartos y a Roberto Bautista en semifinales fue radical. El spin del mallorquín, esa famosa rotación de pelota que había marcado el reencuentro con una versión más reconocible de sí mismo, desapareció con la rapidez con la que había vuelto. Su pelota no incomodó a Nishikori, rápido para montarse sobre la bola y producir ganadores desde lugares inverosímiles, a lo que le ayudó también que los tiros del mallorquín se quedaran cortos, mansos en el cuadro de saque. Nishikori, plantado sobre la cal en plan almirante, repartió el juego con la tranquilidad de quien tiene el timón del crucero. Nadal, cediendo pista, se marcó un maratón extenuante. Demasiado castigo. Imposible mantener así el mando que había logrado en los dos encuentros anteriores. Más cuando el drive del japonés volaba más que el suyo: 128 kilómetros por hora contra 114... hasta que la cadera de Nishikori dijo basta.

Frente al inicio de la gira de arcilla, Nadal ya tiene piernas y pulmones. También ha recuperado automatismos propios del juego en tierra. Las derrotas, sin embargo, le han quitado seguridades y cada dificultad inesperada se le hace un Himalaya. Él, que interpretó en positivo su derrota ante Novak Djokovic en la final del Abierto de Australia 2012, pese a haber tenido break de ventaja en la quinta manga del partido decisivo más largo de la historia (5h 53m), seguramente digerirá en positivo un triunfo como el madrileño, en el que acabó con la Copa en las manos pese a estar dominado casi siempre. Para empezar, ya deslizó un argumento sobre la pista: “Esta victoria me va a dar un poco de tranquilidad”.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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