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Nadal se reencuentra con la pasión

Tras levantar el pie en Montecarlo, el balear doma 7-6, 6-7 y 6-2 un duro duelo con Simon en su debut (3h 18m)

Juan José Mateo
Nadal, en una imagen de archivo.
Nadal, en una imagen de archivo. Emilio Naranjo (EFE)

Rafael Nadal gastó 3h 18m en derrotar 7-6, 6-7 y 6-2 al francés Gilles Simon, el número 30, para llegar a la tercera ronda del Masters 1.000 de Roma, donde hoy (16.00, Tdp) le espera el ruso Youzhny.

Al español, que tuvo break de ventaja en las tres mangas y punto de partido en la segunda, le costó un mundo defender cada una de las roturas conquistadas. Por encima de los méritos del francés (muchos) y de sus propias dudas (algunas), el número uno mundial dejó una lección de actitud, de deseo, coraje y hambre. Para el campeón de 13 grandes fue el reencuentro con una de las virtudes que ha definido su carrera. Igual que el hombre a la hora de afrontar el vértigo de salir de la caverna, el mallorquín era un tenista a la búsqueda de ese fuego que separa la victoria de la derrota. “Después de lo que pasó en Australia, ha sido un poco más duro para mí reencontrar la intensidad, la confianza y la fuerza interior que tengo normalmente”, dijo tras perder en cuartos de Montecarlo contra David Ferrer, firmando un segundo set muy plano, sin corazón. En Roma, donde sobrevivió a uno y mil disgustos (cuatro breaks concedidos frente a los 50 estupendos ganadores de su contrario), le sobró todo lo que echaba de menos.

Federer, de vuelta al circuito tras su baja por paternidad, perdió a la primera con Chardy

Mientras Nadal sufría para cerrar la puerta que había abierto con su tibio inicio —tuvo 7-6 y 3-0; antes había perdido el saque cuando intentaba abrochar el parcial inaugural— Roger Federer ya se había despedido del torneo. “Fue un partido complicado, sin ritmo, en el que no pude hacer nada”, se lamentó el suizo, derrotado por 6-1, 3-6 y 6-7 ante Chardy, que salvó un punto de partido entre tremendos vientos racheados. “No pude ejecutar un plan de juego. No pude poner en práctica lo planteado en el entrenamiento. Fue frustrante”.

Sin anestesia, Federer analizó su derrota con sinceridad. Pudo escudarse el genio en que el viento alteraba su partitura, pero prefirió admitir que irritaba por igual a los dos tenistas. Pudo, también, mencionar los 43 errores no forzados que le provocaron en su raqueta las circunstancias de juego, por 28 de su contrario. El ganador de 17 grandes, sin embargo, prefirió la autocrítica. Reincorporado a la competición tras ausentarse la semana pasada del Mutua Madrid Open por su nueva paternidad —ya tiene cuatro hijos —, el genio llegará a Roland Garros con la final de Montecarlo como única huella positiva en la tierra. Demasiado poco, probablemente, para asaltar los cinco sets de la tierra parisina, que tanto exigen a las piernas, los pulmones y la raqueta.

Nadal, el rey de reyes en París, sabe mucho de eso. Muchas veces arrancó un torneo el mallorquín dependiendo de su corazón y lo acabó ganando luego con los brillos de la raqueta. En Roma, para empezar, sufrió a un rival inspiradísimo, penó una noche de perros y ganó un pulso que le permite seguir luchando otro día.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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