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Un pulso para toda la vida

Tras ganar a Murray y Gulbis, Nadal y Djokovic deciden a un partido el título, el número uno mundial y si el español iguala los 14 grandes de Sampras o el serbio completa el Grand Slam

J. J. M.
Nadal celebra su victoria ante Murray.
Nadal celebra su victoria ante Murray. David Vincent (AP)

Dos astros colisionan en la final de Roland Garros. Rafael Nadal (6-3, 6-2 y 6-1 a Andy Murray) y Novak Djokovic (6-3, 6-3, 3-6 y 6-3 a Ernests Gulbis), los dos mejores jugadores de la tierra, competirán mañana por el título en un duelo para toda la vida (15.00, Discovery Max y Eurosport). El español, en su noveno encuentro decisivo en París, busca igualar los 14 títulos grandes de Pete Pistol Sampras y empatar con el estadounidense como el segundo tenista que más trofeos ha ganado de la máxima categoría (Roger Federer tiene 17). El serbio pelea por segunda vez por conquistar los cuatro grandes y completar el Grand Slam. El ganador será coronado como el número uno del mundo. Este es un pulso titánico. Un duelo en el Olimpo al que el campeón de 13 grandes llega tras protagonizar una metamorfosis como no se recuerda otra: del Nadal congelado que arrancó en Montecarlo la gira de tierra, al Nadal ardiente que abruma a Murray y defiende en París su reino (ocho títulos).

¿Cómo se produce ese cambio? ¿Qué explica que el mallorquín gaste solo 712 minutos para llegar al partido decisivo, menos que nunca? ¿No era este un tenista martirizado por la espalda, sin confianza tras una primavera descolorida y acomplejado por cuatro derrotas seguidas contra su Némesis serbia? ¿Cómo ha mejorado de abril a junio?

MARIANO ZAFRA / EL PAÍS

“He mejorado por la exigencia mental del día a día, por saber que tengo que ir a mejor, por saber que con lo que hacía no bastaba”, contesta el campeón de 13 grandes antes de enfrentarse al de seis. “He mejorado por la ilusión de encontrar todas esas cosas que buscaba, por sentir que en cada torneo mejoraba, y porque cuando uno siente que va dando pasos adelante, semana a semana, mentalmente está más positivo y abierto a ver que hay una salida, un paso a mejor, como ha sido el caso”, añade tras una primavera que le vio ganar en Madrid, perder la final de Roma (ante Nole) y caer en cuartos de Montecarlo y Barcelona. “Estoy entrenándome mejor que en mucho tiempo. Cuando ocurre eso, normalmente soy capaz de jugar con la decisión y la intensidad adecuadas”, subraya. “Me falta solo un poco más de revés (...) Mi drive está yendo rápido de verdad otra vez”, avisa. “El partido que queda es especial. Es el rival más difícil posible. Pero siendo realistas, esta es la forma de llegar a la final. He dado un salto importante de nivel”, se despide.

“Le dije: ‘Oye, hay que relajarse y golpear la pelota”, fotografía Toni Nadal, tío y entrenador del número uno, sobre las conversaciones parisinas del dúo. “Estábamos jugando mal. La actitud no era buena en ningún sitio. La derrota de Montecarlo y la de Barcelona agravó el tema. Perdió confianza. No soltaba bien la mano. Iba golpeando con más tensión de la necesaria el drive”, añade. “Luego, empezó a jugar muy bien en los entrenamientos, y la consecuencia es el partido de Murray. Se ha recuperado por una cuestión de responsabilidad. De jugar. Ha buscado soluciones, y lo normal es que si eres un muy buen jugador, como él, las encuentres”.

Nadal vuelve a hacer daño con el drive, que de nuevo pica alto y muerde el hombro de sus rivales. Desde cuartos, y pese a sus problemas de espalda, que le sigue molestando, ha mejorado la velocidad de su primer saque (176 km/h de media ante Murray) aunque el segundo sigue siendo atacable (141 km/h). De jugar retrasado, cediendo metros, el mallorquín ha vuelto a posiciones de juego más agresivas. Su movilidad es equiparable a la de sus mejores tiempos. Su cabeza, que tantas veces le salvó, ha digerido los sinsabores y le ha devuelto a la lucha por su templo de arcilla. El problema es que todo eso junto, que es como poner una bomba atómica en una pista de tenis, no le asegura la victoria ante Nole. Este es un partido como un Miura, que busca quien lo dome. Como dijo su técnico: “Tiene que ser agresivo”.

Djokovic lamenta un fallo ante Gulbis.
Djokovic lamenta un fallo ante Gulbis.DOMINIQUE FAGET (AFP)

“Y eso mismo haré yo”, dice Djokovic, que en semifinales, con el partido controladísimo, sufrió un golpe de calor que le costó una raqueta (reventada por él mismo contra la arena), una bronca del público (que le abucheó por el gesto) y casi tener que disputar un parcial decisivo, porque Gulbis aprovechó su pájara para ganar la tercera manga y recuperarle un break en el inicio de la cuarta. “Sé que esta es la pista en la que él es más dominante, que solo ha perdido una vez en su carrera y que aquí alcanza su máximo nivel”, resume. “Sé lo que tengo que hacer para ganar. Sé que es más fácil decirlo que hacerlo, pero haberle ganado los últimos partidos me da confianza. No es invencible”.

Nadal, de 28 años, domina 22-19 a Djokovic, de 27, en el cara a cara. Ha perdido los últimos cuatro precedentes. Siempre se ha impuesto cuando han jugado en París (5-0). Los datos, sin embargo, ya no cuentan. Son pasado. Lo que pesa mañana es el talento y el corazón, la raqueta y la estrategia, el alma, el sudor y cada gota de pasión competitiva. En París, los dos mejores se enfrentan en un partido para toda la vida.

Munar, primer finalista junior desde 2001

J. J. M.

Todavía lleva aparato corrector, pero ya enseña los colmillos. Jaume Antoni Munar, tenista de 17 años, se convirtió ayer en el primer español en la final de Roland Garros junior desde 2001 (Carlos Cuadrado). El mallorquín, un soplo de aire fresco para la decaída cantera española, jugará por el título contra el ruso Rublev tras ser uno de los integrantes de la selección española que el año pasado ganó la Copa Davis sub-16. Munar tiene quien le aconseje. De Mallorca es Carlos Moyà, exnúmero uno mundial y seleccionador español, que no se perdió su partido de semifinales. De Mallorca es también Rafael Nadal, con quien comparte agencia de representación, y de vez en cuando entrenamientos y confidencias.

“En Mallorca es cultura jugar al tenis”, sonríe Munar, que mide 1,81m, es un fanático del Barça y empezó a jugar al tenis porque un vecino le inoculó el virus llevándoselo a jugar a una pista cerca de casa. “Desde Carlos [Moyà], la gente se fue aficionando [al tenis en Mallorca], pero como Rafa no hay ninguno, no comparemos”, recordó. “Hay academias que te hacen aprender, coger el camino, pero debe ser casualidad. Si nace otro con ambición, con ganas de trabajar, con ganas de competir, que crea que esto es lo suyo, puede que salga otro. Yo me defino como luchador. Intento competir al máximo. Me gusta jugar más a la contra y ataco bien con la derecha”.

Munar se entrena en el Centro de Alto Rendimiento de San Cugat, en Barcelona y con la Federación española. Como casi todos sus compañeros de generación, es un español contracultural, que prefiere el cemento a la tierra batida. Solo este curso, y más tras su paso por París, ha redescubierto el amor por la tierra batida, que tan poco premia el ataque y tanto prima la construcción del punto. “He dado un paso adelante en madurez, en no desesperarme, en luchar más cada punto”, explica mientras sueña con que la Federación le de permiso para acudir a Wimbledon, que coincide con el Campeonato de España de su categoría.

“Mi prioridad sobre cualquier cosa era el fútbol. Me hace especial ilusión jugar en hierba. Me gustaría vivir cuanto antes la experiencia”. Antes, la final junior de Roland Garros. Después, el difícil paso al profesionalismo. El pasado no asegura resultados, pero a veces sí da pistas: de los cuatro equipos españoles que ganaron la Davis sub-16 antes de que lo lograra el que integraba Munar, tres acabaron produciendo a un top-10.

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Sobre la firma

J. J. M.
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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