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Ni arte ni intensidad

A Brasil se le critica la falta de juego y también que no ejerza la asfixiante presión ni la agresividad con la que ganó la Confederaciones El juego volverá”, asegura Julio César

Ladislao J. Moñino
Neymar, en el entrenamiento de Brasil
Neymar, en el entrenamiento de BrasilBuda Mendes (Getty Images)

Los análisis del pueblo brasileño son concienzudos, propios del país del fútbol. Los recepcionistas de los hoteles, los camareros o los vendedores ambulantes de recuerdos dialogan en profundidad de tácticas y de jugadores que no les llenan la vista, como Paulinho y Fred. En Brasil, una jardinera de un avión puede ser un escenario improvisado en el que se debata sobre el juego gris de su selección. Los tertulianos se suman al cruce de opiniones con una espontaneidad natural mientras el vehículo se dirige a una sala de espera también improvisada bajo una carpa situada en la pista del aeropuerto de Fortaleza. Los interlocutores no se conocen, son viajeros interrelacionados durante unos minutos por el devenir de un equipo que no ha terminado de convencerles en los dos primeros partidos. Ora habla un hombre cincuentenario de falta de calidad, ora habla una mujer treintañera de la dependencia del equipo de Neymar. Después, interviene una pareja de recién casados que se regaló la luna de miel en las playas de Fortaleza y un par de entradas para ver el Brasil-México. Todos coinciden, con nostalgia de un fútbol más alegórico, en la falta de creatividad de su selección.

La calle habla de una realidad muy distinta de la que parecen percibir Scolari y sus jugadores, faltos de autocrítica y apoyados en la brillante actuación del portero mexicano Ochoa para justificar el último empate a cero. “Los brasileños crecemos en un país en el que la pasión nacional es el fútbol. Estamos acostumbrados a grandes partidos, a maravillosos jugadores que driblan; cuando de pequeño jugaba en la calle yo también quería ser feliz haciendo goles y regateando, pero ya no quedan equipos débiles. Hoy el fútbol evolucionó y a veces tienes que sufrir 80 minutos y jugar 10 para ganar”, defiende el central David Luiz.

Entrenamiento de Brasil en Teresópolis
Entrenamiento de Brasil en TeresópolisVANDERLEI ALMEIDA (AFP)

Scolari no va a cambiar el estilo, pero se le reclama que al menos se vea al equipo agresivo y dominador que se vio en la Copa Confederaciones, el verano pasado. Ni contra Croacia ni contra México, Brasil ha podido desplegar ese juego intenso que destrozó a España en aquella final. En las estadísticas hay un dato revelador que describe a un equipo que muerde menos que hace un año. En este Mundial, Brasil recupera menos balones por partido (61) que en la Confederaciones (70). La presión asfixiante en campo contrario ha desaparecido y ha permitido jugar más a sus rivales cometiendo la mitad de faltas (10) que entonces (20). “La verdad, no sé qué tenemos qué hacer. Los rivales nos han estudiado bien y tenemos que mejorar, necesitamos partidos”, apunta Marcelo.

La conquista del torneo que reúne a los campeones continentales ayudó a generar una confianza que se ha visto mellada en el inicio del Mundial. “Ese es el juego que la gente quiere ver. Antes de la Confederaciones no había una identidad de juego clara. Las selecciones no nos respetaban, pero todo cambio cuando ganamos, ahora sí somos respetados. Scolari nos dio esa identidad y ese juego volverá”, dice el portero Julio César. “Todo el mundo nos pregunta por qué no jugamos como hace un año, pero si hubiéramos ganado a México las preguntas serían otras”, dice el capitán, Thiago Silva. “Es normal que cuando tienes equipos enfrente como México, que presiona muy bien, no puedas desarrollar tu juego”, añade Luiz Gustavo. “Si no se hacen goles, no se puede ganar”, simplifica Carlos Alberto Parreira, director técnico de la CBF.

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Sobre la firma

Ladislao J. Moñino
Cubre la información del Atlético de Madrid y de la selección española. En EL PAÍS desde 2012, antes trabajó en Dinamic Multimedia (PcFútbol), As y Público y para Canal+ como comentarista de fútbol internacional. Colaborador de RAC1 y diversas revistas internacionales. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Europea.

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