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Djokovic-Federer, final de Wimbledon

El serbio gana a Dimitrov en un partido lleno de altibajos y marcado por el viento y jugará ante el suizo (triple 6-4 a Raonic)

Juan José Mateo
Djokovic prepara un revés ante Dimitrov.
Djokovic prepara un revés ante Dimitrov. TATYANA ZENKOVICH (EFE)

Revolotean papeles, vasos y toallas. Sopla el viento y la pelota no se queda quieta. El sol aprieta. Novak Djokovic y Grigor Dimitrov se enfrentan en complicadas circunstancias en las semifinales de Wimbledon. Durante set y medio, al búlgaro le queda grande el partido, que el serbio parece listo para reclamar como suyo en un suspiro. Este, sin embargo, es un encuentro que vale su peso en oro. La tensión que sienten los dos rivales es máxima. Djokovic pasa de mandar por set y break de ventaja a ver el encuentro igualado a un parcial para cada contrincante. Comete un error tras otro. Solo la inexperiencia del número 13 le permite avanzar 6-4, 3-6, 7-6 y 7-6 hasta la final, donde tiene la posibilidad de celebrar al mismo tiempo la Copa y su vuelta al número uno. Enfrente, Roger Federer, que con casi 33 años busca convertirse en el campeón de más edad del torneo y que dejó una lección magistral al resto frente al canadiense Milos Raonic (triple 6-4)

Dimitrov golpea un drive ante Djokovic.
Dimitrov golpea un drive ante Djokovic.Clive Brunskill (Getty Images)

Para encontrarse en esa situación, el número dos tiene que pasar un mal trago. El Djokovic impecable que empieza el partido sufre una metamorfosis radical y entra en una espiral autodestructiva que le convierte en un tenista irreconocible. De fallo en fallo, Nole juega corto, pierde la coordinación y firma algunas voleas para la galería de los horrores. Él, que es un tenista de ritmo que ha hecho carrera desde la línea de fondo, intenta defender su suerte en el partido con un saque-red tras otro. La opción estratégica del serbio, más propia de Boris Becker, su técnico, acaba en desastre. Lo que intenta Nole se parece a pedirle a Usain Bolt que corra el maratón o a Messi que juegue de defensa. Es antinatural. Parece provocado por sus dificultades para jugar desde el fondo con el viento. Y así, de rareza en rareza, el serbio, que pierde el oremus (cede la segunda manga pidiendo un Ojo de Halcón inexplicable), convierte en un problema un partido que estaba siendo idílico para sus intereses.

Durante largos minutos, el número dos mundial es un tenista en crisis. Sus dos grandes señas de identidad, que son el resto y el revés, acumulan fallos con la misma frecuencia inaplazable con la que avanza el segundero en el reloj. Dimitrov, el aspirante, huele la sangre. Este no es el ogro serbio. Y se lanza a degüello, presionando con sus reveses cortados, visitando la red y apretando para cambiar el ritmo con su drive. Con 3-3 en la tercera manga, el búlgaro tiene punto de break. Pega un trallazo de resto, Nole recoge la bola con los ojos cerrados, y la pelota pasa por un suspiro rozando la red para darle un ganador que no existe. No hay mejor retrato de lo que está pasando. El campeón de seis grandes sobrevive como puede, no como quiere, porque se lo impide su mala tarde. Su raqueta vuela por los aires. Lanza una pelota contra la pared. Otra contra el marcador. Está desesperado.

La puerta para que vuelva al partido se la abre Dimitrov pese a desear el partido con el ardor que reflejan sus mil caídas sobre la hierba en busca de pelotas imposibles. El búlgaro no aprovecha la bola de break que salva el serbio con ese revés milagroso y compite mal el tie-break de la tercera manga, en el que firma una doble falta. Con 1-1 en el cuarto parcial, una increíble racha de tres dobles faltas seguidas suyas le da el break a su contrario. Djokovic, que una y otra vez se queja de que su rival apure las líneas, ya solo puede ganar o ganar, pese a que cede de nuevo un break y a que se tiene que enfrentar a otras tres pelotas que le dan la posibilidad de una nueva rotura a Dimitrov. Para el búlgaro, que volvió a dejar muestras tanto de su gran clase como de su fala de consistencia, los partidos siguen dependiendo demasiado del talento y la inspiración, de ese chispazo de genio que incline en su favor la balanza. Eso, que es mucho, le permite estirarse hasta cuatro bolas de set en el cuarto parcial.

Verlas esfumarse le hunde en el abismo. Se juega el tie-break, y comete una nueva doble falta. Pese a que niega el primer punto de partido, es el fin del búlgaro. El alivio del serbio. Si el número dos mundial gana su próximo partido, ganará Wimbledon y recuperará el trono que distingue al mejor tenista del momento.

Federer intentará evitarlo. El genial suizo volvió a dar una lección de cómo gestionar recursos en su victoria ante Raonic. Tras romper de entrada el afamado servicio del canadiense, el número cuatro mundial compitió de punto corto en punto corto, sin desgastarse las piernas gracias a su privilegiado talento, que le permite atacar y atacar, presionando al contrario sin ser dominado. El gigantón Raonic, que creyó tener un aliado en la hierba, penó doblándose una y otra vez para intentar recoger los endiablados restos cortados del suizo, un maestro en la combinación del slice y el golpetazo, el cambio de ritmo que tantos títulos le ha dado. En Londres, Federer luchará por extender su récord de 17 grandes y por volver a desmentir a los que le pusieron fecha de caducidad por no haber disputado una final de la categoría desde 2012. La hierba le acuna. Compite en su jardín. Solo Djokovic le separa de volver a demostrar que es infinito.

Federer, ante Raonic.
Federer, ante Raonic.Clive Brunskill (Getty Images)

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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