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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Mundial de los perdedores

Los sobrevivientes del Mundial 2014 son finalistas veteranos. Los de siempre han llegado donde siempre. Si la FIFA fuese un estado, sería una oligarquía

Los aficionados de Costa Rica en el partido ante Holanda.
Los aficionados de Costa Rica en el partido ante Holanda.Getty

Los sobrevivientes del Mundial 2014 son finalistas veteranos: Brasil ha levantado cinco copas en siete finales. Y están Alemania (tres copas en siete finales), Argentina (dos copas en cuatro) y Holanda (tres finales). O sea, los de siempre han llegado donde siempre. Si la FIFA fuese un estado, sería una oligarquía.

Futbolísticamente, la verdad, ninguno de estos equipos te mata de gusto. Hasta ahora, Brasil sólo ha sido Brasil en el primer tiempo de cuartos. El resto del tiempo ha tratado de jugar como Alemania y ha terminado encomendada a sus figuras individuales. Argentina juega como puede, y luego viene Messi y se saca de la chistera una genialidad. Los europeos sí hacen gala de una eficiencia arrolladora, pero Alemania es irregular, como mostró ante Australia o Francia, y Holanda ha tirado hasta de un falso penal para superar a México.

Estos equipos no inventan ni inspiran. Algunos como Neymar y Scolari han aclarado que ni siquiera piensan intentarlo. Según su filosofía, un inspirador es un perdedor. La receta es tirar de oficio. Como Mariano Rajoy, que no habla, no da entrevistas ni discursos, no emociona ni a los suyos, pero al final gana las elecciones.

Estos equipos no inventan ni inspiran. Algunos como Neymar y Scolari han aclarado que ni siquiera piensan intentarlo

Nuestros finalistas conocen de memoria todos los procedimientos burocráticos. Si les dejas un milímetro, ahí van con sus piernas de 10 millones. Si hay que fabricar una falta, lo hacen con un talento digno de Hollywood. Si hace falta jugar 120 minutos, sus cuerpos están diseñados para resistirlo en plan cíborg. Si llegan a los penaltis, hasta tienen un portero especial, como si fuera el departamento de un gran almacén. La fase final del Mundial es el triunfo de la rutina contra la sorpresa. La previsible victoria de la transnacional contra el emprendedor.

Por todo eso, los grandes momentos de este Mundial han estado a cargo de los perdedores. Épica, conmovedora, fue Argelia frente a Alemania en octavos. En los tramos finales del partido, los argelinos se caían a pedazos. Rodaban por el suelo víctimas de calambres. Se agarrotaban por el esfuerzo. Pero seguían corriendo, y sufriendo: kamikazes estrellándose contra el portaaviones enemigo en medio del bombardeo, buscando la mínima probabilidad de acertar a la torre de mando. La titánica voluntad de los argelinos se potenciaba por el recuerdo de su partido del 82, cuando vencieron a los teutones y fueron eliminados con un partido arreglado entre germánicos. 32 años después, en Brasil, Alemania resolvía un trámite. Argelia defendía su dignidad.

Lo mismo puede decirse de la Costa Rica de cuartos, que cavó una trinchera para los obuses de la delantera holandesa. Keylor Navas saltando como un pulpo volador, e incluso sus defensas salvando goles, dieron a veces una estampa cómica, pero tenían un mensaje y lo trasladaron con claridad: esta portería es una tumba para quién se acerque, por mucho Terminator Robben que sea.

Keylor Navas saltando como un pulpo volador, e incluso sus defensas salvando goles, dieron a veces una estampa cómica, pero tenían un mensaje y lo trasladaron con claridad: esta portería es una tumba para quién se acerque

España tuvo su manera peculiar de perder: con estupor. Su postal para la historia fueron los rostros de los jugadores antes de salir a jugar el segundo tiempo contra Chile, mirándose sin reconocerse. En sus pupilas, una pregunta: "¿qué fue de nosotros? ¿Dónde estamos?" A pesar de la estrella en su camiseta, España no figura en la élite selecta de los finalistas de siempre. La prueba es que su gente los quiso durante cada minuto. Los equipos como Brasil ganan 3-1 y sufren un feroz linchamiento mediático. España pierde 5-1 y su hinchada recuerda los buenos momentos del pasado. Como un equipo de Segunda que ha pasado un par de temporadas en Primera, y en un rincón de su alma, siente que ya es más de lo que merece. Es un país que no ha tenido tiempo de acostumbrarse a ganar.

Pero la agonía no ocurre en las camisetas, sino en los corazones que ellas envuelven. Esta Copa del Mundo ha derrochado sobre todo imágenes individuales del dolor: el uruguayo Hernández agachado en medio del campo, tratando de no ver los saltos de felicidad de los colombianos. El Piojo Herrera perdiendo el control en el borde del campo y peleando con Van Persie. Los jugadores de Camerún abofeteándose entre ellos después de quedar eliminados ante Croacia.

La victoria de este Mundial es repetitiva y ceremonial, como una misa. En cambio, la derrota está llena de drama, sorpresa y emoción. La final será en cualquier caso una más de las finales de un equipo acostumbrado. Pero son los perdedores, dignos o arrepentidos, furiosos o plañideros, siempre consumidos por el esfuerzo físico y emocional, quienes han grabado en nuestra memoria las imágenes que guardaremos para siempre.

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