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El Pato Cabrera, golpe a golpe

El golfista argentino sigue en la élite a los 44 años después de una carrera de sacrificios y con una personalidad irrenunciable

Juan Morenilla
Ángel Cabrera, en el Greenbrier Classic.
Ángel Cabrera, en el Greenbrier Classic.TODD WARSHAW (AFP)

La tarde antes de ganar el Masters de 2009, Ángel Cabrera (Córdoba, Argentina; 1969) paseaba el carrito de la compra por los pasillos del supermercado Kruger en Augusta. La mayoría de clientes no reconocía al hombre que lideraba la clasificación del torneo grande. Otros no se creían que fuera el mismo Cabrera quien escogiera los ingredientes de la cena horas antes de su cita con la historia. Pero El Pato, como se conoce al golfista por esos andares tan peculiares, no hacía sino dar normalidad a la situación. En el fondo, hacía lo que siempre hizo. “Cuando uno crece en Argentina más pobre que los pobres, no tienes un congelador, así que tienes que comprar la comida cada día. Y cuando tus padres no te quieren, aprendes a cocinar por ti mismo”, comentaba. En esas frases, tan directas, tan descarnadas como lo es él, radica su esencia. Cabrera es un hombre y un golfista hecho a sí mismo. Golpe a golpe. Desde la dura infancia en la que se crió con su abuela, a veces sin un bocado que echarse a la boca, hasta seguir hoy en la pomada entre Tiger Woods y compañía.

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Se supone que Cabrera cenó feliz esa noche, pues al día siguiente defendió su ventaja y se convirtió en el primer argentino, y sudamericano, en vestir la chaqueta (el saco) verde. De paso vengó a su compatriota Robert de Vicenzo, que 41 años antes había perdido sus opciones por un error de otro jugador en la anotación de los golpes en su tarjeta. Para Cabrerita era su segundo grande, tras aquel US Open de 2007 en el que estaba tan nervioso en la última jornada que no paraba de fumar en el campo. El tercer triunfo de su carrera en suelo estadounidense ha llegado este pasado domingo, cuando se impuso en el Greenbrier Classic después de dos rondas finales de 64 golpes. A los 44 años, es el ganador más veterano del curso en el PGA Tour, y conserva hasta 2016 una tarjeta que estaba en el aire.

Cabrera es un golfista de los que quedan muy pocos. Quizás solo Miguel Ángel Jiménez, de 50 años, y él sobreviven en la élite entre aquellos que comenzaron trabajando de caddies y aprendieron a imitar el juego hasta poder coger los palos. Hoy son una especie en extinción entre jóvenes pegadores de gimnasio y laboratorio, con toda la información y los medios a su alcance. “Cada uno tiene su formación. Y la mía fue la calle”, suele contar Cabrera; “aprender a defenderte en la calle. Aprendes cosas que no aprendes en el colegio”.

El Pato ha vivido deprisa. Hoy su hijo Angelito le hace de caddie en el Masters, y Federico y él le han hecho abuelo, en ambas ocasiones de dos niñas. Esa felicidad vital estuvo a punto de completarse en el Masters de 2013, cuando cedió el título en un desempate con Adam Scott. Cabrera ha demostrado, como El Pisha, que sigue en el candelero. Siempre fiel a sí mismo. Sigue sin hablar inglés cuando le toca acudir a la prensa, de modo que necesita traductor, más por convicción que por pereza, defensor como es de que “el español lo hablan millones de personas”, y que se adapten los estadounidenses a él, no al revés. Cabrera es un tipo contracultural, que no se vende, al que le ha importado poco su imagen, con una gran fe en sí mismo, admirador de Seve Ballesteros. Fue en el espejo del genio cántabro en el que se miró Cabrera (no tanto en De Vicenzo, 46 años mayor que él). El Pato tenía su teléfono, le llamaba, le pedía consejo. De ahí sus palabras de cariño para Seve, “un gran campeón, el hombre que jugaba con el corazón”, cuando ganó el Masters de 2009. “Aún se respetan las canas”, resumió Jiménez sobre uno de los pocos golfistas en los que hoy puede verse reflejado.

Se crió con su abuela, se forjó como caddie, admira a Seve Ballesteros y no quiere hablar inglés

“Cabrera se lo ha ganado todo solito, la suya siempre ha sido una historia de superación”, cuenta Mariano Bartolomé, su entrenador durante seis años. Nunca ha bajado los brazos, pese a los cinco años sin triunfos en la gira estadounidense, hasta este Greenbrier en el que ha mejorado con el driver, y sobre todo en el número de calles cogidas, gracias al nuevo material. Y superando una lesión en el hombro izquierdo que casi arruina su temporada. La victoria le ha aupado del número 90 al 56 del mundo —el mejor sudamericano en el ránking—, y le impulsa de cara el Open Británico, del 17 al 20 de julio en Royal Liverpool.

El sábado pasado, Cabrera saltó al green con un polo albiceleste en apoyo a Argentina, que ese día jugaba los cuartos del Mundial. Hoy se le supone un hincha más de Messi contra Holanda. “Estoy contento por el seleccionado argentino”, dijo tras su victoria, “pero más por mí. Es un alivio”. El Pato sigue golpe a golpe.

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Sobre la firma

Juan Morenilla
Es redactor en la sección de Deportes. Estudió Comunicación Audiovisual. Trabajó en la delegación de EL PAÍS en Valencia entre 2000 y 2007. Desde entonces, en Madrid. Además de Deportes, también ha trabajado en la edición de América de EL PAÍS.

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