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Un legado inolvidable

El 1-7 encajado por Brasil, los 16 goles de Klose y el mordisco de Luis Suárez a Chielini marcan los momentos que serán recordados

Brasil encaja un gol en las semifinales ante Alemania.
Brasil encaja un gol en las semifinales ante Alemania.ADRIAN DENNIS (AFP)

Las protestas en la calle se apagaron cuando empezó a rodar el balón. Brasil comenzó a cantar el himno a capella y, con el paso de los partidos, se quedó sin voz y sin fútbol. Salvo unos cuartos de final más bien tediosos, el Mundial de 2014 será recordado por momentos inolvidables.Y por una catarata de goles (171) cuyo promedio (2,67) supera a los tres torneos anteriores y se equipara con el del Francia 98.

- El recital de Alemania en el estadio de Mineirão. Fue media hora lo que duró la exhibición de los alemanes, un tratado de triangulaciones y ocupación de los espacios sobre un Brasil desesperado e impotente ante su propia hinchada, que asistió a un 1-7 en la semifinal más asombrosa jamás vista.

- Alemania, el primer europeo en ganar en América. En las siete ediciones anteriores en el continente americano, ninguna selección europea había logrado imponerse. Tampoco lo parecía en la primera fase de la edición brasileña, cuando la clase media latina (Colombia, México y Chile) contagió su entusiasmo. La vieja Europa, sin embargo, fue ganando terreno a medida que la planificación germana, una selección cincelada con paciencia y esmero durante 10 años, fue dando sus frutos.

Klose celebra su gol a Brasil.
Klose celebra su gol a Brasil.ADRIAN DENNIS (AFP)

- Los 16 goles de Klose. El abnegado delantero alemán de origen polaco, de 36 años, todo dedicación y oficio, marcó ante Ghana y frente a Brasil para coronarse como el mayor goleador de la historia de los Mundiales, por encima de Ronaldo (15) y de Gerd Müller (14). Dejó esa marca después de haber disputado cuatro Copas del Mundo (2002, 2006, 2010 y 2014). A ver quién lo supera.

- La suavidad de Lahm. Ejemplo de deportividad, dentro y fuera del campo, el capitán de Alemania firmó 121 pases en la final contra Argentina, señal de ser una máquina de servir a sus compañeros. A los 30 años, Lahm empezó el torneo de mediocentro y lo acabó, triufante, de lateral derecho.

- La irrupción de James Rodríguez. Venía de una temporada gris en el Mónaco de Claudio Ranieri, de manera que su aparición en Brasil resultó un in crescendo solo esperado por sus más allegados. A los 23 años se cargó a la espalda a la selección de Colombia, la más alegre y colorida, sofocada en cuartos de final por la todavía sobria Brasil. Pasaba algo cuando el balón llegaba a la zurda de James y sus lágrimas inconsolables tras caer eliminados encontraron consuelo en el hombro de David Luiz, víctima unos días después del dolor imparable del Mineirazo.

- La madurez de Robben. Holanda conquistó el tercer puesto y se marchó sonriente de la playa de Copacabana, en la que sus jugadores habían disfrutado más todavía más que en los campos de juego. Nadie como Robben, líder inspirado del conjunto de Van Gaal desde el primer día, cuando vapuleó a Sergio Ramos y a Piqué con su velocidad supersónica, hasta el último, apuntalando la victoria sobre Brasil por el tercer y cuarto puesto. Sin los egoísmos ni las extravagancias de otros tiempos (aunque le sobró algún piscinazo), Robben tiró de regates y diagonales para regalarles el podio a los jóvenes holandeses.

Luis Suárez, tras morder a Chiellini.
Luis Suárez, tras morder a Chiellini.Ricardo Mazalan (AP)

- El mordisco de Luis Suárez. Reincidente en dos ocasiones anteriores, el atacante uruguayo no pudo contenerse y saltó sobre la espalda del central Chielini para morderlo. La imagen dio la vuelta al planeta y la FIFA esperó unos días para aplicarle una sanción ejemplar: ocho partido internacionales y cuatro meses expulsado del fútbol. La dureza de la sanción contrastó con la impunidad en otros casos como el de Matuidi al romperle la tibia a Onazi en una durísima entrada o el de el colombiano Zúñiga, que le rompió una vértebra a Neymar con un rodillazo.

- El spray y el ojo de halcón. Dos novedades tecnológicas en un deporte tan resistente a los cambios como el fútbol pasaron casi inadvertidas. El spray marcó la correcta distancia en la colocación de la barrera (nueve metros) y el ojo de halcón sirvió para certificar que el balón había pasado completamente o no la raya de gol. No hubo, no obstante, goles fantasmas y las innovaciones pasaron a un segundo plano.

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