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Nibali, intocable; Valverde, heroico

En Hautacam, la última subida, el patrón gana su cuarta etapa, mientras el murciano pierde lo mínimo en su peor día

Carlos Arribas
Argelès-Gazost -
Vincenzo Nibali, en el ascenso de Hautacam.
Vincenzo Nibali, en el ascenso de Hautacam.JEFF PACHOUD (AFP)

Hautacam es la niebla y Pantani y Leblanc e Indurain, y también es Riis volante, y también los extraordinarios chicos del Saunier expulsados de carrera dos días después. Junto a la milagrosa Lourdes, donde la fuente bendita, Hautacam, que se empezó a subir hace 20 años, condensa lo peor de la historia reciente del Tour, sus laderas más sombrías, y también algunos de sus días más recordados. En este lugar ya simbólico buscó justamente Vincenzo Nibali su victoria más significativa de las cuatro que ha logrado en su Tour de intocable.

Ganó, dijo luego el siciliano tranquilo y de discurso reposado, porque quería ganar en los Pirineos después de haber ganado en las islas, en los Vosgos y en los Alpes, en cada uno de los momentos decisivos (y no ganó en el pavés, donde logró la mayor diferencia, y como recuerda, cuando aún estaban Froome y Contador porque un holandés tremendo se lo impidió). Quería ganar, dijo, y su patrón, Vinokúrov, el rey de Astana, lo repitió como un eco, porque estaba harto de que le dijeran oportunista porque ganaba etapas que se habían trabajado otros equipos, y en esta, desde el Tourmalet fue el azul Astana el que manejó los tiempos; porque estaba harto de que todos los días le dijeran que gana tan fácil porque no está el Contador fracturado; porque, además, y no podía ser otro, se le ocurrió atacar a Horner, el que le ganó la Vuelta, y eso sí que no podía permitirlo, porque no ha digerido aún esa derrota; ganó, porque, en resumen, quería demostrar quién manda en el Tour 14. Y tanto que manda el Tiburón del Estrecho, a quien de pequeño, tan bajito y ágil escalando era, le llamaba un amigo de su padre que seguramente había leído los clásicos y a Vicente Trueba La Pulga de los Pirineos.

Nibali ganó porque estaba harto de que le dijeran oportunista

A falta de un solo día en el que puede haber diferencias de tiempo entre los mejores, la contrarreloj del sábado, Nibali aventaja al segundo, quien por primera vez después de los Alpes, hace una semana, ya no es Valverde sino Pinot, en más de 7m. Una diferencia así no se veía desde los tiempos en los que Armstrong jugaba con Beloki, Ullrich o Zülle. “Pero no me comparen con Armstrong”, dijo, molesto el primer italiano que ganará el Tour desde Pantani en el 98 y que más que una pulga parece una hormiguita por cómo piensa. “Yo he sumado mis ventajas poquito a poquito, sin grandes demostraciones, 20s por aquí, 30s por allá…"

Valverde, en un momento de la etapa, este jueves.
Valverde, en un momento de la etapa, este jueves.LIONEL BONAVENTURE (AFP)

Nibali, el intocable, como le bautizó Pinot, su delfín provisional (antes de la contrarreloj el escalador del Ain, el francés más activo en el festival del día, saca 13s al tercero, Péraud, y 15s al cuarto, a Valverde, heroico en su defensa) atacó desde tan lejos, a falta de 10 kilómetros para la cima de Hautacam, cuando solo iba en fuga, y ya en proceso de desintegración, Mikel Nieve, que parecía haber perdido hasta la perspectiva de su propia grandeza, pero luego admitió que lo hizo picado por Horner, porque tenía miedo de no ganar la etapa que más quería ganar. Y cuando atacó, el primero que sufrió fue, como todos los días de montaña ante arrancadas repentinas, Valverde justamente, el mismo que unos kilómetros antes había intentado un ataque de largo aliento con sus fieles Herrada e Izagirre en el descenso del Tourmalet y en el decisivo valle que se extiende de Luz Saint Sauveur hasta Argelès. Y cuando esto ocurrió, cuando al ataque de Nibali le sucedió el habitual festejo franco-francés con Pinot, Péraud y demás, Valverde se quedó solo, ya sin équipier pues Gadret, el último, ya había trabajado antes.

No paré de hablarle, de decirle que perdía poco tiempo para que no se comiera el coco." José Luis Arrieta, del Movistar

Y Valverde bajó la cabeza, bebió como un loco, intentó refrescarse derrochando botellines por todo su cuerpo, y Arrieta, su director, en el coche, pensó lo peor, pensó que el murciano se deprimiría, perdería las ganas de pelear por un objetivo aún posible. “Y para que no se comiera el coco, para que supiera que no estaba nada perdido, no paré de hablarle, de decirle que perdía poco tiempo, que no perdiera el ritmo, que la clave era el ritmo, no ir a tirones”, dice Arrieta. “Quería que solo pensara en pedalear, en nada más”. Y fue así como Valverde se recuperó, con el ritmo que le marcaban por el pinganillo desde el coche. Y empezó a remontar y detrás de él se enganchaban como podían todos los que querían recuperarse (y hasta Zubeldia, que ya es 10º, otro top ten para el más veterano). “Y siempre tuve a Pinot a 30s, y solo cedí más al final, cuando el viento de cara era más fuerte”, dice Valverde. “Y ahora, todos nos lo jugaremos en la contrarreloj. Y todo es posible”.

Para quien nada ya es posible es para su paisano, compañero y amigo José Joaquín Rojas, expulsado de carrera (y también el segundo vehículo del Movistar, el guiado por el inconsolable Txente García Acosta, quien quería volverse a casa ya) por, según los comisarios, agarrarse al coche del equipo y bajar protegido el Tourmalet. En el equipo hablan de injusticia, de que lo único que hicieron fue darle un bidón y comida al ciclista de Cieza. “Ya se estaba quedando”, dice Arrieta. “No le necesitábamos para nada. Estaba medio equipo delante. Esto no tiene sentido”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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