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Tres orfidales y un decatlón

Carrillo, entrenador del murciano, obtiene por fin un oro para su escuela de Cieza.

C. ARRIBAS
Miguel Ángel López, pupilo de Jose Antonio Carrillo.
Miguel Ángel López, pupilo de Jose Antonio Carrillo. WALTER BIERI (EFE)

A los turistas que en la gris y lluviosa Zúrich eligieron pasar la mañana en la iglesia de Fraumünster en éxtasis ante las vidrieras de Chagall se les puede perdonar su ignorancia. No eran muchos los que sabían que el verdadero espectáculo del día, aunque no tanto místico como vital, racial, se desarrollaba unos metros más allá, simplemente cruzando el ancho puente sobre el Limmat, en la zona de avituallamiento de los marchadores. Allí, entre las 9.20 y las 10.40, ante una mesita en la que se acumulaban botellas de agua y polvos, actuaba José Antonio Carrillo, entrenador de marcha.

Fue el zuriqués un menos escandaloso que el que organizó en Moscú, donde el abrasante calor le tuvo, y también a Ramón Cid, el director técnico, y a cuantos pasaban por allí, trabajando a destajo con el hielo, rellenando gorras de cubitos, como barmen preparando mojitos sin parar. El tiempo de Zúrich, magnífico para la marcha, le ahorró esa tarea, pero no paró sus nervios ni apagó su sabiduría. Con los nervios, que aumentaban según veía a su pupilo haciendo realidad lo que tantas veces había soñado, acercándose a la victoria paso a paso, luchó y venció gracias al cargamento de orfidales que llevaba en el bolsillo. “Me he tenido que tomar tres orfidales, así de duro ha estado esto”, le dijo a su hija, que trabaja en Múnich y había viajado toda la noche para llegar a la carrera. El último se lo tomó cuando faltaban apenas 2.000 metros, cuando la prueba, que él compara con un decatlón, entraba en su décima competición, el 1.500. Y ni siquiera el psicótropo hipnótico logró calmarle, reducir el nivel de sus gritos, los gallos de emoción.

Antes, cuando aún estaba un poco más tranquilo, cuando apenas llevaban seis o siete kilómetros marchando los atletas, pero ya veía fuerte, bien colocado, con la boca cerrada, seguro, a su Miguel Ángel López, Carrillo empezó a explicar que los 20 kilómetros son un decatlón. “Se empieza por el sprint, y luego los saltos, y ahora están en el 400. Y se trata de ir pasando todas las pruebas sin errores”, dijo. “Y siempre guardando fuerzas, porque el final son los 1.500, y ahí sí, ahí hay que darlo todo”. Y, mientras, con su ojo clínico, con la sabiduría de quien conoce el atletismo y a los atletas y sabe analizar de un vistazo lo que pasa y lo que va a pasar, analizaba la carrera. Y sonreía por dentro, pues veía fuerte a su López.

Y luego, después de los abrazos y los llantos emocionados, sacó pecho, porque podía, y habló del pasado, de Fernando Vázquez, el marchador al que ya llevó a Atlanta 96, y de Juanma Molina y de Benjamín Sánchez. Y habló del futuro. “Tengo a dos chavalillos en los Juegos de la Juventud en China. Y uno de ellos, Bermúdez, viene buenísimo. Va a ser mejor que López, viene borrando todas sus marcas”. Y con Bermúdez Carrillo seguirá organizando su espectáculo en el futuro, pero en Zúrich solo había sitio para López.

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Sobre la firma

C. ARRIBAS
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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