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Ciclistas como aviones

La del portaviones ha sido la última vuelta de tuerca al llamamiento espectacular de las salidas

Arcos de la Frontera -
Los corredores pedalean junto al portaaviones Juan Carlos I.
Los corredores pedalean junto al portaaviones Juan Carlos I.AFP

La Vuelta ya salió desde el mar en Vilanova de Arousa el año pasado. A los pies de los ciclistas, los mejillones de aquella gran batea seguramente se alborotaron con el crujir de piñones y el silbido de las ruedas. Era como andar por el mar, pero con trampa, que los milagros se venden caros por raros. El mar siempre ha sido visto con buenos ojos por una carrera como la Vuelta Ciclista a España, tan pegada a la tierra, al asfalto fino y a las carreteras desvencijadas, al adoquín y al suelo brillante a prueba de algodones. Como el espectáculo no tiene límites, salvo los que imponga el sentido común, la carrera española salió ayer desde el portaviones Juan Carlos I, el buque más importante de la Armada española que hizo escala en Cádiz, a tal motivo, antes de dirigirse a Rota, su destino.

Y allí, coincidieron ciclistas y aviones de despegue vertical, máquinas de transporte y ataque sofisticadas junto a uno de los utensilios más históricos: dos ruedas, un triángulo metálico y un manillar. Como acelerador, las piernas, aunque las burras (como llaman los ciclistas a su medio de trabajo) también han evolucionado hasta la fantasía.

Fue una sensación extraña para los ciclistas pasear en burra por la llanura metálica de un portaviones

Cádiz fue un pequeño o gran caos, según se mire. Coincidía la salida de la etapa en el imponente portaviones con una jornada de puertas abiertas, todo un festejo en torno a aquel bicho poderoso donde los ciclistas parecían animales mitológicos, que decía Sabina. Entre sorprendidos y divertidos, los ciclistas pedalearon por la rampa donde habitualmente centellean los aviones. Después, una plataforma móvil los bajaba a la altura de la tierra desde donde iniciaban una etapa que les llevaría a Arcos de la Frontera, donde la historia se hace fuerte entre sus casas encaladas con los ribetes de color albero.

Fue una sensación extraña para los ciclistas pasear en burra por la llanura metálica de un portaviones. Acostumbrados a que se les compare con aviones cuando encaran un descenso o un esprín, ayer eran gigantes en miniatura frente a los puntiagudos morros de esos bichos de acero.

El ciclismo en España, donde languidece con aires de enfermo, necesita espectáculos donde brillen mejor los maillots y los cuerpos

Todo sea por innovar. El ciclismo, y más en España donde palidece y languidece con aires de enfermo crónico, necesita espectáculos donde brillen mejor los maillots y los cuerpos escuálidos, pero fuertes de los ciclistas. Por eso la Vuelta salió de una batea en Vilanova o acabó una etapa en la plaza de toros de Pamplona, tras recorrer el trayecto del encierro, convertidos en toros con ruedas, nada agresivos, igual de rápidos, también enfurecidos, porque el furor causa furor en las carreras. Llegó también a circuitos de velocidad (Jarama, Motorland) y a estadios de fútbol (el rey del deporte), en el Bernabéu, o hace años en Garellano o en San Mamés en Bilbao. Lo de empezar fuera del país que da nombre a las grandes vueltas tiene poco que ver con el espectáculo y mucho con razones económicas de patrocino e inversión.

La del portaviones ha sido la última vuelta de tuerca al llamamiento espectacular de las salidas. A la Armada la idea le ha caído bien. No es fácil dar tanta publicidad al portaviones insignia. Los ciclistas, tan minúsculos ellos, ampliaron la figura del mastodonte del mar. Luego se fueron por esas carreteras de Dios, bajo un sol que rebotaba en el asfalto, mientras el bicho practicaba exhibiciones aéreas antes de dirigirse a Rota. Acostumbrado a la tierra, el ciclismo ha encontrado el mar como punto de partida. Para cerrar el círculo de la imaginación, le falta partir del aire, pero será difícil encontrar solución. Entre las nubes y el suelo sigue habiendo mucho trecho. ¿O no?

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