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MEMORIAS EN BLANCO Y NEGRO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pizzinato, el pequeño Nicolás del Español

Un curioso caso que se produjo en 1948, del que fueron protagonistas el Español y un señor que dijo ser y llamarse Alberto Pizzinato, celebridad del fútbol transalpino

La página del Marca del 15 de agosto de 1948 en la que se anuncia en el fichaje de Pizzinato.
La página del Marca del 15 de agosto de 1948 en la que se anuncia en el fichaje de Pizzinato.

La peripecia del Pequeño Nicolás, ese peperillo audaz y entrometido que ha pisado los principales salones de este país a fuerza de labia, me sirve para desempolvar un curioso caso que se produjo en el fútbol, en tiempo tan lejano como 1948. Fueron protagonistas el Español y un señor que dijo ser y llamarse Alberto Pizzinato, italiano de nación, y que se presentó a sí mismo como una celebridad del fútbol transalpino.

El asunto fue curioso. Me lo contó hace algún tiempo mi amigo Bernardo Salazar y puede rastrearse en Mundo Deportivo y Marca a partir de mediados de agosto de 1948.

Un buen día se presentó en la frontera de Port Bou un señor muy depauperado. Decía ser italiano, estar huyendo de los comunistas, ser futbolista de profesión y buscar asilo político en España. Se le trasladó a la comisaría de Figueras, donde completó un relato novelesco. Había tenido que huir de Italia porque había sido conocido partidario de Mussolini, y de ahí que el movimiento comunista, tan fuerte en la Italia de la posguerra, la tuviera tomada con él. Había sido, contaba, jugador de gran mérito. Extremo izquierdo, aunque también podía desenvolverse como delantero centro. Había sido titular de la Selección Olímpica de Italia en 1936, en los JJOO de Berlín. Había jugado luego como profesional en la Ambrosiana, haciendo ala con Silvio Piola. La Ambrosiana es como se llamó el Inter en los años de Mussolini, porque lo de Internazionale podría evocar el concepto de la Internacional Comunista. La Ambrosiana era uno de los grandes equipos de Italia, y Piola, uno de los fenómenos de la historia. Piola tenía fama universal. Haber hecho carrera a su lado era todo un aval.

También declaró que durante la guerra había pertenecido al arma de artillería y combatido en distintos frentes. El derrumbe final del Eje le había pillado en Alemania, de donde había huido de la ola rusa hasta llegar, a pie, a Italia. Allí le encarcelaron los comunistas durante un tiempo. Cuando cobró la libertad, le confiscaron un bar-restaurante que había montado con sus ahorros de profesional antes de la guerra y no le dejaron jugar. Le acusaban de colaboracionista. Se fue entonces a Luxemburgo, a intentar una nueva vida como entrenador, pero allí se sintió vigilado. Había venido a España, de nuevo caminando (¡desde Luxemburgo!) y pasando hambre y calamidades porque sabía que sólo en España podía estar a salvo de los comunistas.

Dijo estar huyendo de los comunistas y se presentó como una celebridad del fútbol italiano. Era 1948

Tras tan sensacional declaración, le mandaron de Figueras a la Cárcel Modelo de la calle Entenza de Barcelona, no como detenido, sino como huésped a considerar. De ahí le trasladaron a la Cárcel Modelo de Las Ramblas. Allí le dieron ropa, cama y comida.

Quien primero se enteró de la presencia en la ciudad de esta especie de Rocambole del fútbol fue el Español, que se entusiasmó. Un crack italiano no era cualquier cosa. Italia había ganado el Mundial en 1934 y en 1938, y entre una cosa y otra, el torneo futbolístico de 1936, en Berlín. Era el primer torneo de fútbol olímpico en el que participaron sólo amateurs. La persistencia del fútbol en colar profesionales había acabado en su expulsión del Movimiento Olímpico. En Los Ángeles, 1932, no hubo fútbol. Regresó en Berlín, todos aficionados. Pizzinato, con 29 años cuando apareció en España, tendría 17 cuando los JJOO de Berlín. Muy joven, pero tratándose de un amateur no sorprendería tanto. Italia ganó el título, batiendo en la final a Austria, 2-1 en prórroga, ante 85.000 espectadores. De aquella selección olímpica saltaron varios al equipo que ganaría luego en París el Mundial-38. Era todo un aval. Y más lo del ala con Piola. Y perseguido por los comunistas, por más señas. Un mirlo blanco.

Así que el Español le firmó contrato a botepronto, sin la menor comprobación. En la época, por otra parte, no era fácil comprobar alineaciones de otros países, ni había grandes contactos internacionales por los que circulara el conocimiento. Y menos con dos guerras, la nuestra y la Mundial, por en medio.

El 11 de agosto, Pizzinato firma por el Español. Esa misma mañana acude a por él a la Cárcel Modelo el Gerona, recién ascendido a Segunda. Hace la gestión a través de su entrenador, Carlos Plattko, hermano del célebre portero al que cantó Alberti. Por la tarde se presenta Agustín Montal, presidente del Barça. (Su hijo también lo sería, mucho más adelante. Con él vendría Cruyff). Pero el jugador ya era del Español, cuyo presidente, Paco Sáenz, que había llegado al cargo en las Navidades, no cabía en sí de gozo. El Español tenía un equipo apañado, con jugadores estimables, singularmente Trías, Teruel, Parra, Rosendo Hernández y Artigas. Había sido finalista de Copa en 1947. Quizá Pizzinato fuera el empujón preciso.

El 11 de agosto, Pizzinato firma por el Español. Esa misma mañana acude a por él a la Cárcel Modelo el Gerona

La noticia del fichaje aparece en primera página de El Mundo Deportivo del 12 de agosto. Pizzinato es hospedado en La Manigua, un palacete colonial, rodeado de palmeras, donde estaban las oficinas del club y algunas habitaciones. Estaba situado detrás de una de las porterías de Sarrià. Lo administraba, cuidaba y habitaba la familia de Crisanto Bosch, glorioso extremo del equipo antes de la guerra. Allí pasó a vivir, a cuerpo de rey y a salvo de comunistas, el héroe de esta historia.

Pidió algún tiempo para enfrentarse al balón. Estaba demasiado estragado. Necesitaba fortalecerse. Así que le arrimaron solomillos y paellas en cantidad. Él salía a trotar al campo, aunque no demasiado intensamente, no fuera a hacerse daño.

El Marca del 15 de agosto se hace eco del caso en portada. El reportaje cuenta su peripecia e incluye una breve entrevista con él, en la que se declara muy agradecido:

—Hace año y medio que no juego; pero en cuanto recupere algo de peso y me haya recuperado, creo que podré dar buen rendimiento y recordar con acierto mis temporadas mejores, cuando hacía ala con Piola. Tengo 29 años, no me considero veterano... Y nada más que rogarle haga patente mi emocionado agradecimiento a todos los que me han recibido con los brazos abiertos, haciendo alto honor a la reconocida hospitalidad española y a la hermandad del deporte, que no conoce otras luchas más que las de los terrenos de juego.

Se retrató con el uniforme del Español, para la colección de cromos de Ediciones Deportivas ALG. Y fue incluido en la misma, con su historial.

Pidió algún tiempo para enfrentarse al balón. Estaba demasiado estragado. Necesitaba fortalecerse. Así que le arrimaron solomillos y paellas en cantidad

Pepe Espada, el entrenador, pretendió convencerle para que el día 28, cuando ya llevaba más de dos semanas de relax, jugara al menos un tiempo en un amistoso en Granollers. Pero se resistió. No estaba a punto, temía hacer el ridículo. Él prefería seguir en lo suyo: buena mesa, buena cama y trotecillos por Sarrià, que era como el jardín de su casa.

Pasó otra semana y a Pepe Espada se le acabó la paciencia. Un día le cogió del cogote para decirle que o se metía en el partidillo de titulares contra suplentes o se iba de allí en ese mismo instante. Sólo entonces cantó de plano. No era futbolista, nunca lo había sido. Ni Berlín, ni Piola, ni nada. Pero podía servir en el club para alguna tarea...

Como la única tarea para la que había servido era para empujarse las paellas y los solomillos de la señora de Bosch, le mandaron con viento fresco. El Español no dio explicaciones. Tampoco en la prensa aparecen. Bochorno, me figuro.

De su carrera en el fútbol queda como único vestigio aquel lejano cromo. No le busquen en la alineación de Italia en Berlín, ni en ninguna de la Ambrosiana. Ni del Español tampoco. Fue el futbolista que nunca existió.

Fue el Pequeño Nicolás de nuestro fútbol. Sólo que tardaron menos en detectarle.

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