_
_
_
_
_

El sueño de Murray, la pesadilla de Robredo

Por segunda final seguida, el británico supera cinco puntos de partido ante el español, con lo que gana el título de Valencia

Juan José Mateo
Captura del final de partido entre Murray y Robredo.
Captura del final de partido entre Murray y Robredo.

En la red, deshecho, empapado en sudor, roto por dentro y por fuera, Tommy Robredo espera a Andy Murray con el dedo corazón de cada mano levantado: el escocés acaba de remontarle cinco puntos de partido al español para ganar 3-6, 7-6 y 7-6 la final de Valencia, y Robredo, destrozado, solo puede recordarle con ese gesto bromista que es la segunda vez que le frustra, le niega y hace añicos sus sueños, que hace un mes, en la final de Shenzhen (China), también ganó el trofeo superando cinco puntos de partido en contra. Antes, un encuentro hecho de tripas, corazón y talento durante 3h 20m, con momentos para el recuerdo.

Federer, campeón en Basilea

Como si todo fuera normal, Roger Federer ganó 6-2 y 6-2 al belga Goffin la final del torneo de Basilea. Sin embargo, que el suizo lleve cinco títulos y cinco finales en 2014, o que sea el número dos mundial con 33 años y pueda acabar el curso como número uno del planeta, no tiene nada de lógico. Es la mejor fotografía del impresionante talento que hay en su raqueta, y que aún tiene dos retos a su altura en lo que queda de temporada: tras el Masters 1.000 de París-Bercy, asaltará la Copa de Maestros, en un pulso por el trono contra Novak Djokovic, y luego luchará en Francia y con Suiza por levantar su primera Copa Davis.

La final tuvo una intensidad conmovedora. Igual que si les fuera la vida en ello, Robredo y Murray se apretaron las clavijas sin la pausa de un lutier y con el sadismo de un verdugo. Primero, cada uno se sometió a sí mismo a la tortura de obligarse a un último esfuerzo, cazando pelotas imposibles. Luego, cada uno intentó torturar al otro enseñando dientes frente a los problemas: nadie podría decir que eso eran sonrisas, pero ninguno de los finalistas puso mala cara cuando el pulso empezó a echar chispas. Robredo y Murray se sintieron en su salsa. En su terreno. Hay tenistas que disfrutan cuando juegan sin cadenas, sin viento y sin calor, en condiciones ideales para desplegar su talento. Otros se emocionan en el esfuerzo, beben de su propio sudor en busca de convencimiento y fe, y se sienten reforzados por el dolor, que les dice que son duros; por el esfuerzo, que les cuenta que son de otra pasta; y por el sufrimiento que provocan en los rivales, que les miran ojipláticos y así les refuerzan. Robredo y Murray son de estos últimos. No les gusta tanto mandar como contraatacar. Prefieren defender antes que pegar. Cuando sufren, se alegran: “¿Qué no estará sintiendo el otro si yo estoy así de mal?”, vienen a decirse.

Robredo, durante el partido.
Robredo, durante el partido.Manuel Queimadelos Alonso (Getty Images)

Ya con el 3-3 de la primera manga (importante subrayarlo: primera manga), los dos rivales habían firmado puntos tan maratonianos como para sentarse en la silla de un juez (Robredo) y apoyarse en una tarima (Murray) tras uno especialmente exigente en mitad del séptimo juego. Hubo gritos de rabia, raquetas lanzadas contra el suelo y miradas que hubieran derretido el hielo, porque los dos contrincantes lo pusieron todo a través de un partido lleno de alternativas: la primera manga, del español, fue un monumento a la perseverancia; la segunda, del británico, que superó dos puntos de partido tras tener break de ventaja, un homenaje a la fe; y la tercera, con las piernas carcomidas por el esfuerzo, pura épica.

Cuando la agonía superó las 2h 30m y se agotaron las fuerzas, fue el momento de la clase pura. Nadie podía ya correr. Las piernas habían dicho basta, adiós, nos vemos en la próxima si es que nos recuperamos de esto. A Robredo, tenista de gran pureza técnica, le falta un tiro ganador que desborde a los mejores, y eso se nota más cuando ya no queda batería: se adelantó con rotura (4-3 y saque) y la entregó inmediatamente. En consecuencia, Murray, que por algo ha ganado dos medallas olímpicas y dos grandes, se impuso: su pelota pesa más, hacen más daño sus golpes, y en las situaciones límite florece en lugar de agostarse. Es tenista de pincel y brocha gorda. También, un jugador virtualmente clasificado para la Copa de Maestros: el título le deja como quinto mejor tenista del año.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_