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Novak Djokovic, el fiero

El serbio se cita con Federer por el título tras enfrentarse al público londinense

J. J. MATEO
Djokovic, en su partido con Nishikori.
Djokovic, en su partido con Nishikori. LEON NEAL (AFP)

Esta es la historia de Novak Djokovic el fiero, que jugará hoy (19.00, Tdp y C+ HD) la final de la Copa de Maestros contra el suizo Roger Federer, que neutralizó cuatro puntos de partido en contra para ganar 4-6, 7-5 y 7-6 a su compatriota Stan Wawrinka, achicado en los momentos decisivos hasta el punto de competir tres de esos peloteos con extraños saques-volea. Entre las tinieblas de la pista del 02 Arena de Londres, el serbio se está zampando a Kei Nishikori (6-1, break y saque) hasta que el público empieza a volcarse con el japonés porque ha pagado una entrada carísima y no quiere un partido de una sola dirección. Y Nole que entrega su ventaja con una doble falta. Y el número uno que empieza a dirigirle aspavientos al público, que ha gritado entre los dos saques. Y el campeón de siete grandes que acaba ganando 6-1, 3-6 y 6-0 pese a que su contrario tiene las dos primeras bolas de breaken el parcial decisivo... y que luego se despide con otro gesto de enfado. En lugar de firmar como siempre en la cámara, el ritual del ganador, deja un grueso punto amarillo, la marca de su mosqueo.

Hubo gente que se pasó de la raya. No suelo reaccionar a eso, pero en este caso lo hice Novak Djokovic

 “Hubo gente entre el público que se pasó de la raya, que me provocó. Normalmente no reacciono a eso, pero en este caso lo hice. No puedo culparles, porque el público tiene derecho a hacer lo que quiera”, explica luego el campeón defensor, que busca su cuarta corona de maestro y que intenta convertirse en el primer tenista desde 1987 (Ivan Lendl) que es capaz de ganar la Copa de Maestros tres años seguidos. “Perdí la concentración y perdí el break por eso. Debería hacer las cosas mejor: por eso me puse en la situación de perder el set y casi de perder el partido”, fotografía sobre sus dificultades para sellar la victoria, que vinieron acompañadas por los venablos de costumbre en serbio. “La verdad es que simplemente estoy exhausto”, añade. “Después de tres partidos muy emotivos, especialmente el que me llevó a confirmar que mantendría el número uno mundial al final de temporada, me sentía un poco vacío”, cierra el número uno.

Djokovic, de 27 años, llega al partido decisivo acunado por sus 31 victorias seguidas bajo techo, un registro impresionante. Con viento a favor, su tenis fluye con una precisión quirúrgica y desarmante, porque aún sin la estética de Federer es capaz de producir pelotas devastadoras con poquísimo esfuerzo. Nishikori, sin embargo, descubrió a un Nole muy distinto del que ganó en el Masters 1.000 de París-Bercy, y del que ha gobernado con autoridad a su paso por Londres, el torneo de los campeones. Un Djokovic en el que siguen habitando los demonios de siempre, listos para desencadenarse y convertir la precisión en imprecisión, el pulso firme en tembloroso y la calma inalterable en nervios desatados. Ocurrió en el segundo y el tercer set, y seguramente supuso un alivio para el resto del circuito. Este Djokovic cibernético, que hasta semifinales no cedió más de nueve juegos en tres partidos, sigue siendo humano... si le aprietan los rivales.

A Nishikori, según las estadísticas el mejor tenista del curso en los finales apretados, la faena acabó viniéndole grande. “Pensé que lo tenía”, dijo sobre su remontada del segundo set y sus dos bolas de break en el arranque del tercero; “pero empecé a pensar demasiado que estaba jugando contra el número uno del mundo... y cuando juega bien, nadie le puede parar”.

Un aviso para Federer, que sufrió de lo lindo ante Wawrinka y a los 33 años tendrá menos horas de recuperación. El suizo domina 19-17 el cara a cara y busca un triunfo balsámico: justificación suficiente de un 2014 sin títulos grandes, lanzadera inmejorable para afrontar el reto de ganar la Copa Davis ante Francia.

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Sobre la firma

J. J. MATEO
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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