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Wawrinka marca el paso

El helvético gana 6-1, 3-6, 6-3 y 6-2 a Tsonga y pone el 1-0 El partido reúne a 27.432 espectadores, récord de espectadores en un partido de tenis Monfils-Federer, a continuación

Juan José Mateo
Wawrinka, ante Tsonga.
Wawrinka, ante Tsonga. AP

Roger Federer ya tiene a tiro la Copa Davis, el gran título que le falta. Como su compatriota Stan Wawrinka abrumó 6-1, 3-6, 6-3 y 6-2 al francés Jo-Wilfried Tsonga (Francia, 0-Suiza, 1), si el campeón de 17 grandes supera los dolores de espalda y gana ahora a Gael Monfils su selección dormirá el viernes a un punto del título. Dio igual que en Lille se rompiera el récord de espectadores en un partido de tenis (27.432 espectadores, por los 27.200 de Sevilla 2004). Wawrinka solo necesitó 2h 24m para acallar al gentío y dar el primer paso hacia La Ensaladera.

La fanfarria de una orquesta militar ocultó la pasión con la que las más de 25.000 gargantas francesas entonaron La Marsellesa llamando a los ciudadanos a las armas. De la misma manera, la música de discoteca tapó entre juego y juego las palmas de la grada. No hubo infierno. No se desató “la locura” que había reclamado Gael Monfils. Todo eso fue imposible cuando Wawrinka salió al encuentro y le puso hielo al fuego con un 6-1 en menos de 30 minutos. Eso no lo aguanta ni la barra brava más apasionada.

Pese a que los franceses se habían pasado una semana concentrados para adaptarse a la arcilla, Tsonga pareció un marciano sobre la superficie. Wawrinka, que venía del cemento de la Copa de Maestros, se deslizó sobre la tierra sobre esquíes. El francés abrió surcos profundos, tan pesado que pareció estar arando la tierra. Sin patrón, el número doce mundial penó para contrarrestar la ambiciosa propuesta del número cuatro, capaz de reventar las pelotas por las dos alas, decidido en la ejecución de su plan, sin permitirse ningún enredo. A Tsonga no le dio tiempo para disparar porque para cuando quiso buscar las balas ya le habían acribillado.

La pista repleta de espectadores.
La pista repleta de espectadores.PASCAL ROSSIGNOL (REUTERS)

El encuentro sirvió para poner de manifiesto los escalones que hay en el tenis masculino. Las diferencias entre los mejores tenistas y los notables, como entre estos y los de la clase media, son cada vez más acusadas. Puesto frente a Wawrinka, Tsonga, que tiene un misil en la derecha y una pistola de agua en el revés, se vio a un mundo del suizo. Justo lo mismo que le pasa al helvético frente a Novak Djokovic, Rafael Nadal o Roger Federer, que no hubieran perdonado su doble falta en punto de break (segundo set) y en punto de set (tercera manga), dos síntomas de un nerviosismo impropio de un encuentro de una sola dirección.

Así, de machetazo en machetazo, Wawrinka fue abriéndose paso en la selva del partido hasta convertirlo en su plácido jardín y colocarlo en su punto más interesante: frente al Monfils-Federer, que medirá el estado físico del campeón de 17 grandes y su maltrecha espalda. El campeón del Abierto de Australia y el genio se necesitan más que nunca: es matemáticamente imposible que un tenista gane solo La Ensaladera, por muy bueno que sea.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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