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Federer se queda congelado

El suizo, lesionado en la espalda, cae 1-6, 4-6 y 3-6 ante Monfils en la final de la Copa Davis Con la victoria de Wawrinka ante Tsonga, Suiza y Francia igualan 1-1

Juan José Mateo
Monfils grita celebrando un punto.
Monfils grita celebrando un punto. PHILIPPE HUGUEN (AFP)

Esto no es tenis, es boxeo. Arnaud Clement, el capitán francés de la Copa Davis, le pide a Gael Monfils que no salte la red para irse a discutir cara a cara con Roger Federer. El genio está desencajado. La espalda, que le impidió jugar la final de la Copa de Maestros, le encadena con dolorosos grilletes. Stan Wawrinka ha ganado el primer partido de la final de la Copa Davis (6-1, 3-6, 6-3 y 6-2 a Tsonga), pero ya da igual. Monfils ha despertado al público del Pierre-Mauroy (27.432 espectadores, el récord), gritándole para que le griten, y en medio se ha dedicado a propinar pelotazos que llegan hasta Federer con sus aullidos resonando en el aire. Y Monfils que pide al árbitro que revise una bola. Y el juez de silla que le da la razón. Y Federer que se encara, que le pregunta cuántas veces piensa detener el juego, y el duelo que se incendia hasta dejar las esperanzas del suizo hechas ceniza. Federer cae 1-6, 4-6 y 3-6. Es Francia, 1-Suiza, 1. El sábado se juega el dobles. Al genio, sin embargo, le importa otra cosa: el talento a veces no puede llevar a la raqueta hasta donde no puede ir el cuerpo.

Federer discute con el juez de silla.
Federer discute con el juez de silla.PHILIPPE HUGUEN (AFP)

Allez les bleus! Allez les bleus!”, brama el público mientras Monfils abre sus mandíbulas. Federer juega bajo ese espeso manto de gritos, y salvo en el momento de la discusión en la red, no altera el gesto. A los 33 años, el genio ha visto de todo, pero casi nunca esto: él, que es un icono del deporte adoptado por la grada de todos los torneos, se mide por primera vez a un público abiertamente hostil. Poco queda de los aplausos con los que se le recibió en el sorteo, o de los vítores con los que le celebran en las presentaciones. Cuando el campeón de 17 grandes pisa el albero, el dj pone Welcome to the jungle. Muy apropiado: Bienvenido a la jungla.

A los 33 años, el genio ha visto de todo, pero casi nunca esto: un público abiertamente hostil.

La jungla es el Pierre-Mauroy y el león que manda en ese reino es Monfils. El francés empieza el encuentro de saque en saque, de ace en ace, pura dinamita. La grada, congelada tras la derrota de Tsonga frente a Wawrinka, estalla. Federer no puede hacer nada. No es este el tenista de 2014, que había recuperado la movilidad, tenía la red como objetivo preferente y las ideas claras. No. Para nada. Maniatado por los dolores de espalda, el suizo protagoniza un viaje en el tiempo que le deja de vuelta en 2013, el peor curso que se le recuerda. Entonces, como hoy en Lille, compite como un burócrata, anclado en la línea de fondo; fiándolo todo al talento de un tiro mágico; y sin soluciones que pasen por visitar la red para acortar los peloteos y frenar el desgaste al que los contrarios someten a sus castigadas piernas. Federer quiere pero no puede. La espalda no le deja. Severin Luthi, el seleccionador suizo, no puede ayudarle con nada: no hay plan que cambiar, nueva estrategia que probar. Federer no puede ser Federer, y punto.

El estadio de Lille.
El estadio de Lille.Julian Finney (Getty Images)

Así, Monfils disfruta. Atleta espectacular, capaz de rematar la pelota como si hiciera un mate, el francés tuvo dos puntos de victoria frente al suizo en cuartos del último Abierto de Estados Unidos. Derrotado entonces, acude con cuentas pendientes. Con Federer herido, huele la sangre y se las cobra todas con propina. Cuando gana el primer set, ya sabe que ha ganado el partido (solo a él puede favorecerle ir a un encuentro largo, que para eso Federer está dolido), y liberado de tensiones se dedica a completar su obra con avaricia.

Del Monfils juguetón y con el pelo a lo afro del jueves se pasa al quirúrgico con trenzas del viernes. Uno que puede competir reventando la pelota a tiros. Uno que puede trabajarse el punto en peloteos largos. Uno que por una vez se contiene, no pierde el esquema de ataque al revés a cambio de buscar florituras, y que se impone. El público celebra su victoria a lo grande. Federer se marcha cabizbajo. Dolido en la espalda, pero también por dentro: toda una vida esperando una final de la Davis para que luego los músculos le pongan freno.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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