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Nunca habrá otro Federer

A los 33 años y solo una semana después de renunciar por lesión a la Copa de Maestros, el campeón de 17 grandes gana a Gasquet y le da a Suiza el punto decisivo en la Copa Davis

Juan José Mateo
Los jugadores suizos levantan la Ensaladera
Los jugadores suizos levantan la Ensaladeraphilippe huguen (afp)

Las lágrimas inundan los ojos de Roger Federer. El suizo acaba de ganar 6-4, 6-2 y 6-2 a Richard Gasquet, lo que sella el triunfo de su selección en la final de la Copa Davis, el gran título que le faltaba en su currículo (Francia, 1-Suiza, 3). Llora el genio de 33 años, y con él se estremecen los 27.448 espectadores de récord que abarrotan el Pierre-Mauroy para observar cómo la historia se conjuga en presente; cómo una raqueta puede causar el mismo efecto emocionante que la mejor pluma, el mejor pincel o la más prestigiosa batuta; y cómo La Ensaladera, centenaria, vieja y sabia, sigue convocando a los valores del trabajo en equipo.

No puedo agradecerle lo suficiente a Wawrinka su esfuerzo”, dice roto en lágrimas

Llora el campeón de 17 grandes porque para ganar el título tiene que renunciar a luchar por la Copa de Maestros y combatir durante una semana a un enemigo invisible, los dolores de espalda. Llora el suizo porque levantar La Ensaladera es grabar en piedra su nombre, hacerlo eterno e indiscutible para las generaciones venideras. Llora Federer como se llora cuando se encuentra algo precioso que se creía para siempre perdido, e inmediatamente le abraza Stan Wawrinka, su compañero de selección, el hombre que salvó la eliminatoria el viernes, que le llevó en volandas en el dobles del sábado y que supo dejarle todos los focos el domingo. Es la foto del día: Wawrinka es el nombre decisivo del cruce, Federer es el nombre que quedará para la historia.

El campeón, visto por Rafael Nadal, su gran rival

DRIVE. "Ha sido su mejor golpe, sin ninguna duda. Lo ha sido durante toda su carrera. Uno de los tiros más espectaculares que he visto y hay en el mundo del tenis", dice Rafael Nadal (28 años) de Roger Federer (33).

REVÉS. "Se ha cogido la manía de que Federer no tiene un gran revés y creo que es una manía ilógica e injusta. Tiene un grandísimo revés. Otra cosa es que mi bola en sí le haya molestado.Tiene un grandísimo revés porque tiene el cortado, el liftado, un gran passing, una dejada espectacular.... Otra cosa es que mi bola le moleste".

MENTALIDAD. "Alguien que ha ganado lo que él, evidentemente, tiene una gran cabeza... pero si hablamos de características, la característica principal de Federer ha sido su gran juego".

PIERNAS. "A no ser que seas un Karlovic, o un tenista del futuro que salga así, [sacador], no hay posibilidad de ganar lo que ha ganado y competir como él sin tener una gran movilidad. Imposible".

“Pero esto no trata de mí, de llenar cajas vacías, sino del equipo, de nuestro esfuerzo de conjunto”, valora luego el número dos del mundo, al que solo le falta el oro olímpico individual para redondear un palmarés de ensueño. “Stan es el que nos puso en esta posición de poder ganar el domingo. No puedo agradecerle lo suficientemente su esfuerzo por mantenernos vivos”, sigue. “Todos hemos trabajado muy bien, nos conocemos muy bien porque llevamos al menos diez años en el equipo. Es genial haber conseguido ganar por fin”, añade el suizo, que hizo grandes esfuerzos porque el título no fuera suyo, sino de todos. “Me siento aliviado. Queríamos este titulo con todas nuestras fuerzas. Por eso hemos hecho un esfuerzo extra”, se despide.

Con Federer a la cabeza, Suiza dedica la semana a restañar las heridas que se habían abierto entre sus dos mejores tenistas durante unas tensísimas semifinales de la Copa de Maestros. Los jugadores franceses, gente de lengua extravertida y raqueta tímida, les facilitan el trabajo en los preámbulos del cruce: “Vamos a la guerra”, dicen les bleus, sin darse cuenta de que al rival dividido no hay que proporcionarle la salida de un enemigo común. “Wawrinka no está preparado”, insinúan en la prensa, ocultando que de todos los finalistas el que llega en peor momento es Jo-Wilfried Tsonga, que acaba causando baja en los partidos decisivos (una lesión en el brazo le impide competir el dobles y el individual del domingo). Federer y Wawrinka se desayunan esos titulares y los sienten como una espuela en el ánimo. El campeón de 17 grandes concentra todos sus esfuerzos en superar sus problemas de espalda. El campeón del Abierto de Australia, en mantener viva la eliminatoria para darle a su heráldico compañero la oportunidad de recuperarse y sacar a pasear su arsenal inigualable.

Después de levantar la Ensaladera, al suizo solo se le resiste el oro olímpico individual

Y cuando Federer brilla, los franceses se quedan ciegos. Gasquet comparece al encuentro decisivo acompañado por la fanfarria que le corresponde a una estrella de rock (“¡Richard! ¡Richard!”, braman las gargantas en defensa de la patria), pero se pasea como un músico que vaya a estrenar la guitarra frente al crítico más duro del mundo. Federer, que es ese hombre, enseguida diagnostica sus nervios y se los quita dejándole claro que haga lo que haga ya ha perdido. Y Federer, ese tenista que no se entrenó entre el domingo y el miércoles por sus dolores de espalda, se mueve con la soltura de los elegidos, libre de cualquier atadura. No es cuestión de músculo. Gobierna desde el talento, abusando de Gasquet, que en todo el encuentro, pese al apoyo del público, ni siquiera puede celebrar el pírrico botín de un punto de break a favor. Como dice luego Wawrinka: “Le ha matado”.

Los datos de la final

Tenistas que han ganado todos los títulos del Grand Slam, la Copa Davis y medallas olímpicas individuales: Agassi, Nadal y Federer (el suizo no tiene el oro individual, pero ganó el dobles en 2008 y la plata individual en 2012).

Stan Wawrinka iguala al mallorquín como el único tenista que ha conseguido ganar al menos un torneo del Grand Slam y la Davis en el mismo año del siglo XXI.

Al vencer su primera Ensaladera, Suiza se convierte en el 14º país que celebra el centenario título.

Francia es el primer país que pierde tres finales seguidas en casa y arcilla.

Porque Federer no está dispuesto a desaprovechar la oportunidad. Sabe que hay trenes que no vuelven a pasar, y en lugar de conformarse con ser un pasajero —a ver qué ocurre, juguemos punto a punto— decide que él va ser el maquinista —y marca siempre los tiempos y las formas, el ritmo y la velocidad, ayudado por un Gasquet incapaz de aprovechar sus pocas oportunidades, y que solo suma cuatro puntos al resto en la primera manga—.

Así, tras un partido limpio, llegan las lágrimas hasta las mejillas de Federer. Si hay un instante que ha distinguido sus grandes victorias y sus grandes derrotas es ese, el de los pucheros en la entrega de trofeos. Si hay uno que fotografía la importancia del triunfo de ayer también son esas lágrimas que le liberan, que purifican los demonios de la tensión y que le llevan

hasta el siguiente capítulo: hoy, cuando se levante, Federer será un hombre de 33 años con cuatro hijos, 17 títulos grandes, dos medallas olímpicas y una Copa Davis. Lo impensable, sin embargo, es otra cosa. Mil veces enterrado y mil veces renacido, el campeón de campeones sigue teniendo hambre para ser al tenis lo que Neil Armstrong fue a la Luna: el protagonista de una huella imborrable.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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