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El último viaje de Marco Pantani

Un libro desmonta la denuncia de que El Pirata murió asesinado y no de sobredosis de coca

Carlos Arribas
Pantani, en la playa de Cesenatico, semanas después de ganar el Toru del 98.
Pantani, en la playa de Cesenatico, semanas después de ganar el Toru del 98. Marcel- Li Sáenz

A Marco Pantani le gustaba Charlie Parker, su saxo roto, y leer la biografía del Che, y en el bolsillo llevaba siempre el libro, pero la última vez que pisó la calle, cinco días antes de morir, lo hizo “más muerto que vivo”, y no como el Che ni como el Charlie Parker de Todas las cosas que eres, aquel que se pasó la vida buscando algo que hiciera a su corazón latir mucho más deprisa, y que nunca supo lo que era. El 9 de febrero de 2004, a las 13.25, Marco Pantani se bajó de un taxi en el viale Regina Elena de una Rímini triste y desierta y recorrió a pie 1.000 metros de la calle, que olía a Mediterráneo e invierno, como un yonqui buscando su camello, como el Lou Reed de Estoy esperando al hombre,"sucio y enfermo", con 10.000 euros en la mano. Unas horas después, encontrado al fin un camello que dudaba, los 10.000 euros se habían transformado en 100 gramos de cocaína. El 14 de febrero, San Valentín, a las nueve de la noche, el conserje de un hotel del mismo viale Regina Elena, logró desatrancar la puerta, bloqueada desde el interior por una pila de muebles y electrodomésticos, y entrar en la habitación 5D, en la que yacía muerto desde hacía casi 10 horas el último gran ciclista de leyenda. Llevaba sin competir desde junio de 2003, desde que quedó 14º en su último Giro.

Su último gasto fue 10.000 euros en 100 gramos de coca cinco días antes de morir

"Murió por una intoxicación aguda de cocaína con el consiguiente edema cerebral y pulmonar agravado por las persistentes lesiones del miocardio debidas a un abuso prolongado de la sustancia". Así se lee en la autopsia firmada por el patólogo Giuseppe Fortuni. Así, esto y más cosas, se lee en Delito Pantani. Último kilómetro (Secretos y mentiras), un libro en el que Andrea Rossini, un periodista que investigó el caso desde el primer día, narra los últimos días y años de la vida de Pantani y que desmonta minuciosamente, punto por punto, el último intento de convertir también la muerte del corredor en un mito: la denuncia presentada por su madre, Tonina Pantani, por supuesto homicidio. La acusación, investigada por la Fiscalía de Forlì, que ha contado con tanto apoyo mediático en Italia que ayer mismo, horas antes de la presentación del libro en el mismo Rímini invernal y melancólico, la Brigada de Homicidios de la policía italiana que investigó la muerte denunció el "linchamiento mediático" a que se había visto sometida y se ratificó en que la conclusión de su investigación, la de que Marco Pantani había muerto solo y de sobredosis accidental, es la única posible.

"No hay elementos que puedan hacer pensar en un homicidio", dice Rossini, quien piensa que la madre, Tonina, quiso que se reabriera el caso víctima de un dolor insoportable que le impide aceptar que su hijo pudo haber emprendido solo el viaje a la destrucción; y que la reapertura, solicitada el 24 de julio pasado, justo el día en que Vincenzo Nibali se convertía en el primer italiano que ganaba el Tour después del mismo Pantani, ha contado con tanto eco en la prensa, sobre todo en La Gazzetta dello Sport, portavoz de la teoría del complot, por la necesidad de hacer sobrevivir la imagen del corredor convirtiéndola en efigie en una especie de proceso de beatificación. "Pero no hay ni cómo ni quién ni por qué".

La madre sostiene que desconocidos le obligaron a beber droga disuelta en agua

Al cómo, el abogado de la familia, Antonio de Rensis, intenta responder que unas personas desconocidas entraron en la habitación y obligaron a Pantani a beber cocaína disuelta en agua, y después salieron dejando la puerta atrancada por dentro. El resto de la denuncia es una lista de "errores" de los investigadores, que intentaron tapar la verdad. De quiénes podían desear matarlo y por qué no hay señales.

No era la primera vez que Pantani se encerraba varios días para ahogarse en cocaína, una adicción que comenzó el verano de 1999, como búsqueda de una cura imposible para la depresión que le produjo la exclusión, por un hematocrito alto (otra historia de complot, según las últimas denuncias que pretenden que el crimen organizado tuvo algo que ver), de un Giro que ya tenía ganado. Le condenó su orgullo, el sentimiento de vergüenza y humillación.

Los últimos días, cuenta Rossini, antes de encerrarse con 100 gramos de coca que esnifaría, fumaría y hasta intentaría comer envuelta en miga de pan, Pantani había emprendido un viaje hacia la soledad absoluta rompiendo con todas las personas que habían significado algo en su vida. A Christina, la novia danesa que le abandonó cuando lo vio sumergirse, la llamó por teléfono. Con sus padres y con su agente, Manuela Ronchi, había discutido violentamente el 31 de enero, cuando se negó a acudir a una clínica de rehabilitación. "No iré nunca, ahí, solo se entra para morir, como El Chava. Quiero vivir a mi manera", les dijo. No volvió a verlos. Se fue sin mirar atrás, sin maleta, sin teléfono móvil. Se encerró en un hotel de Milán, donde soportó a palo seco varios días el mono. Después, el 9 de febrero, en un taxi, un Mercedes E270 negro, viajó a Rímini, donde tenía una cita con el hombre.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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