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Federer, historia conjugada en presente

Tras cerrar 2014 levantando la Copa Davis, el suizo celebra su victoria 1.000 ganando el título de Brisbane

Juan José Mateo
Roger Federer, tras ganar Brisbane.
Roger Federer, tras ganar Brisbane.EFE

Cada semana, un récord. Cada mes, una estadística que le hace una reverencia. Cada temporada, una ocasión para ver la historia conjugada en presente, la leyenda que será mientras todavía está siendo. Roger Federer tumbó 6-4, 6-7 y 6-4 a Milos Raonic en la final de Brisbane, y con ello sumó la victoria 1.000 de su carrera. En la Era Abierta (desde 1968), solo otros dos tenistas habían llegado a esa cifra: Jimmy Connors, que se retiró con 1.253 partidos ganados, e Ivan Lendl, que lo hizo con 1.071. Ninguno de esos dos jugadores míticos, sin embargo, puede presumir de un palmarés como el del suizo ni de haber dejado una huella en su deporte que será como la de Armstrong en la Luna: única, indeleble y eterna.

"No hay duda de que este es un momento especial", fotografió Federer, que levantó el 83º título de una carrera en la que ha celebrado al menos un trofeo en cada una de las últimas 15 temporadas. "Llegar a las 1.000 victorias significa mucho para mí. Nunca olvidaré este partido. Sabe muy distinto a cualquier otro ¡Qué número! Solo contar hasta 1.000 me va a llevar un rato".

Camino de los 34 años, Federer es padre de dos parejas de gemelos y hace tiempo que no avasalla a sus rivales con la tranquilidad de lo inevitable, como en sus cursos más gloriosos. Nada retrata mejor su carácter competitivo que su voluntad de adaptarse a los cambios del juego, el paso de las generaciones y a las propias limitaciones de su cuerpo de bailarín, golpeado por el transcurrir de los años (espalda) y del tiempo (su movilidad, aún estupenda, ya no es la que era). En lugar de encerrarse en su torre de marfil, repasando una y otra vez los muchos títulos conseguidos, anclado en el pasado y ciego al presente, Federer ha demostrado su capacidad de adaptación, que es como gritar a los cuatro vientos su hambre de más trofeos. La lista de cambios es notable: afrontó 2014 con nuevo técnico (Stefan Edberg, su héroe de juventud), cambiando de raqueta (a una más grande, para no sufrir tanto con el revés a una mano) y apostando por una agresiva estrategia que le devolvió a los primeros episodios de su carrera.

El Federer más dominador ganaba tan fácil que bordeó la burocracia. El que vive ahora los últimos años de su carrera vuelve a atreverse con el vértigo de la volea

El Federer más dominador ganaba tan fácil que bordeó la burocracia, anclado en la línea de fondo, sin afrontar el riesgo de la búsqueda de la red como en su primera victoria en Wimbledon. El Federer que vive ahora los últimos años de su carrera vuelve a atreverse con el vértigo de la volea, y ejecuta un plan de ataque arriesgado y valiente, de tenis a pecho descubierto, sin escudo, trampa ni cartón. Federer gana atacando y muere atacando. Si no le pasan, vence. Si le pasan, cede. Ya no se oculta en largos intercambios en la línea de fondo porque eso, con 33 años, le cuece las piernas. Ya no entra a los partidos al mejor de cinco sets contra los mejores tenistas del momento siendo el favorito innegable. Y aún así, ahí está, tan vigente en la pelea por los trofeos como indica su ránking: número dos del mundo.

Mil veces enterrado y mil veces resucitado, su aura de campeón irrepetible crece cada semana. Federer cerró 2014 sin ganar ningún grande (perdió en el quinto set una magnífica final de Wimbledon) pero redondeando su palmarés con la Copa Davis. El punto final en la lucha por La Ensaladera, largamente perseguida, explicó bastante de por qué ha sido capaz de llegar a las 1.000 victorias: en un momento de máxima tensión, con 15.000 franceses apretando, ejecutó una dejada camino de la gloria. Único, irrepetible y eterno.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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