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Los cepos de Simeone

El técnico rebaja desde la pizarra las llegadas de Messi y la efervescencia de Neymar

Messi, entre Arda y Godin.
Messi, entre Arda y Godin.Alex Caparros (Getty Images)

Hace 10 días, cuando acabó el encuentro del Camp Nou, Simeone charló con sus jugadores en el vestuario largo y tendido hasta el punto de que se ganó una multa de la LFP por comparecer tarde en la sala de prensa. No le gustaba lo que había visto y, por más que señalara públicamente errores globales como la intensidad y la gazuza, entendió en secreto que su planteamiento no había sido el idóneo. Un desequilibrio en la pizarra que se exigió corregir, sobre todo porque no quería el protagonismo y la fertilidad futbolística de Messi y Neymar en la Copa. El entrenador argentino, intervencionista y exitoso como es, lo consiguió. O casi.

Aprendió Simeone que a Messi no se le puede poner como pareja de baile a un futbolista en rodaje y novel en estas lides como Gálvez, a quien descompuso con su break dance del balón. Esta vez le encorsetó a Siqueira, hasta el punto de que le obligó a subir al vértice del área cuando tiraban saques de esquina para anular la posible contra del 10, que le seguía resignado. A Siqueira, en cualquier caso, le echaron un capote generoso el mediocentro más cercano (Koke) y también el interior (Arda), siempre y cuando Alves no fuera un carrilero de luces largas. Una red de rivales que a Messi le resultó complicado descuadrar, que no imposible porque está en su punto.

Olvidadas las sucesivas lesiones musculares del curso anterior y la obcecación en el Mundial, Messi vuelve a ser el 10, Aladino, el genio del balón. Y resulta complicado echarle el lazo. “Es el mejor jugador de la historia”, le reconoció Luis Enrique en la previa del duelo. Una concesión que aprobó Simeone, al menos si se atiende a las trampas que planteó en el Camp Nou para que Leo no se expresara con comodidad, que no encontrara las rampas que llevan a sus compañeros de fechorías Neymar y Luis Suárez, tampoco la que lleva al gol. Aunque Leo, inspirado, leyó con acierto que debía inclinar el juego sobre el otro costado, siempre con cambios de orientación medidos. En uno de esos, sólo Oblak pudo escupir el disparo de Neymar; y en otro Luis Suárez se hizo el lio. Y en varios eslálones sólo faltó el pase o chut final. No falló, sin embargo, desde el punto de penalti. O, más bien, en la definición del rechazó.

A Siqueira, en su misión de tapar a Messi, le echaron un capote generoso el mediocentro más cercano (Koke) y también el interior (Arda)

Para anestesiar a Messi y al Barcelona en general, también decidió Simeone que su equipo se definiría por la presión alta, argucia que ya le mejoró la cara al equipo en el duelo de Liga festejado por el Barcelona (3-1). Ocurrió, sin embargo, que el acoso lo realizaron sobre todo Griezmann y Torres (luego Mandzukic), los dos delanteros, mal secundados por la segunda línea. Un alivio para el Barcelona que sacaba sin demasiados apuros el esférico en la raíz del juego; pero también una satisfacción del Atlético porque el equipo azulgrana no se instaló en campo ajeno como ocurriera hace 10 días.

El otro cepo de Simeone fue el intercambio de posiciones de Gabi y Koke. Colocó al primero, más defensivo, en la banda izquierda para taponar las subidas de Alba y las posibles asociaciones con Neymar; y al segundo lo atornilló en el eje con la idea de que actuara de trampolín con su preciso pase. No brilló ninguno y eso casi le vale a Simeone. Resulta que Leo hizo su gol y Simeone tiene de nuevo la pelota en su tejado.

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