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COPA DEL REY | ATLÉTICO-BARÇA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Parecía una tontería

Otro Atlético aconsejaría albergar pocas esperanzas de pasar la eliminatoria, pero con Simeone, todo es posible

Juan Tallón
Simeone, durante el partido ante el rayo.
Simeone, durante el partido ante el rayo.Andres Kudacki (AP)

Desconocemos qué ocurrirá esta noche, salvo que todo lo que ocurra será espeluznante. Hace ya tiempo que el Atlético se volvió un equipo terrorífico. Quizá no combine con fatal belleza, ni golee con las manos en los bolsillos. Pero, y qué. También en sus emboscadas habita cierta forma de esplendor. Hay noches que el exceso de virtuosismo constituye un lastre. “Yo no sé nada de música. En el género que toco no hace falta saberlo”, decía Elvis del rock. En ese sentido, para ganar una eliminatoria que tienes perdida, sólo precisas un instante de oscuridad, y que el Mal actúe de fuente de placer. No importa que la suerte sonría momentáneamente al rival, ni siquiera que Messi esté de su parte. Cuando un equipo encarna el terror, le basta uno de esos minutos en que el Barça parece decirse a sí mismo “ay, pero qué feliz soy y qué guapo”, para caer sobre él. Las cosas horribles desbancan a uno cuando vive instalado en lo mejor.

La vida apacible que le promete al Barça el 1-0 es un escenario propicio para la asechanza

Otro Atlético aconsejaría albergar pocas esperanzas de pasar la eliminatoria. Los últimos partidos contra el Barça incitan al pesimismo. El viejo equipo volvía inevitable el fracaso. Recordaba a esa escena de Retorno al pasado cuando Jane Greer pregunta: “¿Existe alguna maldita manera de ganar?”. Y Robert Mitchum confiesa: “Bueno, hay un camino para perder más despacio”. No podías soñar con más. Pero gracias a Simeone sabes que incluso cuando hay muerte hay esperanza. Sus jugadores son irreductibles. Están seguros de sí mismos. Ya no te acercas a ellos y responden como Beckett a aquel señor que le preguntó si en efecto era Beckett, y éste dijo “a veces”. Son letales todo el tiempo. Solucionan problemas.

Hay noches que el exceso de virtuosismo constituye un lastre

La vida apacible que le promete al Barça el 1-0 de la ida es un escenario propicio para la asechanza. ¿Cómo vivir tranquilo? Cuando sientes que puedes mecerte en el resultado, porque Koke o Griezmann yerran lejos de tu área, y no encadenan dos octosílabos seguidos con el balón, estás perdido. Obnubilado porque te ves en semifinales, de pronto experimentas una molestia en el pecho, parecida a la tos. Será una tontería, piensas. Cuando te palpas, como si buscases el paquete de Lucky, y retiras la mano, descubres la sangre, seguramente efecto de un libre indirecto anodino. En ocasiones, la derrota no es fruto de una ofensiva sin cuartel, sino de un lance sin importancia.

Hace meses leí que un hombre había superado un infarto severo, y cuando le dieron el alta, y salió del hospital, mientras encendía un pitillo para celebrarlo, lo atropelló una ambulancia dando marcha atrás; al poco, fallecía. A eso le llamo un lance futbolístico, tonto e inhóspito, aunque no tenga que ver con el fútbol. En este Atlético, de una jugada que parece una tontería, inocua, que no sirve ni para prender un cigarro, nace el gol que te arruina. El fútbol a veces se resume en una jugada descamisada, lánguida, sin futuro, que por una fatalidad se envenena y acaba contigo, como esos mediodías que te atragantas con un hueso de aceituna y mueres de maravilla.

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