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Madrid ‘florece’ en Melbourne

14 esculturas españolas hechas con flores secas, prensadas y barnizadas lucen en la sala más elitista del Abierto de Australia están valoradas en más de 20.000 euros

J. J. M.
Melbourne -
Ignacio Canales, junto a una de sus esculturas en la galería Lucía Mendoza de Madrid.
Ignacio Canales, junto a una de sus esculturas en la galería Lucía Mendoza de Madrid.Luis Sevillano

Si fuera una operación secreta, la habrían llamado Limonium Statice y le habrían dado el código Siemprevivas. Encerradas en cajas de cartón triple reforzado y base de madera, 14 esculturas hechas con flores viajaron el pasado mes de diciembre desde un estudio de Madrid hasta Melbourne, en Australia. Su odisea, que duró más de diez días, no pasó inadvertida para las autoridades locales. Desde el principio, el Ministerio de Agricultura del país, que impone normas muy estrictas a la entrada de fauna y flora en suelo australiano, supo que hacia sus fronteras se dirigía ese cargamento, valorado en más de 20.000 euros; comprobó que el tipo de flor utilizado en las obras (Limonium staticeo siemprevivas) no se hallaba entre los prohibidos, y finalmente dio el visto bueno a su importación. Hoy, las esculturas, formadas por una compleja composición de flores prensadas, secadas y barnizadas, están expuestas en la sala más elitista del Abierto de Australia, el refugio de nobles, embajadores, famosos y tenistas de leyenda.

El asesor creativo del

Todo empezó en el palacio de Santa Bárbara, en Madrid. Allí, entre las paredes diseñadas por Juan Madrazo, se reunieron Gary Chard, asesor creativo del Abierto de Australia, e Ignacio Canales, el artista. “Nuestra idea inicial fue que viniera a Australia a trabajar y utilizara flores nativas australianas, pero el proceso creativo dura seis semanas y no era viable financieramente”, cuenta Chard. “Fletar las esculturas implicó un proceso largo, porque Australia es un país fuertemente protegido cuando se trata de importar algo de origen natural”, añade. “Elegí su trabajo por su fuerza y su complejidad. Las esculturas parecen trofeos y capturan la esencia de las flores en su momento álgido: como ellas, los jugadores de tenis tienen una carrera corta, y ganar un trofeo se convierte en un reconocimiento permanente de una brillantez que el tiempo difuminará”.

“Es un ejercicio un poco irónico, intentar preservar la belleza de algo que no se puede guardar, como es la belleza de algo tan efímero como una flor”, cuenta Canales (Madrid, 1984) sobre sus obras, que se han podido ver en muestras, por ejemplo, en el Museo Sorolla. “Nunca se puede conservar con el esplendor que tiene en su medio natural, y tiene que ver con algo que ahora nos preocupa tanto: preservar la belleza, preservar el tiempo”, explica sobre sus piezas, en las que las flores están entrelazadas y se sostienen las unas a las otras.

Rod, The Rocket, Laver, campeón de 11 torneos de la máxima categoría, pasea estos días entre esas creaciones, como Ken, Muscles, Rosewell, otra de las leyendas locales. Trece de las esculturas presiden cada una de las mesas de la President’s Reserve, en contraste con las sillas de bronce y las maderas negras del palco de los palcos de Melbourne, donde el dinero no vale de nada, porque solo se puede entrar por invitación. La decimocuarta recibe a los invitados a la entrada, bajo el título La fragilidad del tiempo. Los dos míticos jugadores, gente de cultura británica, educada en el amor por el tenis sobre hierba, quizás reconozcan en esas obras el reflejo de la conexión entre el artista, las flores y los jardines. Para Canales, paisajistas como Piet Oudolf, Ton Ter Linden y Pam Lewis son comparables a estrellas del rock and roll. En Melbourne, sin embargo, no suenan guitarras. Sus esculturas congelan el tiempo al son de los raquetazos.

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Sobre la firma

J. J. M.
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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