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De lo que hablan los que corren

Zapatillas, entrenadores, maratones: lo que late debajo del fenómeno del ‘running’

Carlos Arribas
Salida del maratón de Tokio.
Salida del maratón de Tokio. THOMAS PETER/POOL (EFE)

Cuando los publicitarios de Pao, gimnasia facial, le pidieron a Cristiano Ronaldo que probara en su boca el aparatito que iba a promocionar y que millones de japoneses menean a diario —una especie de bola que se mete en la boca con dos enormes hélices a ambos lados de la esfera que se agitan al ritmo de la cabeza que asiente: así, dicen los fabricantes, se fortalecen los músculos de los maxilares y la sonrisa surge enorme y espontánea—, el delantero portugués se echó a reír y les dijo que él estaba para cobrar, no para hacer el ridículo, que él tenía su dignidad.

Por ello, en todos los grandes almacenes de Tokio, en la estantería de Pao se proyecta un vídeo en el que cantidad de anónimos mueven el artilugio con la boca y en el que Cristiano aparece como estrella final, con el Pao en la mano y luciendo sonrisa, amplia, musculada y falsa.

En un día frío, húmedo y gris, 35.000 corredores participan en el maratón de Tokio

Al mismo tiempo, ayer, domingo frío, húmedo y gris en la capital japonesa, hermosa la hierba amarilla en los jardines del Palacio Imperial bajo los pinos, los podados bonsáis gigantescos observan silenciosos la carrera de miles de maratonianos que suben y bajan por la inmensa recta de Uchibori Dori. Son 35.000, algunos españoles. Solo unos cuantos, 5.000 o 6.000 de entre todos, los que aceleran vestidos de Naruto, niñas de manga, Doraemon y hasta de Michael Jackson con cámara de selfie grabando, corren con la sonrisa de extraña felicidad que les pide el disfraz; los demás, con la máscara de dolor no fingido que procura el esfuerzo agónico y la voluntad de no parar. Seguramente, todos ellos habrán leído, no dejan de ser japoneses, el Murakami ese de qué hablo cuando hablo de correr, y habrán respondido que, siguiendo a Carver como el escritor local, ellos hablan de amor (y de sufrimiento, claro, unidos sin remedio).

O de religión y patria, de cómo, desde hace 100 años casi, desde el primer ekiden (pruebas por relevos que ocupan a millones de japoneses, sus empresas, institutos y universidades), la carrera de fondo en asfalto —en Japón no hay parques para practicar el cross, solo ciudad tras ciudad— forma parte de su japonesidad. Otros que no corrieron pero viven del correr, habla de otras cosas.

En Japón no hay parques para practicar el cross, solo ciudad tras ciudad

Cuando habla de correr, Tsuhoshi Nishiwaki habla también de corazón, pero su corazón no es de sangre y pasión, sino de goma, caucho, química, y plásticos sintéticos, polímeros y poros espumosos de decenas de colores, resilencias, durezas y blanduras, de almohadillado, estabilidad, agarre, flexibilidad, ajuste, duración, ventilación y ligereza. Su corazón es una esponja que su niña deslizaba en la bañera, lo que le permitió descubrir cómo la deformación conduce a la comodidad, y un donut, un anillo de espirales, la base de la estabilidad y del gel Kayano, ya va por su 21ª versión. Su corazón es una zapatilla de deporte de marca Asics, que él, que dirige el instituto científico y de investigación en Kobe, junto a Osaka, se encarga de diseñar año tras año. Y él, el señor Nishiwaki cree que sus zapatillas no son solo su vida, sino la razón de que si los maratonianos sufren no es porque les duelen los pies, sino el cuerpo.

Y son tan importantes para él, la zapatilla y el laboratorio biomecánico, que ha invitado a una veintena de periodistas de todo el mundo, entre ellos, al de EL PAÍS, a visitarlo y admirarse. Son importantes por razones sentimentales, como se comprueba visitando el museo de la marca también en Kobe, que parte de unas zapatillas de baloncesto imitación de las Converse norteamericanas, el primer producto que en la posguerra fabricó el fundador, Kihachiro Onitsuka, y las llamó Tiger. Y sigue con las zapatillas de voleibol que tanto les gustan a los saltadores de longitud, o las Tiger que machacó hace casi 50 años Derek Clayton para convertirse en el primer atleta que bajó de 2h 10m en maratón o las que le ensambló de un día para otro al Lasse Viren de las dos medallas de oro en Montreal 76. Lo que demuestra, también, que el corazón sigue siendo el alma del atleta. Asics vende unos 100 millones de pares de zapatillas de fondo al año en todo el mundo, a unos 100 euros de media por par, lo que da una idea tanto del negocio que representa para la que es la tercera marca del mundo tras Nike y Adidas, como de la extensión de la así llamada moda del running, que tanto transforma el paisaje urbano dominical en tantas ciudades, españolas también.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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