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Tres españolas en Australia

La experiencia en Royal Melbourne, uno de los campos más difíciles del mundo, de Mireia Prat, Belén Mozo y Beatriz Recari

Beatriz Recari golpea con un hierro en el primer hoyo del Royal Melbourne el sábado pasado.
Beatriz Recari golpea con un hierro en el primer hoyo del Royal Melbourne el sábado pasado.Michael Dodge (Getty Images)

La vida de un golfista profesional no es todo sonrisas y gloria, ni millones de dólares o apariciones televisivas. Un ejemplo: Mireia Prat, ha estado viviendo el último mes en Australia la vida de lo que podríamos llamar una mochilera del golf. Con su pequeña maleta y la bolsa de palos de golf a cuestas, Mireia ha encontrado alojamiento en las casas de amantes del golf de todo el país en su aventura para jugar en algunas de las más grandes competiciones golfísticas de las antípodas.

Hace tres semanas, unos días después de que el pelotón ciclista se deshiciera en abanicos a lo largo de la carretera que serpentea entre las dunas de Barwon Heads, donde vive Cadel Evans, donde el viento de la costa victoriana no deja de soplar, Mireia participaba en el Open de Victoria en el links del 13ª Playa. Este torneo es único en el mundo, pues en los 36 hoyos del campo se juegan simultáneamente, los mismos cuatro días, el Open masculino y el femenino. Hace dos años, Mireia terminó quinta y, de paso, batió el récord del campo. Anidado en las dunas que se extienden más allá de la playa, el recorrido es una amalgama de subidas y bajadas en las que todos los árboles parecen estar inclinados como en oración buscando protección del persistente viento que sopla sin obstáculos desde la gélida Antártida a través del océano del sur. Incluso en verano, el viento es helador. Mireia comenzó bien este año, pero su primera vuelta se vino abajo cuando su bola acabó al borde de un búnker bajo uno de esos árboles gibosos. Su única salida, fue sacar la bola hacia un lado, hacia un rough salvaje y arenoso. No pasó el corte por un solo golpe, pero se tomó la desgracia con filosofía. Al día siguiente, la golfista catalana volvió al campo de prácticas antes de hacer la maleta de nuevo para marchar hacia el norte, a Queensland, donde se disputa el Masters Australiano femenino.

Royal Melbourne es para muchos uno de los mejores campos del mundo, si no el mejor

Prat no logró clasificarse para el gran torneo del ciclo, el Open de Australia, y se perdió así la oportunidad de jugar en el hermoso y brutal como el infierno recorrido conocido como Royal Melbourne, quizás el mejor campo surgido de la cabeza y los dedos de Alister McKenzie, considerado el mejor diseñador de la historia. Excavado en la tierra gris y entre los arbustos de té del llamado cinturón de arena de la ciudad australiana, Royal Melbourne es para muchos, como Geoff Ogilvy, ganador del Open de EE UU en 2006, y su compañero en una empresa de diseño, Michael Clayton, uno de los mejores campos del mundo, si no el mejor. Es un diseño clásico del escocés, que primaba el riesgo-beneficio a la hora de pensar los hoyos. Y cuando el viento sopla es un campo incontrolable con los greens más rápidos y duros que puedan encontrarse en ningún sitio. Tal es la reputación del campo que cuando Lee Treviño terminó tercero en 1974 allí con una tarjeta de más nueve dijo: “Hacedme una foto saliendo por la puerta, porque nunca me volveréis a ver entrando”.

Mireia Prat en el Master de Dubái.
Mireia Prat en el Master de Dubái.C. Firouz (Reuters)

En el Open participaron Belén Mozo y Beatriz Recari, quienes mostraron su admiración por el diseño de Royal Melbourne, y por su belleza. Hubo quejas de juego lento al principio, pero Clayton recordó a todos que Royal Melbourne es un campo de natural lento: las calles en cuesta, el viento, las ciénagas y los greens, relampagueantes montañas rusas… Y Recari estaba de acuerdo con Clayton. “Es un campo duro. Te pones a mirar las caídas con un putt de cuatro metros y ves que la bola puede ir por cuatro direcciones diferentes. Este campo obliga a pensar y planear cada golpe, pero me encanta. Jugar aquí es un gran test”, dice la jugadora navarra. Y su compañera Mozo asiente y confirma que es un campo muy diferente a los que están habituadas a jugar en el circuito de LPGA en Estados Unidos. “Es un links que obliga a dar buenos golpes… Y yo no lo hice”, dice Mozo, quien no pasó el corte pero pensaba resarcirse en su próximo torneo, esta semana en Tailandia.

En el campo, Mozo es abierta y charlatana. En el tee’ ella y su hermano Jesús, su caddie, hablan, y hablan mucho, tanto como solo los españoles pueden hablar. “Un medio hierro 7 o un 8 completo”, le aconseja Jesús para el corto pero traicionero quinto hoyo, un par 3. “Ni loca un ocho”, responde ella, y así siguen, mientras su compañera de partido, la canadiense Lorri Kane, sonríe y se pregunta de qué narices estarán hablando. Mozo da el golpe con el hierro 7 finalmente, y la bola sale disparada, rebota sobre el green, duro como el cemento, y se queda al fondo. “¡No, allí no!”, grita ella. Pero aunque su torneo no vaya muy allá, Mozo pasa rápidamente de llevarse las manos a la cabeza a compartir unos tragos con tres mujeres que han ido a verle jugar. “Estoy de vacaciones aquí”, dice una de ellas, de Cádiz. “Soy una buena amiga de su madre". Y viéndolas allí, sufriendo los 30 grados de calor que en Melbourne siempre parecen muchos más, Belén las besa y les pasa unas bebidas frías de la nevera reservada para las jugadoras.

En el campo, Mozo es abierta y charlatana. En el tee’ ella y su hermano Jesús, su caddie, hablan, y hablan mucho, tanto como solo los españoles pueden hablar

Del estilo de Beatriz Recari podría decirse que es todo lo contrario que el de Mozo. Todo lo contrario también de la imagen que se tiene del golf español en el mundo, del golf volcánico, mágico y mercurial que hizo grande a Seve Ballesteros. El último día del torneo, un amigo me preguntó a qué golfista seguiría, y cuando le dije que a Recari, me contestó: “No te vas a divertir mucho”. Y escuchando a los aficionados tampoco se alegra mucho el alma. “Es una mujer dura”, dice uno, y otro: “No la he visto reírse ni una vez en los cuatro días”. Observar a Recari trabajando supone entrar en una especie de trance, en otra dimensión.

Recari exhibió un golf sólido, muy bueno, de hecho, durante todo el torneo. Solo 11 jugadoras pudieron bajar del par del campo, y la navarra, con +1, terminó 16ª. La última jornada manejó los hierros con maestría, fallando un solo green y eso por culpa de una súbita racha de viento. “No sé si soy tan intensa como dicen”, asegura después de la última ronda. “Pero no me gusta mostrar mis emociones cuando juego. Sí, claro, soy española, pero me gusta controlar las emociones”. La fuerza de Recari es tanto física como mental. Se hace notar. Lo transmite. Sigue hasta la última coma los consejos del místico y mítico gurú escocés Shivas Irons. “El golf está hecho para caminar”, dijo Irons, y nada más golpear con el driver desde el tee, Recari emprende una marcha decidida hacia su bola, por delante de sus compañeras de partido, la mirada siempre fija en el horizonte, concentrada en el siguiente paso. Cada golpe de Recari está precedido de ocho segundos exactos de visualización antes de ponerse ante la bola, seguidos por otros ocho segundos ya con el palo armado. Y de nuevo parece seguir las reglas de Shivas Irons: los músculos de sus piernas se unen en comunión con la tierra en busca de su verdadera gravedad, que es el término que usa Irons para referirse a cómo aprovechar la estructura más profunda del universo. A esto le sigue el swing y la bola sale disparada con un falso draw que siempre parece alcanzar su objetivo. Esta semana solo el putt privó a Recari de pelear por la victoria.

Del estilo de Beatriz Recari podría decirse que es todo lo contrario del golf volcánico, mágico y mercurial que hizo grande a Seve Ballesteros

Más que navarra, como un observador afirmó, Recari parece coreana por su intensa concentración en el campo. Y a ella le gustó esa comparación. “Lo tomo como un elogio”, dice. “Hay muy buenas jugadoras en Corea, muchas ganadoras”. Sin embargo, a diferencia de las coreanas, Recari no sonríe; a pesar de su belleza no exhibe glamour; apenas saluda a los aficionados o a sus compañeras de juego; sus conversaciones con su caddie son cortas, casi monosilábicas; no hay emoción, es como una máquina, silenciosa y muy efectiva.

Posee Recari el frío instinto asesino de uno de sus paisanos navarros, un calculador silencioso y metódico: y la noción de que Recari con los palos es como Miguel Indurain sobre la bici me golpeó fuerte en los últimos nueve hoyos. Y ambos, Recari e Indurain, comparten algo en común con un legendario golfista de otros tiempos, uno muchas veces criticado por su aislamiento casi autista y frialdad, un yogui silencioso que estaba siempre en su propio mundo en el campo, alejado. En Recari hay mucho de la determinación de Ben Hogan. Puede que Recari no sea ni glamour ni sonrisas, puede que no sea cercana o accesible, pero posee una tranquila fuerza interior. Es un poco coreana, pero es mucho más Indurain y Hogan. “Bien, gracias”, dice. “Son dos grandes las personas con las que me comparas”, dice, y se marcha rápido hacia el aeropuerto, hacia otra semana de trabajo en Tailandia.

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