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SIN BAJAR DEL AUTOBÚS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Noche de penaltis

Cada jugador está frente el portero, en un silencio como de cajón cerrado, es un tú a tú de enorme suspense

Juan Tallón
Arda Turan reza durante la tanda de penaltis ante el Leverkusen.
Arda Turan reza durante la tanda de penaltis ante el Leverkusen. alberto martín (efe)

En mitad de la noche, prórroga adentro, atravesando la selva, se llega al punto de penalti, señalado con una mancha blanca, casi de sangre, como si allí estuviese enterrado Oscar Wilde. No resulta un lugar fácil de encontrar. Se necesita un mapa, una cantimplora y suerte, incluso mala suerte. Muchos equipos caen por el camino, en el tiempo reglamentario, o en un rincón de la prórroga, atacados por un hipopótamo. Pero a veces, si intercede un milagro, alcanzas el claro del bosque y el partido vuelve a empezar, ya sin esas larguísimas digresiones en el centro del campo. A menudo hablar no sirve de nada, y conduce a un monótono empate, sin cafeína. En cambio, en la tanda de penaltis, cada jugador está frente el portero, en un silencio como de cajón cerrado. Es un tú a tú de enorme suspense, que evoca esa escena en la que dos pistoleros dirimen en un duelo al sol quién vive y quién muere.

Se alcanza la tanda de penaltis después de haber llamado a todas las puertas, y que nadie te abra. Llegas tan desmejorado y sediento, que de buena gana le reclamarías al banquillo un chupito y un peine. Antes del lanzamiento conviene aparentar aplomo. Y tener buena presencia. El futbolista se juega cuanto tiene a un golpeo. Es el minuto más trascendente de su carrera. Nenèm Prancha, que ejerció de todo en el futbol brasileño, desde utillero a masajista, ojeador, técnico y filósofo, decía que “el penalti es algo tan importante, que debería chutar el presidente del club.

Prancha decía que es un momento “tan importante, que debería chutar el presidente del club

No basta con saber golpear el balón para enviarlo a gol. Vaya cosa. La historia está plagada de penaltis fallados por grandes estrellas. A veces resulta más efectivo ser un suicida, como El Loco Abreu, que un virtuoso. En los sesenta, científicos ingleses estudiaron el penalti, por si fuese posible realizar un lanzamiento perfecto, imparable, y hallaron una fórmula matemática —(((X+Y+S)/2)x((T+I+2B)/4))+(V/2)-1— en base a la colocación del balón, la velocidad del chut, los pasos de la carrera, la posición del pie... No valió de nada. Cualquier portero, en un momento dado, detiene un disparo desde los 11 metros. Roberto Bolaño contaba que en 1962, viviendo en Quilpué (Chile), a pocos metros del hotel de concentración de Brasil para el Mundial, conoció a Pelé, a Vavá y a Garrincha. “Recuerdo que Vavá me tiró un penal”, aseguraba, “y se lo atajé”.

En esos segundos que abultan como años, mientras acuesta el balón y retrocede unos pasos, las cosas suceden muy confusamente en la cabeza del futbolista, igual que si acabase de leer a Heidegger. Le da tiempo a pensar que si falla, su madre lo mata. Si no es alguien con los nervios tan templados que puede conducir con los ojos cerrados por autopista, duda por donde tirar. Pegado al palo, se dice. No, mejor por el centro. ¿Y si el portero aguanta? No, por el centro no. Fuerte, de un trallazo, igual que en la escuela, a un lado. No, coño, con delicadeza, a la escuadra. A la escuadra no, es arriesgado, ¿y si se va fuera? Rozando al poste, pues. Pero, ¿a qué poste? Como se ve, es dificilísimo marcar un penalti. El detalle más ínfimo lo envía contra el portero. No está de más rezar lo que sepas. Cuántas ocasiones no habrá entrenado Arda Turan sus oraciones. No hay más que ver cómo las tiró contra el Bayer Leverkusen.

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