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Los músculos del favorito

Ganando la chaqueta verde, Rory McIlroy se convertiría en el primer europeo con los cuatro grandes en su palmarés

Carlos Arribas
Rory McIlroy, practicando en Augusta, el martes.
Rory McIlroy, practicando en Augusta, el martes.Andrew Redington (AFP)

De cerca, Rory McIlroy no parece gran cosa. Un chavalillo delgado no muy diferente a cualquier otro que te puedas cruzar con la capucha de la sudadera hasta los ojos por cualquier calle de cualquier ciudad británica, o, más precisamente, de Holywood, en Irlanda del Norte, que es donde el último prodigio del golf nació hace 25 años. En fotografías, sobre todo en una que él mismo tuiteó, en la que se le ve cachas y forzudo levantando una barra con pesas de 140 kilos hasta la cintura, la realidad McIlroy es otra. En un reportaje en Golf Digest hay más fotos similares o más significativas aún, fotos en las que se le ve con niquis ajustados, los pectorales poderosos amenazando con rasgar el tejido, tan tenso está, un cuerpo que asusta. Las imágenes, la profesión de fe de McIlroy en las virtudes del músculo y la fuerza para seguir siendo el mejor, han levantado una pequeña polémica entre los defensores del golf como una ejercicio artístico, el swing, una expresión rítmica de los sentimientos y el toque en los greens como pinceladas de pintor, y los que lo consideran puro ejercicio y sudor.

“Pero no por hacer pesas y mejorar mi físico voy a perder mi swing”, le dice a todo el mundo McIlroy, que ha ganado los dos últimos grandes disputados, el Open y el Campeonato de la PGA. “No hay contradicción”. Emilio Pereira está de acuerdo con el número uno del mundo. “Le he visto y tiene el mismo swing que antes, se enrosca igual, flexible y rápido”, dice Pereira, que fue policía, aprobó el master de Alto Rendimiento organizado por el Comité Olímpico Español y dirigido por Juan José González Badillo, apóstol del entrenamiento de fuerza, y trabaja como preparador físico de los mejores golfistas españoles, incluidos Sergio García, José María Olazabal y Miguel Ángel Jiménez, los tres del Masters. “La distancia se consigue con fuerza y velocidad, y estas dependen del músculo. Es más fácil que uno gordo pierda su swing al perder la barriga por cuestiones de geometría, que uno que se fortalece pierda ritmo y sensibilidad”.

Como si McIlroy hubiera inventado las pesas.

Hace 70 años, un golfista aficionado y millonario llamado Frank Stranahan se convirtió en el terror de los botones de los hoteles, pues viajaba en su coche con bolsas que pesaban decenas de kilos, cargadas con las pesas que levantaba a diario. Terminó segundo un Masters, el mejor amateur de nunca en Augusta, y al año siguiente le expulsaron, al parecer porque, irresistible como era con su físico de Tarzán, le había levantado la querida al jefe del Augusta National Golf Club. Las razones de Stranahan para cultivar un cuerpo de fisioculturista, lo que hizo durante toda su vida espartana, eran más morales que golfísticas, más salutarias que deportivas. Creía con firmeza que comiendo poco y musculando mucho, y corriendo maratones (terminó 102) llegaría a vivir hasta los 120 años. Murió a los 90, lo que tampoco está tan mal.

El objetivo de McIlroy esta semana en Augusta no es seguramente tan ambicioso, pero quizás igualmente complicado. Ningún golfista europeo lo ha conseguido en la historia. Se trata de ganar los cuatro grandes, el llamado Grand Slam, aunque no sea en el mismo año. Ganador de dos Campeonatos de la PGA, el Open de Estados Unidos y el británico, a McIlroy solo le falta el Masters para engrosar la lista compuesta hasta ahora por Gene Sarazen, Ben Hogan, Gary Player, Jack Nicklaus y Tiger Woods. Para ganar el Masters, dicen los últimos años, hay que ser pegador largo, lo que McIlroy es, capaz de drives de 320 metros; tiene que llover, lo que se espera, para que a los cortos no les ruede la bola en las calles secas, y hay que ser sutil y paciente con los segundos golpes, lo que a McIlroy le falta a veces (no ha habido Masters en el que no haya hecho una tarjeta de 77 golpes o más) y que no se encuentra en el músculo, sino en la cabeza, lo que el norirlandés sabe. “Tengo que ser más paciente, lo reconozco”, dice. “No tengo que intentar el birdie en todos los hoyos, al menos en Augusta”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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