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Pablo Lastras, cuando el destino no está escrito

A los 39 años, el corredor del Movistar se niega a resignarse a que una cadera destrozada le retire del ciclismo

Carlos Arribas
Lastras, en el jardin de su casa.
Lastras, en el jardin de su casa.P. L.

Los médicos le han prohibido apoyar el pie derecho los próximos tres meses, en su casa se mueve con muletas, los fisioterapeutas que le visitan le han tenido que enseñar a sentarse en el retrete, a ponerse los calcetines, a valerse solo en su casa de San Martín de Valdeiglesias (Madrid), porque solo quiere Pablo Lastras enfrentarse a las heridas más graves que ha sufrido en su larga carrera ciclista, para solo superarlas. Pero a Lastras nadie le ha prohibido sentarse ante la tele para ver las carreras ciclistas de abril, y él nunca se las perdería.

Es abril, el mes de las clásicas. A él, a Lastras, le habría gustado correr en el frío y el viento de Flandes y Roubaix, la lluvia y el pavés. Todo lo vio por la tele, sin falsa nostalgia ni lamentos, como vio el domingo pasado a su compañero Alejandro Valverde quedar segundo en la Amstel, y le vio el miércoles ganar la Flecha Valona en el muro de Huy, y le verá hoy, domingo, después de que le hayan trasladado a una residencia de Pamplona, en la Decana, la gran clásica de las Ardenas, peleando por su tercera Lieja en los 10 muros con resonancias a Merckx e Hinault —Stockeu, La Redoute, Rosiers...—, contra el Tiburón Nibali, contra el amigo-enemigo Purito, contra el arcoíris Kwiatkowski. “Solo, quiero estar solo. Soy como mi madre cuando luchó contra el cáncer”, dice el ciclista más veterano y fiel del pelotón español (39 años cumplidos en enero, 18 de profesional, siempre en el mismo equipo). “Y quiero seguir viendo ciclismo”.

El 26 de marzo, hace justo un mes, Pablo Lastras se destrozó la cadera. Descendiendo un puerto en la Volta a Catalunya, el ciclista del Movistar se cayó sobre su costado derecho. Debido al impacto, la cabeza del fémur, como si fuera un ariete destrozando una puerta, se incrustó en la cadera, haciéndola migas. “Me caí en la Volta y me hice una avería muy seria, muy grave. Me han tenido que reconstruir la cadera en el quirófano: una obra de arte con dos clavos de lado a lado”, dice el corredor. “No fue culpa mía. Con el paso de los años, y con tantas caídas como he sufrido, ya he desarrollado un sexto sentido, pero no lo pude evitar. Y estoy seguro de que me caí porque me tenía que caer. Me habría roto la cadera aunque ese día hubiera estado entrenando en el puerto de Mijares o dándome un golpe con el coche yendo de compras a Xanadú. El destino está escrito, lo tengo clarísimo”.

Para argumentar tan rotunda afirmación, Lastras no habla del futuro, sino del pasado. Cuenta cómo en el Tour de 2003 había entrado en unas cuantas escapadas, pero nunca había conseguido ganar una etapa. Y que el último día, cuando había perdido toda esperanza, volvió a formar parte del grupo en fuga y ganó la etapa. “Fue un 25 de julio, el día del cumpleaños de mi madre, que había muerto cuatro meses antes”, dice. “El destino ya había decidido que solo podía ganar ese día”.

Los médicos le han dicho a Lastras que se olvide de volver a montar en bicicleta, que se olvide de ser un deportista, que lo importante es que se recupere simplemente para la vida normal; en su equipo están resignados a que Lastras, el corredor símbolo de una manera diferente de hacer las cosas, no vuelva a vestir su maillot. Parece evidente que el destino ha decidido que al gran capitán de ruta le ha llegado el momento de decir adiós.

¿Y qué opina Lastras de ello? ¿Piensa que ha llegado a su fin? ¿Cree que así lo dicta el destino que todo lo escribe?

Por supuesto que no.

“Me ha costado recuperar la energía y algunos días me he sentido anímicamente muy bajo. Me he sentido frágil, débil vulnerable”, dice un corredor que ha subido y bajado las montañas más duras de Italia, Francia y España, y ha trabajado duro e incansable por decenas de compañeros. “Pero ahora solo pienso en evolucionar, en regenerarme”.

En Pamplona le espera una residencia con habitaciones adaptadas, con máquinas antigravitatorias para recuperar poco a poco las fuerzas, con piscinas especiales para trabajar. “De cara al futuro no me planteo nada. Ni he asumido ni quiero pensarlo, que mi carrera deportiva ha terminado. Encararé la rehabilitación como el deportista que sigo siendo”, dice, y luego le niega al destino su fuerza: “Y sé que con mi mayor resistencia al dolor, la de todos los ciclistas, y con mi fuerza de voluntad, no hay nada imposible”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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