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El yugo de Contador en el Giro

En una magnífica contrarreloj, el ciclista de Pinto acaba con las esperanzas de Aru, ahora a 2m 28s en la general, y de todos los rivales, ya lejanos

Carlos Arribas
Contador, en el podio de Valdobbiadene, hace el gesto del pistolero con la maglia rosa rescuperada.
Contador, en el podio de Valdobbiadene, hace el gesto del pistolero con la maglia rosa rescuperada.LUK BENIES (AFP)

Detrás de los cristales, machadiana, la lluvia cae; en el comedor, proustianamente, dos ciclistas del montón pelan huevos cocidos con la mirada perdida, como autómatas. Son Monsalve, de Venezuela, y Gavazzi, de Sondrio. Pelan al menos media docena cada uno. Desechan las yemas amarillas y solo conservan las claras, tan blancas, que machacan y mezclan en un bol con una papilla infame con un engrudo. Dan el último toque al plato con un chorro de miel pringosa y un chorro de café recién hecho, abrasante. Es su desayuno de campeones. Quedan cinco horas para el comienzo de una contrarreloj de 60 kilómetros, de más de 80 minutos de esfuerzo empapado, en la que ellos, su resultado, no interesan a nadie. Pueden mirar el calendario. Llevan 14 días desayunando así, silenciosos como máquinas, ausentes. Solo les queda una semana.

El resultado de Fabio Aru, maglia rosa sorprendente, sí que interesa, aunque su director, más dado a la pragmática que a la épica, parece conocerlo de antemano. “Aru es la bandera de Italia, el ciclista que todos quieren que gana”, proclama bajo la lluvia Beppe Martinelli, el jefe del Astana. “Por eso no entiendo por qué el Giro ha puesto una contrarreloj de 60 kilómetros en la . Es la decisión más extraña que conozco”. Hombre de su tiempo, sin pasado ni futuro, y siempre lo ha sido así, desde que guiaba al mejor Marco Pantani, Martinelli parece no recordar que los más grandes corredores, los nombres que viejos y niños recitan de memoria, Coppi, Bartali, Anquetil, Ocaña, Merckx, Indurain, han probado su clase y su carácter de campeones en carreras contrarreloj aparentemente excesivas, y que Aru, y todos, si quiere reclamar un puesto entre los mejores, no debe temerlas, sino abrazarlas hasta llorar. Son el test verdadero, la prueba de la excelencia máxima que convirtió a Alberto Contador, un campeón, magnífico entre Treviso y sus fábricas familiares y Valdobbiadene, y sus colinas rebosantes de racimos de uva ya en mayo, en casi seguro ganador del Giro 2015.

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Un periodista le leyó a Contador, quien no ganó la etapa por ser prudente en los descensos (quedó tercero, a 14s del ganador, el bielorruso Vasil Kiryienka, uno que ha ganado tres etapas en el Giro, y en las dos primeas veces ganó Contador el Giro, en 2008 y 2011; y a 2s de su compañero de juventud con Manolo Saiz, Luis León Sánchez), la clasificación y las diferencias que tenía en la general sobre sus rivales: 2m 28s al segundo, el joven Aru, aplastado por el peso de las expectativas, por el peso de la bandera; 3m 36s al costarricense sorpresa Andrey Amador; 4m 14s a Rigo Urán; 8m 52s a Richie Porte, aplastado por el peso de su equipo, su helicóptero y su motorhome y convertido con su maillot casi blanco (solo la banda verde y amarilla con los colores de su bandera daban color a su tormento), en su Pinarello casi blanca, en el pim, pam, pum del Giro, en el objeto de las críticas más fáciles e inicuas porque se hacen sobre seguro, sin riesgo. Después de leerle la lista, el colega le preguntó a Contador, quien solo cedió la maglia rosa 24 horas después de alcanzarla en el Abetone, en la quinta etapa, si, después de haber marcado diferencias que solo Indurain solía marcar se sentía como Indurain, quien después de abrir hueco se limitaba a defenderse en las montañas. Y Contador agradeció la comparación y dijo: “Las diferencias han sido mayores de lo que esperaba, pero no pienso en defenderme. Me cuesta frenarme y a veces la mejor defensa es el ataque”.

Como Contador quiere ganar el Tour después del Giro, de un Giro que, según anunció a la RAI, será “probablemente” el último de su carrera, las gentes, los aficionados, le aconsejan a voz en grito que economice fuerzas, que se dedique a seguir la rueda de tantos Astana con ideas y fuerza. Contador, que hizo la mejor contrarreloj de su carrera después de aquella del Tour de 2009 en la que derrotó a Cancellara en Annecy, y fue así porque corrió con una posición más cómoda y porque supo no salir como una bala, sino que guardó lo mejor para el final, para las colinas lujuriantes, sin embargo, antepone a la eficiencia su idea de grandeza, su deseo histórico. Cuando ganó su primer Giro, el de 2008, el único que figura en su palmarés pues borraron su nombre del de 2011 por el clembuterol del Tour del 10, a Contador le subrayaron que no había ganado ninguna etapa. Al Giro le quedan siete. Cinco pueden ser consideradas de montaña o alta montaña: el domingo, Madonna di Campiglio; el martes, el Mortirolo; el jueves, Verbania y el monte Ologno; el viernes, Cervinia, y el sábado Le Finestre y Sestriere. Tiene el Giro en su puño: cualquiera de ellas, de rosa y brazos en alto, podrá ser su objetivo para adornarlo.

Desayunaron juntos, comieron lo mismo y, inevitablemente, hicieron exactamente el mismo tiempo. Monsalve y Gavazzi terminaron la contrarreloj en 1h 23m 58s, a 6m 6s de Kiryienka. Su rutina, la rutina repetida de todos los ciclistas seguirá el lunes como seguirá la lluvia como seguirán girando las ruedas.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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