_
_
_
_
_
FINAL DE LA COPA DEL REY | ATHLETIC-BARÇA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La mirada del gol

Algunos deportistas como Messi, suelen recogerse en su interior y reflexionar en cuestión de segundos cómo encarar una adversidad

J. Ernesto Ayala-Dip
Messi celebra el primer gol contra el Bayern en el Camp Nou.
Messi celebra el primer gol contra el Bayern en el Camp Nou. Vicens Gimenez

Antes de salir al campo, Lionel Messi no suele hablar con nadie. Se pudo constatar una vez más esta circunstancia, cuando el Barça se preparaba para saltar al campo en la segunda parte contra el Bayern en el partido de vuelta. Las cámaras enfocaban a los jugadores sonriendo entre ellos, intercambiando palabras, tal vez alguna gracieta relajante o algún comentario en torno a un lance de la primera parte. Todo consistía en disimular la tensión, en enfundarse en un sosiego imposible. A Messi no se le suele sorprender en esos menesteres. No lo necesita. Messi se aísla entre el murmullo. Mira fijo en un punto que desconocemos. Nadie tampoco de su equipo lo interrumpe, saben que algo bulle en su cabeza. Algo determinante para el futuro de todos. Este cuadro seguramente volverá a repetirse este sábado en la final de Copa frente al Atletic de Bilbao.

Algunos deportistas, sobre todos los elegidos, suelen recogerse en su interior y reflexionar en cuestión de segundos en cómo encarar una adversidad. Se amparan en una inteligencia distinta a la del resto de los mortales. Tienen que hermanar el vértigo y la meditación. No necesitan algo parecido a un retiro monacal. No hay tiempo para ese lujo del espíritu. Recuerdo en las memorias de André Agassi una anécdota casi inverosímil. Un día se enfrentaba a un rival de mucho fuste, aunque nada parecido al colosal Pete Sampras. Mientras transcurre el partido llega a la conclusión de que ese rival estaba jugando mejor que él. No que fuera mejor que él. En un descanso del partido descubre, como un fogonazo milagroso, que su parcial derrota no se debía a que jugara mal sino a todo lo contrario. Cuanto mejor jugaba Agassi, su contrincante lo superaba. Hundido en esa imprevista paradoja, no le queda otra solución que comenzar a jugar mal. Lo decide en un sí o sí. Y así es como su oponente comienza a cometer fallos peores que los de Agassi. Y así gana Agassi ese match todavía para él ininteligible.

André Agassi descubrió un día que para ganar un partido que estaba perdiendo debía jugar peor de lo que lo estaba haciendo

Cuando Messi, hace ya algunas semanas, amagó hacia el interior y salió por la derecha de Boateng para enfilar la vaselina sobre el inexpugnable Neuer, algunos comprendimos que esa celestial jugada la alumbró Messi unos segundos antes de saltar al césped. Messi nunca decide en el momento. La devastación que inflige la diseña con tiempo. Tal vez durante esa mirada como ausente en medio del ruido que precede a la gloria.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_