_
_
_
_
_
HISTORIAS DE UN TÍO ALTO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una final tan parecida y tan diferente

Los Warriors dieron cuenta de unos Cavaliers que evidenciaron falta de profundidad de banquillo en los seis partidos

LeBron James felicita a Stephen Curry.
LeBron James felicita a Stephen Curry.LARRY W. SMITH (EFE)

Escribo esto desde un bar del barrio coreano de Los Ángeles. Soy amigo del dueño y he venido para cenar con otro amigo. Después se nos unió un tercer colega que me estuvo contando detalles del guión en el que está trabajando. Una noche completa porque, minutos antes, los Golden State Warriors habían dado cuenta de unos Cleveland Cavaliers que evidenciaron falta de profundidad de banquillo en los seis partidos de la final.

Hace tres años las finales de la NBA me pillaron en plena mudanza de Kansas City a Los Ángeles. Estaba atravesando el país en coche y paré en Las Vegas para ver el último partido y escribir sobre aquel desenlace. LeBron James también estaba en la cancha y, aunque en aquella ocasión saboreó la victoria, su éxito no es relevante para esta columna porque lo que quiero señalar con ese recuerdo es el sentido de continuidad.

Cuando me trasladé a Los Ángeles casi no conocía a nadie: mi hermano, un antiguo compañero de equipo y mi casero. Tres años después conozco a todo el mundo. Bueno, quizá sería más preciso decir que conozco a mucha gente. A ratos lo he pasado mal, pero también he conocido a gente maravillosa. Sé que esto no me hace especial, la mayoría de nosotros conocemos a gente maravillosa allá donde vamos, pero me hace pensar en la continuidad. Apenas han pasado tres años y jamás imaginé que terminaría aquí, en un bar del barrio coreano, rodeado de amigos.

Lo verdaderamente importante es que todos los años dos equipos disputan el título y que somos capaces de acordarnos de dónde estábamos hace tres años cuando eran otros los que se jugaban el anillo

La inmovilidad climática de Los Ángeles hace especialmente aguda la dificultad para ser consciente del paso del tiempo. Supongo que aunque quiera unirlo a mi ubicación geográfica, esa consciencia se hace más difícil en general cuando creces. Dejar atrás la regularidad de los años académicos hace que tu percepción del tiempo sea distinta y que sientas que todo pasa de otra forma. Para evitarlo buscamos hitos, cosas que den textura a nuestras vidas, cosas como cumpleaños, aniversarios, vacaciones y, en fin, acontecimientos deportivos.

No puedo evitar sentirme un poco idiota al medir mi vida con este último marcador. ¿A quién le importa el paso de una temporada cuando la siguiente está ya a punto de comenzar? Pero al mismo tiempo tengo que admitir que (lo sé, estáis alucinando con mi capacidad de conciliar paradojas) me parece que hay algo hermoso en esa idea. Hay cierto encanto en ser consciente de que los Warriors han ganado este año y que el año que viene, probablemente, otro equipo sea campeón de la NBA. Realmente da un poco igual quien gane, lo verdaderamente importante es que todos los años dos equipos disputan el título y que somos capaces de acordarnos de dónde estábamos hace tres años cuando eran otros los que se jugaban el anillo. Eso nos hace conscientes de que el tiempo pasa, al mismo tiempo, lenta y rápidamente. Conscientes de que, a pesar de ese devenir, hemos sobrevivido para disfrutar de otro partido, de otra final.

Una final igual que las demás y, al mismo tiempo, completamente diferente.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_