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Copa América | Cruce de los Andes
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El sistema perjudica a los mejores

Argentina sufre los prejuicios y las barreras de un modelo que penaliza el juego elaborado

Martino, tras el partido contra Uruguay.
Martino, tras el partido contra Uruguay.M. Ruiz (efe)

Cuando se enfrenta un equipo que tiene la pelota y quiere jugar, contra otro que no juega a nada, los expertos y el público tienden a analizar solo al que procura llevar la iniciativa. Como si solo uno tuviera toda la responsabilidad. Como si solo uno tuviera que demostrar productividad y eficiencia. El que renuncia a la pelota deja de estar en la mira. Sucede con el Atlético de Madrid: se celebran sus empates. Y sucede con Paraguay o Uruguay. Es asombroso, pero en esta Copa América se difunde una idea tal que parece que Argentina jugó contra nadie. Como si Uruguay y Paraguay fuesen dos equipos cualquiera, eximidos del análisis. Es una trampa. No hay manera de ganarle al prejuicio. Se impone golear 6-0. Siempre. Sin considerar las complejidades del partido. Nunca se dice que Uruguay permaneció una hora sin jugar, o que Paraguay solo demostró atrevimiento cuando no tuvo más remedio. Eso no es valentía.

Califican a Gerardo Martino, el seleccionador argentino, por los resultados. Sobre todo si va perdiendo. Pero a los entrenadores hay que juzgarlos cuando el equipo va ganando. Como cuando Argentina le ganaba 2-0 a Paraguay y los paraguayos comenzaron a atacar. Entonces los roles en la selección argentina no fueron claros. El equipo no tuvo la madurez necesaria para decidir cuál era su papel. Era un equipo adolescente. No comprendió cómo debía administrar la ventaja y volver a ser lo que fue en la primera parte. Los equipos son hijos de las circunstancias. Contra Uruguay, los jugadores argentinos aprendieron de los errores.

El sistema de competición en los torneos de selecciones penaliza a los más ambiciosos, los que quieren ofrecer un fútbol más elaborado. Porque para ensayar determinados conceptos se necesita el apoyo del entrenamiento. A menor ensayo, menor afinidad colectiva. Para tener la pelota y manejar variantes hacen falta más consignas, más sofisticación, y más tiempo de preparación. Los automatismos sin pelota son más fáciles de adquirir. Es contradictorio pero cuantos más jugadores de calidad tiene una selección resulta más complejo ofrecer un buen juego. Para situar dos líneas de cuatro defensas no hay misterio. Para desarrollar el juego con pelota se precisa un extra. A más nivel de riesgo, más nivel de entrenamiento. Si el riesgo no se entrena te conviertes en un temerario.

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El modelo perjudica a los buenos jugadores y ofrece una salida mal llamada práctica a los entrenadores conservadores. Estos pragmáticos se aferran a la renuncia del balón. Otra cosa exige un plan de juego, una fortaleza técnica, una seguridad del entrenador en su método. Martino ha tenido el valor de hacer lo más difícil. Me gusta Argentina. Tiene futbolistas que deben crecer, como Di María, fundamentales para darle al equipo mejores posibilidades. Poco a poco se irán sumando, como se ha sumado Pastore, imprescindible porque mezcla virtudes de centrocampista de elaboración con mediapunta que rompe líneas; o como Messi, que es más jugador que antes, que administra y espera; o Agüero, que ha sido letal en el área contra defensas durísimos.

Veo a Argentina poniendo las bases de un buen ciclo. Por madurez, por trayectoria y por el desafío. Esta generación se siente cerca de algo grande. Se saben buenos y se sienten en deuda de títulos.

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