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MEMORIAS EN BLANCO Y NEGRO
Columna
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Marcelino y el Marqués de Villaverde

Marcelino, con el coche que le consiguió el Marqués.
Marcelino, con el coche que le consiguió el Marqués.

Hasta el gol de Iniesta en Sudáfrica, el de Marcelino a la URSS (Rusia, decíamos nosotros) había sido el más importante en la historia de España. Arrumbó el recuerdo del de Zarra a los ingleses en el Mundial de Río. Aquel gol de Marcelino se produjo el domingo 21 de junio de 1964, en el Bernabéu, en la final de la Eurocopa.

Fue el 2-1, el gol de la victoria para una España que no ganaba en casi nada: ante Rusia, zona cero del Comunismo, el peor fantasma del Régimen; con Franco en el palco; y con Yashin, vigente Balón de Oro (aún es el único portero que lo ha ganado) en la portería. A Yashin nos lo habían mitificado los curas de mi colegio con la leyenda de que era uno de los niños vascos secuestrados en la guerra, al que habían lavado de cerebro y le obligaban a jugar contra su país. Marcelino marcó ese gol, a pase de Pereda (el NO-DO, falto de la imagen completa, empalmó un centro de Amancio con el gol) en un cabezazo rápido, sorprendente, a la cepa del palo izquierdo de Yashin, que hizo la estatua.

Marcelino era la perla de un Zaragoza glorioso, el de Los Magníficos, apodo que mereció su delantera: Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra. Les vino de un western de gran éxito, Los Siete Magníficos. Una delantera artística y efectiva, con la peculiaridad de un extremo retrasado, Lapetra. Un equipo capaz de todo menos de la constancia. Un rey de copas (cuatro finales seguidas de la del Generalísimo, de las que ganó dos, y dos de la de Ferias, de las que ganó una), pero falto de fuelle en la Liga. En campo propio o ajeno, alternaba con el Madrid, el Barça o el Atlético. A los demás los solía barrer en casa, pero en las salidas duras la cosa era distinta. En los campos secos y duros de Córdoba, Elche o Sevilla, o en los embarrados del Norte, esos sitios donde el Madrid se dejaba la piel, el Zaragoza no daba la talla.

Antes de una final de la Copa de Ferias, el punta del Zaragoza asistió con el yerno de Franco a una operación de corazón

Era un equipo firme atrás, pero muy señorito por arriba, en la tripleta Marcelino, Villa y Lapetra. Estos dos últimos habían sido lo que en la época se llamaba niños bien. Villa, licenciado en Químicas, era hijo de un directivo del Madrid, Lapetra, de una familia muy acomodada de Huesca, hizo Derecho. Marcelino, gallego, había sido seminarista y era muy instruido, muy por encima del fútbol de entonces. El contrapeso lo ponía el central cántabro Santamaría, de enorme personalidad, que trataba de congeniar los caprichos de estos tres (exigían, por ejemplo, comer a la carta en los hoteles) con el rigor de los entrenadores de turno.

Marcelino y Lapetra fueron titulares ante la URSS y el Zaragoza aportó además dos suplentes: Villa y el defensa Reija. Un orgullo para el club, pero también una preocupación para Waldo Marco, su presidente, porque tres días después de la gloriosa final el Zaragoza tenía pendiente una propia, la de Copa de Ferias, en Barcelona, su primera final europea. Y más allá se dibujaba en el horizonte la vuelta de la semifinal de Copa, contra el Barça.

Ahí se jugaba la temporada el Zaragoza al que, como siempre, en la Liga le habían faltado puntos en las salidas difíciles.

Así que Waldo Marco estuvo el lunes 22 en Madrid, para llevarse a sus jugadores a la concentración de Barcelona en cuanto acabara la preceptiva recepción con Franco. Pero al término de la misma, Marcelino se esfumó. No hubo manera de encontrarle. Waldo tomó el avión a Barcelona con Villa, Lapetra y Reija, pero sin Marcelino.

¿Dónde está Marcelino? Esa fue la pregunta que le hizo el entrenador Luis Belló, sustituto sobre la marcha esa temporada de Ramallets, que había sido el creador de la delantera. ¿Dónde está Marcelino? peguntaban todos. “No lo sé”. Waldo Marco, avergonzado, no podía decir otra cosa.

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El martes, en el Telediario, apareció por fin Marcelino. Vestido con bata médica, había asistido a una operación a corazón abierto practicada por el Marqués de Villaverde, el yerno de Franco. El Marqués de Villaverde, de nombre Cristóbal Martínez Bordiú, casado con la única hija de Franco, era cirujano del corazón, como se decía entonces, y un desenvuelto bonvivant. Había invitado a Marcelino (a las cámaras de televisión) para darse pisto en esa operación revolucionaria. (Más tarde intentó imitar al doctor Barnard y practicó el primer trasplante de corazón en España, con resultado pésimo).

Viéndole ahí, en la tele, los compañeros alucinaban. En eso llegó Pueblo, diario de la tarde de máxima difusión. En un reportaje detallaba esas horas de Marcelino y el Marqués de Villaverde juntos, que incluían una noche en sala de fiestas (el Marqués acudió acompañado de su esposa, se aclaraba) donde bailó para ellos Lucero Tena. El periódico iba de mano en mano. Los jugadores se lo querían comer.

A la cena, como si nada, apareció Marcelino en la concentración. Santamaría fue el primero en echarle la bronca: “¡Figúrese! ¡Era nuestra primera final europea! ¡Y el Valencia era un equipazo, con Paquito, Roberto, Guillot, Waldo y todos esos!”. Cuentan que hasta le cogió por el cuello. Él no lo recuerda, o dice no recordarlo.

Marcelino asume los hechos: “Sí, me despisté, pero ¡hay que vivir, no todo va a ser fútbol! Pero le dije a Belló, que estaba consternado: usted póngame, y si no meto un gol y soy el mejor de los 22, le juro que cuelgo las botas”. Luego se fue a dormir. Durmió casi 24 horas seguidas.

La final fue día siguiente, miércoles 24, en el Camp Nou. Belló le puso. El Zaragoza ganó 2-1. El 1-0 fue una bajada de cabeza de Marcelino a Villa; el 2-1, tirazo de Marcelino tras genial combinación con Villa y Lapetra. Ha sido el mejor de los 22. El viernes, el equipo pasea la Copa de Ferias por Zaragoza. Marcelino entra en El Pilar a hombros del gentío, como un cristo pagano.

Sus detractores le llamaban 'El bobo del Volvo'. Pero no era ningún bobo. Era listo, y un gran delantero centro

Ahora toca la vuelta de semifinales de Copa, contra el Barça, que había ganado la ida 3-2. El domingo 28, el Zaragoza gana 2-0, los dos en cesión de la cabeza de Marcelino al medio Isasi. La final es en el Bernabéu, contra el Atlético, el siguiente domingo, 5 de julio. Gana el Zaragoza 2-1. Marcelino facilita el segundo a Villa, en otra cesión de cabeza. Lapetra ha marcado el primero. Marcelino y Lapetra han ganado en dos semanas Eurocopa, Copa de Ferias y Copa España.

Pronto se empieza a ver a Marcelino por Zaragoza con un Volvo rojo descapotable, todo un platillo volante en la época. Se lo había conseguido, como prima extra (a los eurocampeones les habían dado 150.000 pesetas por cabeza) el Marqués de Villaverde. Marcelino, que lo había visto el año anterior en el Salón de Muestras de la Feria de Barcelona y se había encaprichado de él, se lo pidió a su célebre amigo y éste se lo consiguió. A saber cómo se pagaría aquel coche.

En Zaragoza, sus detractores le llamaban el bobo del Volvo. Pero no era ningún bobo. Era un tipo cultivado y listo, además de un gran delantero centro, rápido, con visión y remate. Y con el mejor manejo de la cabeza que he conocido junto al de Kocsis.

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