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El pavés en seco no asusta a los grandes

Victoria y liderato para el alemán Tony Martin el día en el que los adoquines no dejan a ningún favorito fuera del Tour

Carlos Arribas
Froome, Contador, Sagan y Kreuziger, de izquierda a derecha, en un tramó de pavés camino de Cambrai.
Froome, Contador, Sagan y Kreuziger, de izquierda a derecha, en un tramó de pavés camino de Cambrai.ERIC GAILLARD (REUTERS)

Para que llueva, que llueva, la gente en Cambrai en vez de cantar desafinada sale a la calle en manga corta y bermudas a ver llegar el Tour. Los paraguas y los chubasqueros los dejan en casa, esperando que Murphy cumpla su función, lo que no sucede. Quieren que llueva porque quieren sangre en las carreteras de piedra que todos los días riegan con sus sudor, con el goteo de los purines de sus remolques, con sus tractores que pierden gasoil. La lluvia, lo saben hace sangrar los adoquines, provoca caídas, llantos, huesos rotos, tragedias, ciclismo. Quieren, los que llenan las cunetas del norte de Francia, los que se quedan en casa ante pantallas más grandes que su cuarto de estar, que las máscaras de sus héroes sean rojas, que sus rostros reflejen tragedia, dolor, sufrimiento. Se desencantan, ingratos, frustrados, porque no llueve (peor aún, sopla el viento de cara, lo que mata la aventura) porque de entre las piedras solo se levanta polvo y no caídas, y no barro resbaladizo, porque las caras de sus ciclistas llegan cubiertas de polvo y no ven en ellas más que cansancio cuando los corredores arrastrando los pies suben al autobús por escaleras estrechas que les parecen imposibles, como si fueran albañiles que regresan a casa después de pasarse el día poniendo ladrillos.

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El pelotón llegó a los siete tramos del pavés como empujado por una frenética cuenta atrás y pasó el pavés como un soplo rápido, dejando solo detrás de la polvareda que levantó una de las muchas verdades del Tour, esa que dice que en el fondo es una carrera contra el cansancio. No llovió. No se cayó Froome como el año pasado: al contrario, parecía un niño feliz haciendo sus primeras cabriolas como una cabra sobre la bici. No se cortó Contador como el año pasado. Atacó Nibali, como el año pasado y como había prometido, pero no abrió hueco como el año pasado; el diminuto colombiano Nairo Quintana, que no conocía el pavés del Tour, llegó con los mejores pese a que su ligero peso le hacía pasarlo botando sobre los neumáticos extraanchos y medio deshinchados que calzaban sus ruedas, como Purito, de lunares a su lado, y, por si fuera poco, hasta Valverde, bullicioso todo el día como los novilleros que creen llegada su oportunidad, anduvo flirteando con los pedruscos.

Solo se quejó un poco Contador, que llevaba llantas de carbono y una de ellas, la trasera, crujió y se agrietó a falta de 25 kilómetros. En la meta, su mecánico, Faustino, demostraba ante niños, mayores, curiosos y público en general los perversos efectos de una avería similar a la que sufrió en el pavés también en 2010: la rueda no giraba recta, sino alabeada, por lo que en cada giro rozaba con la horquilla. “Estaba muy bien de piernas”, dijo el chico de Pinto, activo y audaz todo el día, exigiendo a su equipo como siempre en el llano y obteniendo gran respuesta de todos, de Sagan sobre todos. “Si no es por el problema mecánico, seguro que intento algo, un ataque, pues vi que Froome no tenía mucho equipo”.

Si entre los grandes no hubo que hacer cuentas al final del día (a menos que al pobre Pinot, la única víctima del infortunio en forma de averías, se le considere grande), sí que las hizo el tanque Tony Martin, a quien una suerte de justicia poética le hizo terminar la jornada con los brazos en alto victorioso y burlándose del infortunio vestido de amarillo, el cuarto líder diferente en cuatro días de Tour. Martin, favorito para la contrarreloj, se quedó a 5s de la victoria el primer día, a 5s de Dennis; el segundo, el de la tempestad de Zelanda en la que Cavendish no peleó con Cancellara por la bonificación, se quedó a 3s del amarillo que se llevó Cancellara; el lunes, Froome se quedó con la bonificación y le privó a Martin del maillot que nunca ha vestido por seis décimas. Llegando a Cambrai, parecía que su maleficio no tendría fin cuando pinchó a 20 kilómetros de la llegada, entre los dos últimos empedrados. Sin embargo, su equipo le funcionó. El italiano Matteo Trentin le pasó su bicicleta, y otros dos compañeros y varios coches de equipo y hasta el del director del Tour le prestaron abrigo, rebufo y velocidad. Se enganchó al grupo de los buenos, en el que jugaban a vigilarse varios sprinters, y, a tres kilómetros de la llegada, cuando vio acelerar a una moto a su izquierda no lo pensó dos veces: aprovechó su aspiración, logró un hueco de unos segundos, abrió la boca, tragó el viento que le quería frenar, se convirtió a sí mismo en moto y ya nadie volvió a verlo más que en el podio varias veces. Si no se cae, llegará de líder por lo menos al sábado, al próximo final en muro, el de Bretaña.

La sangre de Dowsett empapa el manillar

Casi media hora después de Tony Martin y diez minutos más tarde que el penúltimo cruzó la línea de meta Alex Dowsett, del Movistar. Detrás de él marchaba en coche su director de equipo, Txente García Acosta, y el mecánico Aritz, que lo habían acompañado en sus 50 últimos kilómetros en solitario. De la meta, los médicos le llevaron al hospital para coserle con varios puntos una herida en el codo derecho. Dowsett, récordman de la hora antes de Wiggins y hombre fuerte de Nairo para la contrarreloj por equipos, se había caído e inmediatamente había comenzado a sangrar copiosamente, pues sufre hemofilia (ausencia genética del factor 8 de coagulación) y cualquier herida es un peligro.

“Se asustó mucho, porque aunque le curaron y él todos los días se pincha el factor, al principio sangró muchísimo y empapó el manillar y todo chorreaba”, dice Txente. “Menos mal que dejó de sangrar y tranquilamente, y con nuestro apoyo desde el coche, llegó a meta, aunque le tuvieron que curar dos veces en carrera”.

Los médicos del Tour intentaron luego coserle la herida, no muy profunda, en el autobús en meta, pero finalmente prefirieron hacerlo con más calma en el hospital de Cambrai. “Lo peor de esta enfermedad es el miedo que se sufre al sangrar”, dice Jesús Hoyos, médico del Movistar. “Pero Dowsett es fuerte y se recuperará. La única pega para la contrarreloj por equipos del domingo es que la herida se la ha producido justo donde debe apoyarse en la cabra”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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